viernes, 14 de marzo de 2008

LA BATALLA DE AMERICA LATINA

LA BATALLA DE AMERICA LATINA

HUGO CHÁVEZ

Por Fernando Mires

Hay diferentes modalidades para leer la historia. Todo depende de las periodizaciones que usamos en nuestra lectura. Si trabajamos con periodizaciones cortas, es imposible no dejarse impresionar por el dramatismo que suelen asumir los acontecimientos de cada día. En periodizaciones cortas, los acontecimientos no pueden ser medidos en toda sus posibilidades, y tienden a aparecer como hechos imprevistos, desconectados de toda posible relación.

En periodizaciones largas, en cambio, es muy difícil percibir la intensidad que se debate entre los actores que, en diferentes lados de las barricadas, luchan a veces apasionadamente, por intereses, ideales, e incluso, por razones que ellos mismos ignoran, donde animosidades, odios, emociones, pasan a ocupar el lugar de la voluntad racional. No sin razón, ese gran historiador que era Ferdinand Braudel, recomendaba pensar al pasado histórico como presente, y a la realidad cotidiana, como si ella fuese parte de un proceso histórico.

También Chávez y el chavismo, fenómeno que preocupa hoy a tantos latinoamericanos, serán un día fragmentos del pasado, capítulos de una historia que sigue su curso, donde serán recordados como una marca, quizás como una interrupción, o simple disonancia, en un conjunto de hechos y acontecimientos que, articulados por historiadores, serán introducidos en la narración de lo que ellos llaman “los procesos”. Entonces los historiadores venezolanos (hay algunos que son excelentes) hablarán del capítulo “gomecista”, del capítulo “perezjimenista” y del capítulo “chavista”, como puntos disruptivos en el transcurrir de una historia que, por los senderos más inimaginables, sigue su curso indetenible.


1.Astucias de la razón histórica

No es necesario entonces creer que hay una “razón superior” para darse cuenta de que los procesos históricos se dan como resultados de una “astucia” que escapa a los actores en los momentos en que ellos actúan. Para explicarnos mejor, pongamos un ejemplo entre tantos: el de la expansión económica capitalista de la China actual.

El radical desarrollo capitalista que hoy vive China, no habría sido jamás posible si antes no hubiese sido llevada a cabo aquella revolución “antimperialista” comandada por Mao. Gracias a la revolución de Mao tuvo lugar un profundo y vasto proceso de modernización y racionalización económica y técnica, la que justamente creó las condiciones acumulativas para la expansión capitalista de esa nación. A su vez, el acelerado desarrollo que hoy vive China, abre un espacio inmenso a las inversiones de todos los países capitalistas del planeta. Gracias a la revolución del marxismo de Mao, el llamado capitalismo mundial es hoy más poderoso que nunca. Ahora, imaginemos por un momento que el marxista Mao hubiese sabido que el destino de la revolución que él comandaba iba a ser el de fortalecer el desarrollo del capitalismo mundial. Probablemente Mao se habría suicidado.

Nadie sabe tampoco, mirado el tema desde una perspectiva histórica, en que irá a terminar esa “rara cosa” del “socialismo del siglo XXl” que ha comenzado en Venezuela. Lo único seguro es que va a terminar en un lugar muy distinto al que imaginan el Presidente Chávez y sus seguidores. De ahí que, es recomendable, para entender los sesgos de la política internacional latinoamericana, situarnos en una perspectiva histórica algo más amplia que aquella que nos ofrece el presente inmediato. A esa conclusión he llegado después de leer un muy interesante artículo del ex secretario de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda (El País, España 06/03/2007) con el que, pese a lo muy interesante que es, no estoy totalmente de acuerdo.

2. Un aporte muy interesante

El artículo que voy a comentar lleva un título que es, de por sí, una tesis: “La batalla por América Latina”. Efectivamente, el autor fundamenta su tesis desde el comienzo:




“La batalla por América Latina ha comenzado. Después de escaramuzas, tragedias y caricaturas, todo parece indicar que ahora sí, por primera vez desde principios de los años sesenta, la región se convierte en el escenario de un verdadero combate cuerpo a cuerpo: ideológico, político, económico. De un lado, Hugo Chávez, la Habana (en manos de un Castro u otro), sus aliados en Buenos Aires, La Paz, Managua y eventualmente Quito e incluso, en un apartado muy particular, Moscú, pasan a la ofensiva. Por el otro lado, una Administración en Washington abrumada, rebasada pero cada vez más nerviosa, emprende el contra-ataque. Los demás asisten pasivos y desbrujulados ante la inevitable toma de partido en lo que es todavía una lucha de ideas, pero que comienza a revestir otras características”

En esa batalla (política) que hoy tiene lugar en América Latina, distingue el autor dos bloques de naciones. Por un lado, un bloque que ha entrado, por diversas vías, a la modernidad democrática, tanto desde una perspectiva económica como política. Pese a sus muchas imperfecciones políticas, México, Chile, Perú, Uruguay Colombia y Brasil, y algunos países de América Central, son naciones que se mueven en esa dirección. Al otro lado, distingue el autor otro bloque, hegemonizado por el eje Caracas-La Habana en torno al cual se mueven como satélites, naciones como Nicaragua, Bolivia y probablemente Ecuador. (Argentina, es mi opinión, con su potencial económico y su innegable irradiación cultural, pertenece al primer bloque. Pero, por la demagogia de sus últimos mandatarios, digna de una república bananera, pertenece al segundo).

