martes, 18 de marzo de 2008

Cristina y el mundo real.
Por Eugenio Paillet

Los primeros cien días de gobierno son para los gobernantes del mundo, y para quienes los votaron, una fecha de corte. Permite repasar y analizar los trazos iniciales de la flamante administración y hacer un pronóstico con algún fundamento más sólido que el del arranque de la gestión, sobre lo que puede esperarse de ellos a futuro y de sus políticas. Factores de coyuntura pueden, en algunos casos, condicionar esa visión; por ejemplo, a raíz de la aparición de conflictos impensados o imprevistos. Pero, en líneas generales, al llegar a ese momento del calendario, unos y otros --mandatarios y ciudadanos-- podrán comenzar a tener nociones más claras de a qué atenerse. O qué les espera.

La Nueva Provincia 18/3/200811:44hs

Apenas cumplidos sus primeros cien días de gobierno, lo primero que puede decirse de Cristina Fernández es que ha comenzado a enfrentar los conflictos del mundo real. Y también, en algunos casos, a tropezar con ellos. Atrás han quedado situaciones que pusieron mantos de duda sobre su real capacidad de gestión, sobre su mayor o menor dependencia de su marido y ex presidente --para muchos el verdadero poder en las sombras-- y algunos conflictos que le llovieron del cielo y que con mayor o menor suerte, con más improvisación que cintura política, lo cierto es que supo administrar. Un claro ejemplo de esto último fue el enfrentamiento con Estados Unidos por el escándalo del valijero venezolano. La diatriba verbal que usó la presidenta para ofender a la Casa Blanca le costó ponerse al límite del enfriamiento total de las relaciones bilaterales. Pero luego todo se acomodó y hasta se vislumbra en el kirchnerismo alguna estrategia en marcha para enderezar a niveles nunca conocidos durante la presidencia de Néstor Kirchner el trato con Washington. Alberto Fernández, el embajador Héctor Timerman y hasta el propio Kirchner son puntas de lanza de ese plan en ciernes. La presidenta enfrenta ahora una serie de conflictos que la vuelven a la realidad de la gestión, tras un arranque en el que no le faltaron oportunidades para atender las relaciones exteriores y mostrarse activamente en foros externos, como en la reciente cumbre de Santo Domingo. Puede decirse que allí ha hecho lo que mejor le sale y lo que más le gusta. El gobierno tiene en sus manos la solución de problemas reales, que en la mayoría de los casos encierran consecuencias que pueden afectar al ciudadano en varios costados. El reclamo de los hombres de campo por las retenciones, que suponen una nueva metida de mano de la administración en sus bolsillos; el extendido paro de los ganaderos, que provocaría una escasez de carne en las góndolas y una suba del precio del producto, que por lo general afecta a los sectores de menores recursos; la persistencia de temas que irritan al ciudadano de a pie, como la inflación y el desparpajo con el que se mueve el intolerable secretario de Comercio, Guillermo Moreno, plantado en rol de patotero de barrio, con el más que evidente paraguas protector de su antiguo jefe y con la mirada entre resignada y cómplice de la presidenta. Una verdadera piedra en el zapato constituye para Cristina el irredento drama de la inseguridad, que golpea a todos los argentinos por igual, sin distinción de clases sociales. Y, por si fuera poco, se ha agigantado hasta niveles insoportables el problema de la inseguridad vial, con índices récords de muertes en las rutas en las últimas semanas. En el primer caso, el gobierno no ha hecho nada. Error: ha mandado esta semana a decir en público al vicepresidente Julio Cobos, sin que se le conmoviera un músculo de la cara, que la inseguridad, como la inflación, es una "sensación" que la ciudadanía traslada de generación en generación. En materia de seguridad vial, las autoridades sólo se han dedicado a poner parches aquí y allá, como la decisión de prohibir el tránsito de camiones por las rutas durante el feriado de Semana Santa. Es como querer tapar el mar con un grano de arena. El problema es muchísimo más grave que eso y bastante más viejo en el tiempo que los repentinos aprestos de los funcionarios por mostrar que están preocupados por la monumental cantidad de víctimas. Un hombre de la administración ha dicho que si se hubiese obligado a la concesionaria de la ruta de la tragedia de Dolores a levantar un puente sobre nivel en el cruce ferroviario al tiempo que construía la autovía, muertes insensatas se habrían evitado. Son estos mismos funcionarios, ahora preocupados por el flagelo, quienes suelen culpar a esas empresas de cobrar cifras monumentales en materia de peaje mientras lo único que ofrecen a cambio es mantener bien cortado el pasto de las banquinas. ¿Qué dice Cristina? En la Casa Rosada se asegura que, al margen de la escena internacional, que la cautiva y entusiasma, la presidenta muestra real preocupación por dos temas centrales, como son la inflación y las desconfianzas que genera en la gente la fantasiosa medición de Moreno, y la inseguridad. "Son dos cuestiones que, a la corta o a la larga, pueden impactar en el humor social", reflejan algunos comentarios. El tema de los crecientes accidentes de