La madre de las contradicciones
La autocrítica es, probablemente, una de las mayores virtudes de la especie humana. Mucho hablamos de ella, pero las más de las veces buscamos responsables fuera de nosotros, cuando en buena parte de los casos tenemos bastante que ver con lo que nos pasa.
En la cuestión política, como en tantas otras, vivimos quejándonos de lo que nos sucede, dando rienda suelta a ideas que nos hablan de conspiraciones algo paranoicas, donde algunos se han confabulado contra nosotros, poniéndose de acuerdo para perjudicarnos.
Claro, eso nos desresponsabiliza. Después de todo, ellos, los malos, los poderosos, los codiciosos y egoístas, desarrollan su plan sin límites para que nosotros, los buenos seamos las víctimas de sus más perversos objetivos.
Suena muy cómodo, pero bastante alejado de la realidad. La gente, el pueblo, los ciudadanos, no somos necesariamente las víctimas en esta historia, sino los ingenuos constructores de una ideología que ha avanzado en el mundo y que da pasos todos los días, con nuestra anuencia obviamente.
Cuando los políticos del presente razonan de una determinada manera, justificando lo injustificable, tenemos la obligación de preguntarnos si en definitiva no son el reflejo de la sociedad toda. La respuesta es un aplastante SI. La ideología que nos gobierna es la que en su mayoría, la gente expresa, al menos, la que recita.
Nuestra dirigencia actual es estatista, intervencionista, cree en el rol de árbitro del Estado y de sus omnipresentes políticas activas. Todos los partidos políticos abonan esta teoría en más o en menos. Sólo ofrecen matices de una misma manera de pensar. Se dividen en intervencionistas, o menos intervencionistas, pero en definitiva comulgan con esa visión.
Creen que regular el mercado es una decisión sabia y han construido la utopía de ese Estado perfecto que puede ser justo, inteligente y eficiente. Olvidan estos intelectuales el carácter imperfecto de la esencia humana. No están dispuestos a entender que lo importante es lograr un sistema que interprete al ser humano y no que lo convierta en lo que no es.
Esa premisa equivocada nos ha llevado a recorrer durante siglos políticas sinuosas, que con el desarrollo del conocimiento, sólo se han ido complejizando, sin perder en ningún momento su hilo conductor.
En este proceso, algunos intelectuales inmorales, han visualizado una oportunidad y han enriquecido las teorías que permiten sostener esta ideología durante más tiempo, sacándole provecho personal a esa mirada que les da supervivencia y grandes beneficios personales.
La humanidad, ha caído en muchos países, en esta trampa de abonar esta forma de ver la vida, alimentándola y reclamando MAS ESTADO, comprando la ilusión del Estado justo, moral e inteligente.
Por eso cuando ciertos sectores confrontan contra el gobierno de turno por tal o cual medida cabe preguntarse, ¿quién alimentó a esos dirigentes ? ¿Quiénes les otorgaron esos poderes absolutos para decidir sobre los destinos de la gente, disponiendo de sus bienes y vidas, apropiándose del fruto de su trabajo?
Los que hoy se quejan se sienten las víctimas de este presente, y de alguna manera lo son. Pero no hay que olvidar que son los mismos que defendieron y defienden las políticas activas del Estado, los que siempre justificaron la necesidad de un omnipresente sector público que interviniera en la economía y diera justa distribución a la riqueza.
Ellos le entregaron el poder a los energúmenos de turno. Sin duda alguna, que existen responsabilidades del lado del gobierno, de sus dirigentes, de los inmorales de siempre y cuanto podamos decir de ellos, pero cabe hacerse alguna autocrítica al respecto como sociedad.
Alguien los colocó en sus cómodas sillas, y no sólo cuando los eligió en el proceso democrático, sino mucho antes, cuando avalando estrategias intervencionistas le pedimos al Estado que nos socorra.
Al Estado no hay que pedirle que intervenga a favor de un sector o en contra de otro. No se trata de falsas opciones como las de la Argentina actual, de campo o industria. Esa simplificación nos trajo hasta acá y no nos ha ido nada bien por cierto. Al Estado hay que reclamarle que se corra, que se vaya, que permita a los seres humanos crear su propio destino, controlar sus vidas y hasta equivocarse. Después de todo, de eso se trata, no tenemos dueños, y somos los verdaderos propietarios del fruto de nuestro trabajo.
Aquel que quiera vivir de nuestro esfuerzo, se llame como se llame, mas vale que vaya pensando en buscarse algo útil para ofrecer a su comunidad, y deje de intentar decidir por cada uno de nosotros. Individualmente no tenemos ninguna garantía de acertar en las decisiones respecto de nuestras vidas, pero es preferible equivocarse por sí mismo que delegar a un "supuesto iluminado" el control de nuestras vidas, y mucho menos aún permitirle la administración de los bienes que provienen del fruto de nuestro trabajo.
Para ello hay que resistir a la tentación de intervenir en las vidas ajenas y dejar de lado esas prácticas que nos llevan a decir en nuestra cotidianeidad que el ESTADO debe hacerse cargo de tal o cual cosa. Es tiempo de que asumamos nuestras propias responsabilidades y si no tenemos el coraje de hacerlo, pues no se lo pidamos a otros, mucho menos otorgándole poderes ilimitados para que algún día, esos mismos poderes se vuelvan en nuestra contra.
Esa es la madre de las contradicciones de esta sociedad que quiere que OTROS se ocupen de las injusticias y para eso delega poderes que luego son usados para terminar siendo ajusticiados por esos seres iluminados que pusimos a gobernar a partir de estas ideologías intervencionistas que hoy predominan en buena parte del planeta. Cuando seamos capaces de hacernos cargo de nuestro destino, sin pedir que la mano del Estado se ocupe de nuestras propias limitaciones, tendremos entonces si, una posibilidad concreta de ser libres y artífices de nuestro propio destino.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
03783-15602694
Corrientes – Corrientes - Argentina
viernes, 28 de marzo de 2008
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