Ahora bien, pese a que el primer bloque ya señaliza éxitos notables en la modernización política, en el desarrollo económico y en la política social, carece de la agresividad ideológica que posee el segundo. Castañeda destaca, y con razón, que esas naciones poseen comprensibles inhibiciones para dar la batalla por la democracia. Ya sea porque Colombia es vecina de Venezuela, porque el Brasil de Lula debe rendir tributo al ala izquierda (prochavista) del gobierno, porque Kirchner necesita del petróleo y del dinero venezolano, porque al Chile de Bachelet le conviene aislarse de conflictos que pondrían en peligro la estabilidad del gobierno, lo cierto es que ninguna de esas naciones, está en condiciones, por sí sola, de enfrentar a la avanzada del castrochavismo. Incluso vaticina Castañeda, que el Uruguay de Taberé Vásquez, pagará caro la osadía de haber invitado a Bush.

Mi deducción entonces, es que según Castañeda, América Latina estaría viviendo una situación parecida a la Europa de los años treinta, cuando los gobiernos democráticos presenciaban impávidos, la expansión alemana-italiana, buscando negociar con un enemigo que sólo quería demolerlos.

Al igual que el eje Hitler -Mussolini, el eje Castro-Chávez (guardando las debidas proporciones), avanza por dos vías. Por un lado la vía geopolítica, ganando (o comprando) adhesiones de diferentes gobiernos. Por otro lado, la “lucha de masas. En esa constelación, los gobiernos más democráticos del continente, sobre todo debido a las relaciones de compromiso que han contraído con sus respectivas “izquierdas”, se encuentran paralizados.

De todos los gobiernos democráticos latinoamericanos, el único, piensa Castañeda, que está en condiciones de “dar la cara” frente al castrochavismo, es el mexicano. Por un lado, no está vinculado a ninguna “izquierda rabiosa”; por otro, posee un líder, Felipe Calderón, que no rehuye la polémica, y que, además, postula una visión de futuro muy precisa. Cabe agregar que Castañeda no sólo es mexicano, sino que además piensa el problema desde una perspectiva mexicana. En cualquier caso, su artículo es un aporte importante para la discusión que hoy tiene lugar en América Latina con relación al siempre inconcluso tema de la construcción democrática de sus naciones.

Ahora bien, aceptando, por el momento, la opinión de Castañeda en el sentido que en América Latina hay efectivamente dos grupos de naciones, uno democrático y moderno y otro (tendencialmente) anti-democrático y arcaico, quisiera postular tres tesis adicionales que por una parte, completan su perspectiva, pero que, por otra, la contradicen parcialmente. Esas tres tesis son las siguientes:

1.- La contradicción democracia-dictadura no sólo es latinoamericana, sino que ha aparecido en la escena como consecuencia de una contrarrevolución antidemocrática internacional que comenzó a tomar forma después de la caída del llamado colapso del comunismo y del fin de la Guerra Fría.

2.- La contradicción democracia-dictadura no es reciente en América Latina. Aquello que es reciente es la forma ideológica que hoy asume.

3.- La resolución de la contradicción democracia-dictadura, no dependerá tanto de los conflictos entre diferentes estados, sino que de las luchas democráticas al interior de cada nación, particularmente al interior de Venezuela.

Intentaré a continuación fundamentar cada una de estas tesis




3. Contrarrevolución antidemocrática internacional

La contradicción democracia-dictadura no sólo es latinoamericana, sino que ha aparecido en la escena como consecuencia de una contrarrevolución antidemocrática internacional que comenzó a tomar forma después del llamado colapso del comunismo y del fin de la Guerra Fría

No deja de ser sintomático que en su artículo, Castañeda nombre, casi de pasada, a Moscú. No se trata, seguramente de un error geográfico. Es más bien una percepción que, lamentablemente, no desarrolla en su artículo. No obstante, para la fundamentación de la tesis arriba expuesta, es necesario tener en cuenta el significado de Moscú, sobre todo si se piensa que la ola antidemocrática que avanza hacia América Latina tiene una proveniencia que no sólo es latinoamericana, y en ella, la política internacional de la actual Rusia juega, y jugará, un papel preponderante.

Moscú, después de su acercamiento inicial al contexto europeo occidental, está convirtiéndose en un “número aparte”. El gobernante Putin, legitimado en elecciones democráticas, ha llevado a cabo una política marcada por un corte autoritario y potencialmente dictatorial. El genocidio que comete en Chechenia, por ejemplo, más pavoroso aún que las intervenciones norteamericanas en Irak, se realiza ante el beneplácito de la prensa europea y de sus políticos que temen, y con cierta razón, enemistarse con una potencia atómica que además maneja el monopolio del gas subterráneo.

La represión que comienza a ejercer Putin en contra de la oposición democrática rusa es aún más dura y cruel que aquella que ejercía la “nomenklatura” soviética después de Stalin (periodistas rusos que revelan las atrocidades en Chechenia aparecen “casualmente” asesinados). En otras palabras, comienza a configurarse en Rusia, una suerte de estalinismo capitalista, tanto o más imperial que el primero, el comunista. Por supuesto, ni los pacifistas europeos, ni los izquierdistas latinoamericanos, se molestan en decir una sola palabra en contra de Putin. A ellos, programados como el perro de Pawlow, sólo les interesa Bush.