tránsito, con su secuela de muertos y heridos, es otro de sus desvelos. No en vano se la ha escuchado reclamar casi en tono de ama de casa, a todos los actores por igual, sobre las responsabilidades compartidas, durante varios actos por otras cuestiones en el Salón Sur. Un rasgo la distingue, si se busca una inevitable comparación, con la gestión de su marido. Contrariamente al estilo trasgresor e impetuoso del ex presidente, a quien pocas veces le importaban las consecuencias de sus actos, ella suele medir los alcances y los resultados de tal o cual política. De allí aquellas preocupaciones sobre temas cotidianos, que impactan en el ciudadano de a pie, y sus constantes reclamos a sus colaboradores para que le acerquen las mejores y más rápidas soluciones. No siempre lo consigue, como acabamos de ver. Es evidente, para quienes la conocen, que a ella no le gusta Moreno y mucho menos le gustan sus métodos para domar empresarios y tomarle el pelo a la gente con números groseramente manipulados. Pero, en este caso, como en otros muy puntuales, remite toda la autoridad y el manejo de esas verdaderas piedras en el camino a la autoridad de Puerto Madero. Lo mismo puede decirse del secretario de Transporte, Ricardo Jaime. O de aquella idea inicial suya de no ofrecerle una ratificación en el cargo al ministro de Planificación, Julio de Vido. Son todos hombres de Néstor, y su continuidad en los cargos no está en discusión ni sujeta a negociación alguna, suelen admitir los confidentes. Veamos un ejemplo. Cristina despotricó esta semana contra Jaime. Fue después de hablar en su despacho con Fabiana Ríos, la gobernadora de Tierra del Fuego. El secretario de Transporte ha convertido en un desbarajuste mayor el manejo de la política aerocomercial. Y dicen sus enemigos que no descansará hasta sacarles Aerolíneas Argentinas a sus actuales dueños, para meter otra vez al Estado en el manejo de la línea de bandera. La mandataria sureña, aliada política de Elisa Carrió, fundamentó con papeles en la mano, delante de la presidenta, el enorme daño que le hace a su provincia la falta de vuelos que lleven la inmensa masa de turistas, en especial extranjeros, deseosos de llegar hasta esas bellezas naturales. Imposible plantearlo en Buenos Aires: Jaime no le atiende el teléfono. Si sólo dependiese de ella, Cristina habría echado de un plumazo al secretario. Pero vuelta a lo dicho: no es un hombre sobre el que pueda ejercer autoridad sin colisionar duramente con el verdadero jefe de ese y otros hombres que reportan directamente al cuartel de Kirchner. Es muy probable, por el mismo andarivel, más allá de las frases encendidas que le pueda haber dedicado en público, que también Cristina considere a Hugo Moyano uno de los representantes de la vieja y más cuestionada clase política. De hecho, reconoció que el camionero y sus pares no son carmelitas descalzas, cuando lo visitó en aquella demostración gremial del Club Deportivo Español. Pero, en la intimidad, la presidenta considera como uno de sus más grandes y flamantes éxitos, a la hora de analizar la realidad y no la ficción de su breve gestión, el haber podido domesticar a los gremios y encolumnarlos detrás de la política salarial que plantó la Casa Rosada. No es ni más ni menos que esto: para Cristina, acordar con Moyano y el resto de los caciques gremiales es sinónimo de paz social garantizada para los próximos dos años. Así lo dicen confidentes del primer piso de Balcarce 50. Esto es así no sólo por las cifras de los aumentos acordados, más allá de algunas amenazas de desmadre que nunca se han concretado y forman parte de las chicanas de toda negociación. También porque se han pactado cláusulas de reajuste que permiten al gobierno ponerse a cubierto de futuras protestas, como paros o manifestaciones callejeras. Hay que decirlo: ese éxito del que se vanagloria la presidenta, asimismo, es posible por la existencia de empresarios que despotrican en privado contra la administración, contra sus métodos y contra algunos de sus protagonistas, pero que luego, en público, van y ponen la firma a los contratos como el más disciplinado de los soldados del kirchnerismo. Conclusión: Cristina ha comenzado a toparse con la dura realidad de tener que administrar la crisis. Pasaron los cien días de prueba y ahora es tiempo de gestionar. Lo que se ha visto es un poco de cal y otro poco de arena. Factores de poder, como el campo, se le animan con paros y protestas tal vez impensados en la gestión anterior. Los duros caciques sindicales se le han rendido a sus pies, aunque primero hayan reportado a las oficinas de Puerto Madero. La inflación y la ola de violencia son potros indomables que pueden afectar en el corto plazo su relación con el electorado. Habría que buscar allí la razón, por caso, de su flamante decisión de convivir en buenos términos con Mauricio Macri. Es un adversario tal vez de temer a futuro, pero gobierna un distrito al que es necesario conquistar y no expulsar con peleas políticas o decisiones desacertadas, como la persistencia en negarle al intendente el manejo de una policía propia. Algo de esto, planean en la cima, va a cambiar.

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