El campo y su dignidad; el gobierno y su soberbia.
Por Jorge R. Enríquez
El campo se puso de pie sobre su dignidad y el gobierno se paró sobre la soberbia.
Los pseudo-progresistas que nos gobiernan atrasan tantas décadas en su pensamiento que siguen creyendo que el campo es el culpable de nuestras desgracias y que los productores rurales son oligarcas que viven, en castillos parisinos, de las rentas que les dan las vacas, que engordan solas. Hasta deben creer que viajan a Europa en suntuosos transatlánticos, llevando estos nobles animales para que les den leche fresca durante la travesía. Esa visión, además de ofensiva para las familias que trabajan de sol a sol en nuestros campos, es producto de una supina ignorancia. Quienes más sufren las arbitrarias retenciones a las exportaciones no son los grandes empresarios, sino los pequeños. Son ellos, los que viven de su trabajo, los que han dicho basta. Este progresismo a la violeta debería agradecerle al campo. Sin él, sin la tecnificación que tuvo en las últimas décadas, no se habrían podido aprovechar las excepcionales circunstancias económicas del mundo actual, signadas por un aumento extraordinario de los precios de las materias primas. Lo inteligente, cuando se tiene una ventaja competitiva tan grande, es sacarle provecho. Si hay altos precios, mucho mejor. Es la señal para que se invierta en ese sector y se multiplique la producción, lo que a su turno se traduce en mayores puestos de trabajo, más riqueza y mayores recursos fiscales por la simple aplicación de los tributos ordinarios. Nuestros cráneos progresistas -o, hablando en términos rigurosos, retardatarios- obraron al revés. Penalizaron al campo por ser eficiente, producir mucho y, para colmo, querer ganar dinero. La consecuencia ya se ve en el mercado de las carnes. En un par de años empezaremos a importar carnes del Uruguay y otros países. Sí, leyó bien: la Argentina, el país de la carne, tendrá que importarla. El populismo mira sólo el día siguiente. Quiere mantener bajos precios, para que aún los ricos puedan comer un lomo a valores insignificantes. Mientras los países exitosos del mundo incentivan la exportación, nosotros la tratamos como si fuera un delito. Se intenta justificar estos abusos con la idea de mantener el precio bajo para el consumo local. Pero ya se les cayó la careta: al subir las retenciones de la soja, que se exporta íntegramente porque no se consume en nuestro país, han revelado la finalidad sólo fiscalista de la medida. Un fiscalismo, además, perverso, porque esos recursos no son coparticipables, es decir, engrosan la caja central del matrimonio gobernante, esa que les sirve para salir de compras y adquirir gobernadores, intendentes, etc. Contra lo que repiten en estos días los voceros del oficialismo, el campo nada le debe a este gobierno. En efecto: 1) La devaluación fue dispuesta por Duhalde, contra la opinión de Kirchner, que aún a principios de 2002 sostenía que había que mantener el 1 a 1. Sí, esto es así, pero no se lo van a decir los medios anestesiados por el gobierno; 2) Los precios de las materias primas subieron espectacularmente en los últimos años. Esos precios se determinan por condiciones de oferta y demanda en el mundo. Los Kirchner en nada inciden en ellos; 3) A su vez, esos precios a una tasa de cambio conveniente pudieron ser aprovechados por la modernización y tecnificación del campo en los años anteriores. Nuevamente, el matrimonio presidencial no tuvo la menor influencia en el aumento de la producción del campo. Si la tuvo, en cambio, en el hecho de que esa producción no fuera aún mayor. Fueron las retenciones, las prohibiciones de exportación y es ahora la desbocada inflación los factores limitativos del incremento de la producción. Frente al ahogo fiscal, los hombres y las mujeres del campo vienen intentando dialogar con las autoridades. Es inútil. El ministro de Economía se niega a recibirlos. No será por falta de tiempo, ya que es común verlo en estadios de tenis o de fútbol, o en acontecimientos sociales, en los que agita su cabellera al ritmo de la música hasta la madrugada). Entonces, apelaron al método largamente legitimado por este gobierno: el corte de rutas y los piquetes. Estoy en contra de los cortes de rutas. Lo dije siempre y lo reitero ahora, pese a la simpatía que tengo por la causa de los productores rurales. No es un método admisible en un estado de derecho. Pero si hay alguien que no puede decir una sola palabra en contra de él, es precisamente el gobierno, que toleró y aún impulsó piquetes, siempre -claro- que fueran piquetes oficialistas. Da risa escuchar a los funcionarios oficiales protestar contra la restricción a la libre circulación. ¿Y qué han hecho ahora, cuando los cortes no son hechos por sus aliados? Lo peor que podía imaginarse. Lo mandaron al Ministro de Piquetes, Hugo Moyano, a disolver aquellos que no les gustan. Es decir, transformaron a un sindicato en un grupo parapolicial. Si todavía no pasó nada grave es por la prudencia de los productores rurales. Pero se viven momentos de tensión que el gobierno, lejos de contribuir a pacificar, atiza. La sorprendente movilización de los porteños y de los habitantes de otros grandes centros urbanos en solidaridad con los argentinos que trabajan en el campo resultó conmovedora. No se reclamaba por un interés propio, sino contra el autoritarismo, la soberbia, la prepotencia, el matonismo. En definitiva, se pedía ni más ni menos que la vigencia del estado de derecho. Las palabras de la Sra. Presidente, largamente esperadas, fueron de una torpeza difícil de imaginar en alguien de su investidura. No hay tal "abundancia" en las mujeres y los hombres que esforzadamente laboran nuestra tierra. En cualquier caso, el capital que algunos de ellos hayan reunido tiene un origen legítimo y transparente. No todos pueden decir lo mismo. El oficialismo reaccionó frente a una manifestación pacífica y familiar de la peor manera posible: liberó la zona de Plaza de Mayo y envió a sembrar el terror a sus fuerzas de choque, conducidas por el asaltante de comisarías, Luis D´Elía. En lugar de pacificar y de llamar a la concordia, encendieron una mecha de odio que no será fácil apagar. El hastío de vastos sectores sociales es ya evidente. Falta aún canalizarlo de manera constructiva, para que nuestros hijos adviertan que hay un camino distinto que el patoterismo y la corrupción.
jrenriquez2000@yahoo.com.ar
sábado, 29 de marzo de 2008
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