Habiendo sido “liberado” de sus colonias europeas occidentales por las revoluciones democráticas de fines de los ochenta, Moscú reconstituye su núcleo imperial, erigiéndose en la capital de un complejo geopolítico euroasiático, cuya relevancia militar aún no ha sido bien evaluado. Lo cierto, es que en su “espacio vital” euroasiático, la política de Putin es abiertamente intervencionista e imperialista.




Fuera de ese espacio natural, Putin comienza a construir, al igual que sus antecesores comunistas, una amplia zona de influencia, privilegiando a todas aquellas dictaduras que sean o se declaren antinorteamericanas. Con Hussein y su “partido socialista” (Baath) mantuvo Rusia relaciones fraternales. Lo mismo ocurre hoy con la terrible dictadura socialista de Al Assad en Siria, con el fascismo islámico de los militares sudaneces, y con la teocracia-política persa. Prácticamente no hay dictadura en el mundo que no mantenga amigables relaciones con Moscú. Los amigos íntimos de Putin en América Latina se encuentran en La Habana y en Caracas. Y no sólo estamos hablando de relaciones diplomáticas. La venta de armas es un negocio que cultiva Putin con predilección. Y naturalmente, sus usuarios preferidos, son las diferentes dictaduras que asolan el mundo.

¿Cómo es posible que, justamente cuando la mayoría de los comentaristas pensara que después del fin de la Guerra Fría el mundo iba a enrielarse por senderos pacíficos y democráticos, esté ocurriendo “esto”? Esa es la pregunta que ya comienzan a hacerse algunos políticos europeos, sin saber como responder.

La verdad es que en contra de lo que imaginaron la mayoría de los analistas políticos, después de la caída del muro de Berlín tuvo lugar la disgregación del imperio soviético, sobre todo en Europa del Este, mas no así muchos de los soportes que habían permitido su expansión en otras regiones del mundo. La URSS era un imperio que articulaba a diversos “enclaves dictatoriales”. En un mundo tendencialmente democrático, esos enclaves continuaron y continuaran subsistiendo. Uno de esos enclaves dictatoriales más peligrosos era, sin dudas, el Irak de Sadam Hussein. La primera guerra de El Golfo tuvo lugar precisamente, para limitar la expansión territorial y política que buscaba Hussein en el mundo árabe. La intervención de USA se hacía en ese momento necesaria, desde la perspectiva de su estrategia internacional, debido al hecho de que Hussein y su “partido socialista”, no sólo habían sido partes de la zona de influencia soviética, sino que además mantenían múltiples contactos con la Rusia “post-comunista”. Estas son, por supuesto, razones que los gobiernos no pueden decir en voz alta, pero eso no significa que no existieron. En política internacional “aquello que no se dice” es, a veces, más decisivo que “aquello que se dice”.

Es preciso entonces diferenciar entre la ideología de una guerra y sus propósitos reales. Casi nunca lo uno coincide con lo otro. La ideología de la primera guerra de El Golfo fue liberar a Kuwait. El propósito real, la desactivación de un microimperio geopolíticamente peligroso, tanto para EEUU como para la mayoría de las naciones europeas. De la misma manera, la ideología de la guerra en contra de la Serbia de Milosevic, fue la de salvar a la población albano-kosovar. El propósito real, eso lo sabemos ahora, fue desconectar la alianza Moscú- Belgrado, la que aún durante el periodo de guerra, funcionaba muy bien. Es por esa razón que la gran mayoría de los gobiernos europeos apoyaron, incluso con entusiasmo, la acción de la OTAN. Hoy, a esos mismos gobiernos les importa muy poco la suerte de los chechenios. Si es que quiere, Putin puede asesinarlos a todos (y está a punto de conseguirlo). Eso es un problema ruso, no europeo ni mundial. Incluso algunos de esos complacientes gobiernos, aplauden a Putin, cuando en un acto de extrema audacia, acusa él (precisamente él) a los EEUU de violar a los “derechos humanos” en Irak. Naturalmente, EEUU los ha violado, y esa es la carga que arrastrará la nación norteamericana durante mucho tiempo. Pero que el acusador sea Putin, no deja de ser grotesco, por decir lo menos.

Es imposible negar que en su proyecto internacional Putin haya logrado grandes éxitos. De hecho, está en vías de restaurar el “núcleo duro” de la antigua URSS: la hegemonía rusa en la región euroasiática. Casi todas las naciones “Tan” (Kasachtan, Usbekistan, Tudchitikistan, Turkmenistan), además de Aserbaidchan y Kirgesien, ya forman parte de su “zona”. Bielo Rusia, a través del dictador Lucazensko, es un aliado leal a Rusia. Tanto Ukrania como Georgia, viven amenazadas por Moscú. Incluso, se tiene la impresión que, la UE y los EEUU, han acordado que “Eurasia” sea el territorio “natural” de Rusia en el futuro. Si las naciones euroasiáticas se rebelan frente a esa alternativa tan siniestra, y Rusia, con su proverbial gentileza las aplasta, mala suerte. Les tocó vivir en el lado “falso” de la historia. Lo importante, para la EU y los EE UU es, por el momento, que Putin no traspase esos límites tácitamente asignados.

No obstante, todo imperio, y el ruso ya lo es, no sólo se contenta con ejercer su hegemonía en su “espacio vital”; precisa además de la creación de zonas de influencia que lo apoyen -por lo menos políticamente- en otras regiones. De hecho, Moscú, en los futuros conflictos que le esperan con EEUU y/o con la UE, ya cuenta con aliados leales en el mundo árabe e islámico. Ya sean las dictaduras militares que existen en Siria, Libia o Sudán; ya sean teocracias como las de Irán, lo cierto es que Putin ha logrado restablecer el sistema de alianzas geopolíticas que heredó de la URSS. Moscú se está convirtiendo, lentamente, en la vanguardia de la contrarrevolución antidemocrática del siglo XXl.

Cuando y como llegará Moscú a coordinar con China y Corea del Norte, es sólo cosa de tiempo. Incluso ya está extendiendo su expansión, por ahora política y armamentista, hacia donde menos se esperaba: hacia América Latina, fundamentalmente, a través del eje Cuba-Venezuela.




4.- El “test” castrochavista

Un detalle más que curioso, es que la iniciativa de reconexión rusa hacia América Latina no partió de Moscú, sino que del propio eje Cuba- Venezuela. Su lugar público de cristalización fue la propia ONU, cuando a mediados del 2006, el presidente Chávez levantó la candidatura de Venezuela para ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad.

Que Venezuela iba a ocupar dicha plaza en la ONU, era de por sí un bien entendido para muchas naciones. Eran muy pocos los países del mundo que estaban en contra de tan legítima aspiración. Sin embargo, el Presidente Chávez hizo de la ocupación de esa plaza, un tema de confrontación internacional. Derrochando enormes cantidades de recursos, viajó por todos los continentes, buscando apoyo para la supuesta lucha de Venezuela en contra del “imperio”. Rápidamente, Rusia, y todos sus satélites, acordaron sumarse a la “alternativa antiimperialista” del Presidente Chávez. Ello llevó, automáticamente, a la gran mayoría de los países de la EU, a ponerse en contra de la iniciativa venezolana que, repito, bajo otras condiciones, habrían apoyado. La entrada de Venezuela a la ONU se convirtió así, para Castro y Chávez, después para Putin, en un medio para crear, al interior de la propia ONU, un bloque de naciones opuestas a la hegemonía de los EEUU. En esas condiciones, lo menos que interesaba a Chávez y a Castro era que Venezuela ocupara un puesto en el Consejo de Seguridad. El objetivo era sólo propinar una derrota contundente a los EEUU. Dicha estrategia lleva, evidentemente, la firma y el sello, no sólo de Putin, sino que, además, de Fidel Castro.

Efectivamente, desde que Cuba es “socialista”, Castro no ha abandonado jamás un proyecto en el que, de una manera u otra, siempre fracasa. Ya sea, creando “internacionales” como la Tricontinental o la OLAS, en los años sesenta; ya sea, incursionando militarmente en África durante los setenta, ya sea, manipulando a “los países no alineados” (organización pro-soviética que ya desapareció), Castro ha intentado la creación de una estructura antinorteamericana de carácter internacional que sirviera a Cuba para romper su permanente aislamiento. En ese proyecto, embarcó a Chávez y a Evo Morales, en su fracasada “batalla de la ONU”. El resultado es conocido. Venezuela quedó fuera del Consejo de Seguridad. Más del 95% de las naciones que apoyaron a Venezuela, eran dictaduras. Y en lugar de aparecer una línea divisoria entre “los pueblos revolucionarios” y el “imperialismo norteamericano”, lo que lograron Castro y Chávez (más Putin) fue establecer una división entre naciones democráticas y naciones dictatoriales. De este modo, aunque el gobierno de Chávez no era (todavía) una dictadura, entró junto con Cuba, y arrastrando (lamentablemente) a Bolivia, a formar parte de la contrarrevolución antidemocrática internacional de nuestro tiempo. Las relaciones entre Rusia y el eje Venezuela-Cuba, han continuado, por supuesto, intensificándose.

Esas son las razones por las cuales sostengo que los dos bloques de naciones latinoamericanas que muy bien detecta Castañeda, son expresiones de una contradicción que no sólo es latinoamericana, sino que es mundial.

No obstante, la contradicción democracia- dictadura no es reciente en América latina. Me atrevería a afirmar incluso, que esa contradicción marca a la historia de América Latina. Desde la independencia respecto a España y Portugal, esa ha sido -para parodiar la expresión del Presidente Mao- la contradicción fundamental de nuestro continente. Pero, aludiendo de nuevo al marxista-confuciano Mao, para comprender un fenómeno histórico no sólo es necesario detectar a la contradicción fundamental, sino que también a la parte fundamental de la contradicción. Esa parte fundamental es la que distingue muy bien Jorge Castañeda en el artículo comentado.

Es hora entonces de pasar a fundamentar mi segunda tesis, que dice así:

La contradicción democracia-dictadura no es reciente en América Latina. Aquello que es reciente es la forma ideológica que hoy asume.

5.- La contradicción fundamental

Si he afirmado que la contradicción política fundamental de la historia de América Latina ha sido la que se da entre dictadura- democracia, es necesario precisar que, la expresión dictatorial ha sido siempre militar. De ahí que la contradicción democracia- dictadura, ha tomado, además, la forma de: “o gobierno militar-o gobierno civil”. Visto el problema desde esa perspectiva, cabe considerar que, efectivamente, hasta los años ochenta, las dictaduras militares tendieron a predominar en América Latina por sobre la existencia de gobiernos civiles.

No es ninguna casualidad que la desmilitarización de la política latinoamericana haya sido coincidente con el derrumbe del comunismo, acontecimiento que puso fin a la Guerra Fría. Esa coincidencia no casual, que por un lado lleva al surgimiento de estructuras democráticas en los países de Europa del Este, y al establecimiento de gobiernos democráticos en aquellos países latinoamericanos donde la bota militar había sido más implacable (Chile, Argentina, Uruguay y Brasil), no ha sido evaluada con suficiencia en la literatura política de nuestro tiempo. Sin embargo, la coincidencia existe, y repito, no fue casual. Tiene que ver, sin duda, con la “ola democrática” detectada por Huntington en los años ochenta. En otras palabras: Con el ocaso de la mayoría de las dictaduras latinoamericanas, nuestro continente se sumaba a la revolución democrática mundial que parecía tener lugar después del fin del comunismo. Efectivamente, las dictaduras militares latinoamericanas, ya sea en su radical forma anticomunista, como la de Pinochet en Chile, ya sea en su radical forma antinorteamericana, como la de Castro en Cuba, no pueden ser sino explicadas en el marco de las condiciones determinadas por la Guerra Fría. En cierto modo, tanto la una como la otra, eran dictaduras de “representación”.

Estoy seguro que a más de algún lector de izquierda, incluso de la llamada izquierda “crítica”, molestará el hecho de que yo haya nombrado a Fidel Castro junto con Pinochet. Debo decir que lo siento mucho, pero yo no escribo para dejar contento a nadie. Por eso pido, a quienes molestan estas líneas, un pequeño esfuerzo intelectual. Pues quien quiera contradecirme deberá demostrarme que en Cuba no hay una dictadura, y que el poder político no reside en el Ejército. Deberá demostrarme además que en Cuba no hay presos políticos, ni exiliados (la cifra más alta de refugiados políticos del mundo, en proporción a la población del país) ni asesinatos por razones políticas (la cifra es muy superior a la de las dictaduras chilena y argentinas, más de 8.000 “ejecutados”, según informaciones de la directora Ejecutiva del “Archivo Cuba”, en informe presentado en Madrid el día 7 de marzo del 2007).

Que la ideología de una dictadura sea diferente a la de otra, carece, en este caso, de la menor importancia, pues este artículo no se ocupa de asuntos ideológicos.

Aquello que diferenciaba a la dictadura militar cubana de las dictaduras militares de los años sesenta y setenta en América Latina, aparte de su ideología, era naturalmente su pertenencia al bloque imperial soviético, mientras que las demás dictaduras se ubicaban en una posición antisoviética que, por supuesto, era favorecida por los EEUU (lo contrario habría sido ilógico). Más, después del colapso del comunismo, la dictadura de Castro, ya sin bloque de pertenencia internacional, pasó a ubicarse en la larga galería de las dictaduras militares centroamericanas y caribeñas. Castro no pertenece sólo a la historia de las dictaduras del Este europeo, sino que también a la historia de su país y de su región. En ese sentido, los hermanos Castro, en el espacio de una “periodización larga”, pueden ser percibidos como continuadores, en formato ideológico comunista, de las dictaduras de Machado y de Batista. Las revoluciones no son casi nunca tan revolucionarias como sus seguidores imaginan.




Desde que Napoleón continuó la línea del poder absoluto en nombre de la revolución, o desde que Stalin continuó la línea del zarismo en nombre del marxismo, la estrecha relación que se da entre revolución y restauración, se ha venido repitiendo sin pausa en la historia. Suele suceder así, que no hay nada más reaccionario que una revolución. La Cuba de Castro no es la excepción. La Venezuela de Chávez, tampoco. Allí, como ya han detectado algunos perspicaces historiadores, parece tener lugar, en nombre de la revolución, la restauración del militarismo dictatorial de Gómez y de Perez Jimenez, aunque esta vez, bajo un diferente formato ideológico (socialista/nacional). A los militares no les interesa tampoco la ideología que los llevará el poder. Para alcanza el poder, cualquier ideología es “buena”. Pueden aparecer como nacionalistas, anticomunistas, comunistas, pro-rusos, pro-norteamericanos. Los que interesa, es el poder. Y en Cuba y Venezuela, ya lo tienen.

Los militares en el poder pueden incluso mutar de ideología. Recordemos las excelentes relaciones que estableció la URSS con la dictadura de Videla en Argentina. Aún tengo en mi biblioteca, ejemplares de la “Revista internacional”, donde teóricos comunistas soviéticos y argentinos, destacaban el “carácter progresista” de la dictadura militar argentina. No sólo EEUU ha apoyado a los militares latinoamericanos en el poder. La URSS también lo hizo: Batista, Camaño, Velasco Alvarado, Torres, Noriega, Videla y varios más, contaron con el apoyo directo o indirecto de la URSS. El militarismo castrochavista no es, desde esa perspectiva, demasiado novedoso. Hoy, mirando la historia a través de una “periodización larga”, se entiende mucho mejor porque hoy Rusia apoya al militarismo castrochavista. Del mismo modo, la contradicción entre democracia civil y dictadura militar, mantiene su continuidad en el tiempo. Después que el militarismo se batiera en retirada hoy, a través del castrochavismo, ha vuelto a las andadas. El castrochavismo es, desde esa perspectiva, la vanguardia de la contrarrevolución antidemocrática de nuestro tiempo, en suelo latinoamericano.

Estos son mis argumentos a favor de la tesis que sostiene que la contradicción democracia- dictadura militar no es reciente sino que constante. El castrochavismo es parte de la continuidad histórica del continente latinoamericano. Habiendo aparecido justo en los momentos en que la mayoría de las naciones del continente se abrían a la alternativa democrática, no puede sino ser visto, desde la perspectiva de, como la llama Laclau, “la revolución democrática de nuestro tiempo”, como un fenómeno histórico retrógrado, reaccionario, e intrínsicamente contrarrevolucionario.






Por supuesto, hay que agregar que ningún régimen militar es igual a otro. Lo que sostengo es que la alternativa dictatorial, que es la que se opone en América Latina a la alternativa democrática, ha sido, es, y será, una alternativa militarista, independientemente a que los militares sean rojos, verdes o grises. Lo dicho significa, a su vez, que éste artículo no debe ser interpretado como un ataque a la profesión militar. La profesión militar es tan digna como cualquiera otra. Aquello que sí sostengo, y con fuerza, es que el lugar que ha de corresponderles a los militares, en toda democracia, no es el lugar del gobierno. Pastelero a tus pasteles, generales a tus cuarteles, y políticos a tus partidos, para hacer oposición y gobierno.

6.- La amenaza dictatorial

El eje castrochavista, ha logrado, según Jorge Castañeda, coordinar a su alrededor a algunos gobiernos como los de Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua, y en cierto modo, Kirchner en Argentina. Este es para Castañeda, el bloque al que deberían enfrentar, pero no enfrentan, el resto de los países latinoamericanos. Es por esa razón que, con justificada impaciencia, exige al gobierno de su nación, México, que tome la iniciativa e inicie la batalla política por la democracia. Ahora, independientemente a que, a primera vista, Latinoamérica aparece dividida en dos bloques políticos, tengo la impresión que el problema es algo más complejo. Ha llegado pues el momento de defender mi tercera y última tesis que dice así:

“La resolución de la contradicción democracia-dictadura, no dependerá tanto de los conflictos entre diferentes estados, sino que de las luchas democráticas al interior de cada nación, particularmente al interior de Venezuela”

La enunciación de esa tesis, lleva necesariamente a preguntarse si aquellos grupos de naciones que detecta Jorge Castañeda son realmente grupos, en el sentido exacto del término. Brasil, Chile, Perú, Colombia, México, Uruguay no pertenecen efectivamente al grupo castrochavista, pero eso no lleva a definirlos como un grupo político particular. Efectivamente, cada una de esas naciones tiene diferentes tipos de gobiernos, diferentes intereses y diferentes aliados internacionales. Sólo serían un grupo particular a partir de la definición de lo que no son (castrochavistas), y eso es muy poco para hablar de un bloque político. Desde una mirada inversa, es necesario también preguntarse si Bolivia, Ecuador o Nicaragua, son naciones no democráticas. Que sean gobernadas por partidos de izquierda o por líderes que utilizan una retórica revolucionaria, no lleva en ningún caso a definir a ninguna nación como antidemocrática.




Lo más normal que puede ocurrir a un país es que una vez gobierne la izquierda y otra vez la derecha. Y efectivamente, los gobiernos nombrados, son gobiernos de izquierda, que se han articulado alrededor de un eje controlado por dos liderazgos, uno abiertamente dictatorial que es el cubano, y otro cada vez más antidemocrático, que es el venezolano. Para el castrochavismo, la democracia no es un objetivo, sino que un simple medio instrumental en el marco de una estrategia “de toma de poder”, que en este caso aparece representada en el slogan (no es más que eso) del socialismo del siglo XXl. De tal modo, el problema de la antidemocracia no está en la periferia del bloque antidemocrático, sino que en el eje del bloque, en este caso, en el castrochavismo. No son naciones políticamente débiles como Bolivia, Ecuador o Nicaragua, las que representan un peligro para la democracia en la región, sino que la formación de un eje antidemocrático hegemónico, que es el castrochavismo. Esa es -para volver a jugar con una de las frases de Mao- la parte fundamental de la contradicción fundamental.

Ahora bien, resulta difícil imaginar -y con ello contradigo en parte una opinión de Castañeda- que algún gobierno, supongamos, el de México, pueda iniciar una disputa con la dictadura cubana. Como ocurre con cualquiera dictadura, con la cubana es imposible discutir. Con el régimen castrista sólo se puede negociar; discutir no tiene sentido. Nadie va a convencer a los hermanos Castro que una democracia representativa, con partidos, parlamento, división de poderes, es mejor que un sistema totalitario. No ocurre lo mismo en el caso venezolano, donde la lucha por la democracia se mantiene, y muy firme.

Cierto es que en Venezuela, los fundamentos propios a toda estructura democrática han sido gravemente dañados. En la nación venezolana no hay división de poderes, y el Presidente está embarcado en un proyecto que llevará a la formación de un partido único de poder y a la prolongación indefinida de su mandato. El Parlamento, en parte, por culpa de una mala política de la oposición, es un aparato absolutamente dependiente del ejecutivo. Lo mismo ocurre con el poder judicial. El régimen es radicalmente personalista, hasta el punto que los símbolos nacionales (sacramentos de toda democracia), son cambiados de acuerdo con el humor con que un día amanece el Presidente. Aniversarios de cruentas asonadas golpistas, han sido declarados como fiestas patrias, y el ejército, frente a su general en jefe, grita consignas necrófilas, entre otras, la amenazante “Patria o Muerte”. Los resultados electorales de diciembre del 2006, condujeron a la consagración del personalismo autoritario militar en términos casi absolutos. Existe, de hecho, en el momento que escribo estas líneas, una dictadura (por el momento) constitucional.




Cierto es también, que el Presidente venezolano está empeñado en reconstruir el sistema político, dando origen a un sistema de tipo corporativo formado por cuatro gradas. En la base, los consejos comunales, organizados en líneas verticales desde el Estado. En el medio, el Ejército, como institución tecnocrática y represiva, subordinado a la Presidencia. Luego, el “Partido Único Socialista” (¡PUS!), formado por funcionarios dóciles al Presidente. Y en la cúspide, el Presidente rodeado por un grupo de sus amigos más íntimos (entre los que se cuenta, como en Cuba, un hermano), quienes cumplen funciones burocráticas, ministeriales e incluso ideológicas.

Como la ideología comunista del siglo XX está demasiado desprestigiada para cumplir una función legitimatoria, el Presidente Chávez ha mandado confeccionar a sus “intelectuales orgánicos”, una ideología “ad hoc”, a la que ha puesto el pomposo título de “Socialismo del Siglo XXl”. Hasta ahora nadie sabe que es lo que ello significa, pero eso no parece importar al Presidente. El Socialismo del siglo XXl es simplemente todo lo que el Presidente hace y hará en nombre del socialismo del siglo XXl.

Tiene razón entonces Jorge Castañeda cuando teme que el “modelo de poder” del castrochavismo sea exportado, junto con el petróleo, a otras naciones latinoamericanas, sobre todo a aquellas que ya están girando alrededor del eje Cuba- Venezuela. Tiene razón además, cuando deja entrever que ese bloque pueda, y de hecho está ocurriendo, articularse con poderes mundiales como Rusia, Siria, Irán, incluso Corea del Norte. No obstante, y esta es mi posición, si bien desde una perspectiva histórica de “corto plazo”, las amenazas son evidentes para la democracia latinoamericana, estimo que, mirado el panorama desde una probable perspectiva de “periodización larga”, la situación parece algo más tranquilizante.

7.- El futuro no es quizás tan negro

Efectivamente, mirando la situación en perspectiva histórica, se obtiene la impresión que, después de las diversas elecciones que tuvieron lugar en América Latina durante el 2006, el poder chavista ya alcanzó los límites de su crecimiento, tanto externo, como interno.

Países como Bolivia, Ecuador, incluso Nicaragua, que aparecen por el momento como satélites del eje castrochavista, no poseen estructuras políticas estables. Por el momento, los presidentes recién elegidos, gozan de popularidad. Pero esa popularidad no dura, por lo general, más de dos años. Después de ese breve periodo, dichos gobiernos, enredados en las madejas de la inevitable corrupción, entrarán a realizar para mantenerse –como también suele ocurrir- concesiones a los sectores opositores. Ya es interesante constatar que durante la visita de Bush a diferentes países de América Latina, Evo Morales no se sumó a la campaña de insultos iniciada por Chávez. En ningún caso, entonces, la periferia del eje es un capital político seguro para el “castrochavismo”.

Además, el año 2008, el Presidente Bush abandonará el gobierno, hecho que tendrá una importancia enorme para el curso de la política venezolana. Bush, debilitado políticamente, es, como es sabido, el signo negativo de identificación del Presidente Chávez ¿Qué hará Chávez sin Bush? La gran mayoría de los observadores están de acuerdo en que Chávez necesita de Bush para perfilarse internacionalmente. Sin Bush, todo el espectáculo que monta Chávez -y no sólo en Venezuela- para aparecer como el anti-Bush, se vendrá al suelo. Probablemente, más de algún lector pensará que esos son detalles sin importancia. Puede ser, en verdad, que esos detalles no importen en cualquier país que no esté dominado por la tónica populista. Pero, para un gobierno radicalmente populista, dichos símbolos negativos son de enorme importancia. El populismo vive de símbolos negativos. Y Chávez ha logrado construir toda su simbología alrededor de Bush. En cierto modo, él ha ligado su destino simbólico al de Bush. El pequeño problema es que Bush es revocable. Ni el Presidente Chávez, con todos sus poderes, está en condiciones de asegurar un mandato indefinido al presidente Bush. Sólo cuando se vaya Bush, comprenderá Chávez, cuan grande era su amor por Bush. El amor verdadero sólo se descubre cuando se pierde.

Hay que considerar, además, que uno de los más grandes enemigos del chavismo, puede ser el Presidente Chávez. Su capacidad para crear resentimientos y aversiones, tanto hacia el interior, como hacia el exterior del país, es notable. Muchas veces, el Presidente Chávez se mueve en la política, como un elefante en una tienda de fina porcelana. Liberado de toda sujeción institucional, autonomizado de todo tipo de relaciones no sólo con la oposición sino que con respecto a sus propios partidarios, dará curso a su infinito caudal de fantasías, intensificará el montaje de sus frases heroicas, probablemente insultará a diversos mandatarios como lo ha venido haciendo consecuentemente, y con ello, irá ampliando su ya notorio aislamiento internacional. Por cierto, los altos precios del petróleo, podrán todavía ayudarlo; pero confiar una política en precios hoy desconocidos, no deja de ser un riesgo enorme.

En cualquier caso, Chávez no podrá, durante mucho tiempo más, mantener el ritmo afiebrado que impuso a “su revolución” después de las elecciones de diciembre del 2006. Lentamente, los más lúcidos chavistas van comprendiendo que el Presidente maneja su vehículo en dirección contraria al tráfico. Los acuerdos (y abrazos) entre Lula y Bush en torno al etanol, fueron sin duda un revés muy grande para “la revolución bolivariana”. Vendrán muchos otros. Lentamente comenzará un proceso de deserciones al interior del chavismo. Es inevitable; siempre ocurre así. Pues, el chavismo no es un todo homogéneo. Aparte del “núcleo duro”, altamente fanatizado, hay diversos segmentos que no quieren seguir al Presidente por todos los caminos. Hay dentro del chavismo, algunos grupos, sobre todo ciertos intelectuales, que aceptaron la posibilidad chavista como una alternativa de reformas económico-sociales, pero no están dispuestos a acompañar al Presidente en una estrategia de toma de poder que deberá culminar en una dictadura militar. Hay otros que intentarán salvar su imagen pública, y se distanciarán poco a poco del poder central.

Pero, el hecho más decisivo, se encuentra, a mi juicio, en que, hasta ahora, el Presidente Chávez no ha logrado desarticular a la oposición democrática de su país. Ese cuarenta por ciento (algo menos, algo más) se ha mantenido incólume desde que hay chavismo. Esa es la diferencia fundamental entre la revolución cubana y la que intenta llevarse a cabo en Venezuela. Castro destruyó, incluso físicamente, a la estructura política de su nación.

Cuando Castro llegó al poder, existían en Cuba cuatro formaciones que habrían servido de base para dar origen a una magnífica democracia política. El Partido Ortodoxo, el Partido Auténtico, el Movimiento 26 de Julio y el Partido Comunista. Existía, además, la Constitución de 1940, una de las más progresistas de América Latina, justamente la misma en nombre de la cual Castro llamó al levantamiento nacional. La llamada revolución cubana (de la cual la guerrilla en la sierra era sólo una parte, y no la más importante) al mismo tiempo que derrocó a la dictadura de Batista, asestó un cruento golpe de estado a una democracia viable que antes de Batista ya había existido en la nación, y que seguía latente cuando Castro llegó al poder. Después vinieron los fusilamientos en masa. Castro cometió así un politicidio de increíble magnitud. La historia, seguro, cuando de veras comience a escribirse, no lo absolverá. La leyenda construida por los acólitos del régimen, quienes todavía quieren hacernos creer que aquello que sucedió era “inevitable” (es el mismo argumento de los generales golpistas sudamericanos), se vendrá abajo apenas en Cuba los historiadores puedan desempeñar libremente su profesión. En Venezuela ha ocurrido en cambio, algo muy distinto.

Cuando hace ocho años, Chávez accedió democráticamente al gobierno, los dos principales partidos de la nación, Acción Democrática y Copei, estaban desgastados, sumidos en los pantanos de la corrupción, y vivían una profunda crisis de legitimación. Justamente esa crisis fue la que facilitó la ascensión del chavismo.



Hoy, en cambio, la oposición, sobre todo después de las elecciones del 2006, se encuentra en una interesante fase de ordenamiento interno. Sus partidos mayoritarios, Nuevo Tiempo y Primero Justicia, ya han reemplazado a los dos partidos “históricos”. Ha tenido lugar así, un muy interesante “relevo hegemónico” en el espacio grande de la oposición democrática venezolana.

La oposición democrática venezolana se encuentra en franco proceso de recuperación. Los mejores intelectuales del país, son opositores. Tengo la impresión, incluso, que la actual “clase intelectual” venezolana es, en estos momentos, la más vital del continente latinoamericano. Su nivel de compromiso a favor de la democracia es encomiable. Prácticamente no deja pasar “una” al régimen. Y así como la TV se convirtió en un aliado de los levantamientos democráticos que pusieron fin a las dictaduras comunistas de Europa del Este, la Internet es el medio preferido de intercomunicación de ideas entre los muchos opositores al régimen. Los políticos de oposición, han entendido igualmente, que no es suficiente defender a las libertades políticas si es que éstas no van acompañadas de un programa amplio y profundo de reivindicaciones sociales. Lentamente, algunos sectores del chavismo, han entendido también, que no es suficiente desarrollar un programa de reivindicaciones sociales, si éstas no están garantizadas institucionalmente por un sistema que asegure las libertades políticas más elementales. Ambas tendencias tendrán, alguna vez, que coincidir. En alguna medida, ya están coincidiendo.

Una de las astucias más astutas de la razón histórica es que el Presidente Chávez ha logrado la recomposición política de su nación. Aunque, en su contra. Eso significa, que cuando se vaya Chávez, no habrá en Venezuela ningún “vacío de poder”, como el que habrá en Cuba, cuando los Castro se vayan de esta vida.

En fin, y ésta es mi principal diferencia con el excelente artículo de Jorge Castañeda: no será tanto en la acción de algún Estado democrático del continente, sino que en la lucha democrática al interior de cada nación, particularmente en Venezuela, donde se resolverá la que él llama: “la batalla de América Latina”.

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