miércoles, 19 de marzo de 2008

Imagen de 100 días de gobierno de la heredera

Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse


Es casi un clásico del Manual del Demagogo que, al bordear los 100 días de gobierno, se mande un ejército de mercenarios a los diarios, con las alforjas llenas de encuestas truchas para refrendar una supuesta imagen positiva del mandante.

La Jefa de Estado, así lo hizo.

Intención de voto o imagen positiva, son astillas del mismo palo, arrancadas en distinto modo y con distinto objeto.

Vivas muestras de una falsificación desenfadada o acaso de que el desdén social, es casi un genoma argentino.

Como concepto colectivo, no todos estamos en esa misma bolsa, pero hay una enorme masa crítica que hace prevalecer sus cromosomas, empezando por nuestra dirigencia política, una conmovedora cáfila de partisanos del uso del poder con fines personales.

Cualquier persona, sana de la cabeza, sabe que lo que hay sobre esta seudo plataforma que ha armado esta yunta de mercaderes en estos cuatro años y medio, prefigura hoy un futuro inmediato que es necesariamente peor.

No existe ni una sola razón objetiva para pensar que habrá de ocurrir la menor mejoría en cualquiera de las áreas del país.

Aunque sea un deseo honesto y natural de todos los seres humanos, que habitamos estas tierras, resulta casi imposible que algo diseñado y sostenido como la más barroca de las farsas, termine bien.
Lo genético marca el destino.

En la famosa película “La Heredera” (1949) (de William Willer) la actriz Olivia de Havilland se convierte en un paradigma de la crueldad y es una muestra insuperable de la perversión humana.

En realidad, no se convierte. Empieza a mostrar lo que, en verdad, era.

Es decir, termina mal, pero porque su genoma era el mal en esencia.

Todos los gobiernos totalitarios de la historia, dictatoriales o dirigistas, demagógicos o despóticos, aún cuando hayan tenido una genética democrática impecable, siempre buscaron primero, con cierta dosis de viveza, aglutinar a la sociedad detrás de alguna “idea fuerza” común, aunque esta fuese, en sí misma, una evidente propuesta inalcanzable.

Su estrepitosa caída tarda bastante tiempo en ocurrir, por cuanto casi ninguno de ellos comete el error de hacer las cosas al revés, es decir, ocuparse personalmente de fomentar, casi en forma cotidiana, la división social y de producir, cada día, una saturación de mensajes que son abiertamente contradictorios con la lógica más elemental del bien común o que están plagados de crispación en su planteo.

El supremo especulador del poder sabe que nadie vota a partidos que propugnan la moral, las buenas costumbres, ni la austeridad, ni la disciplina, ni el trabajo, ni el sacrificio, instrumentos del auténtico bienestar y de la felicidad humana.

Una encuesta compele a votar por algo, por imagen o por lo que sea, en un momento ajeno al acto electoral.

Y ese voto… es mucho más imbécil, irreflexivo e inconciente.

Se vota “statu quo”, bienestar personal y no se analiza de dónde salga éste… o cuánto pueda durar. Ni se teme su artificialidad, ni se sospecha de su carácter mitológico o temerario.

No le llama la atención a nadie un gobierno que deja ver mil muestras de soberbia en la administración del poder o que propugna cada día, con una mano la amenaza…y con la otra la victimización. Las señales pendulares más claras de una impresionante carencia de rumbo.

A nadie le importa un soberano bledo si en poco tiempo, habrá que atenerse a las consecuencias del gran clima de enfrentamiento social que se ha hecho germinar con la prédica del odio, o si esta gente se pone, en breve, el país de sombrero, tal como lo hizo con la provincia que administró en los últimos 16 años (incluídos allí, los cuatro y medio después de haberse ido).

La intención de voto natural o la opinión de imagen del argentino es la viva muestra de una ignorancia y un desdén inefables, cuando no de una irresponsabilidad suicida en la que incurre una manada.

Y tal parece ésta, una afirmación irreverente con la sociedad.
Pero hay una prueba irrefutable: los últimos 50 años de calamidad que tuvimos.

Más del 62% de la gente, ignora casi por completo quiénes son los ministros o los gobernadores de las provincias más importantes.
Mucho peor que eso, la friolera del 68% de la gente no sabe ni siquiera cuantas provincias hay en el país o que rayos es un diputado y qué cosas está representando… babeándose en una banca de roble.

Pero… como un ciego con un palo… fue a votar y votó.

Agradezcamos entonces a la divina providencia el milagro infinito de no haber desaparecido ya hace rato de la faz de la tierra, o de estar libres, por ahora, de alguna plaga o de cosas mucho peores.

La intención de voto argentina, es un extrasístole. Un estornudo pasajero que encima está contaminado por el desdén, por la falta de información y por las conveniencias personalísimas. La opinión liviana sobre la imagen positiva de una viandante es de la misma laya.

Impresiona mucho un panorama con tanta esencia crucial librada al azar o dependiente de la buena suerte.

Impresiona la inescrupulosidad del Gobierno para violar todos los compromisos contraídos con la Constitución y para perfeccionar una gran instigación a que, a todo el mundo, le importe un ardite que se estén profanando las instituciones en sus narices.

Impresiona que se haya hecho de la improvisación una política de estado, del fraude una práctica vital y de la excusa personal un reaseguro para el olvido.

Pero francamente impresiona muchísimo más que todo un pueblo, embrutecido y emplebeyecido, se gratifique y guste de todo eso como el cerdo que se revuelca y se come sus propias inmundicias.

Se puede ver hoy como prolifera, con bastante idiotez, una especie de acostumbramiento a creer que la bonanza que se proclama es la que rige, y que el clima natural debe ser aceptado así, sin analizar ni los sofismas donde se apoya, ni los menores fundamentos de su posible sostén inmediato.

Se puede adivinar hoy, que cuando el pueblo reaccione, no lo hará por motivos verdaderamente espirituales, por conversión, o por aversión a una democracia putrefacta e inmoral; sino que lo hará buscando un remedio a algún mal que ya se le presente como insoportable.

Los ciudadanos pueden tener miedo objetivamente, o estar hartos.

Pero parece que se sobresaltan sólo cuando les ha tocado padecer cada cosa en forma individual.

Sólo cuando los problemas no se solucionan con la demagogia del Gobierno. Sólo al cabo de algún tiempo que se ha dejado transcurrir alegremente. Sólo cuando se han ido muriendo, de a uno, los bienpensantes de la burguesía, los rabiosos e impenitentes demócratas y los honestos.

Sólo cuando generaciones enteras de jóvenes, entre los que puedan estar sus propios hijos, sean unos perfectos marginales.

La gran impericia de este Gobierno forma parte de una lógica de teatralización de la política ante su más perfecta impotencia.
Un ejercicio falsario y rampante de la enfatización de los símbolos, por encima… y a gran distancia… de las realidades que los sustentan.

Cuando la política se aleja tanto de la realidad concreta de las personas y de las cosas, ocurre como en la película “La Heredera”.

Nos sorprende la perversión y el mal que viajaba en ese personaje.

Los teóricos de la política como simulacro, tienen siempre un terreno fácil. Es el simulacro del Estado que no se tiene y de la "plenitud nacional" - para decirlo en argot nacionalista - de la que no se dispone.

Vendiendo mil fantasías, como lo hace “La Heredera” en sus últimos discursos, diciendo que este es un país donde se puede invertir y ganar dinero, después de haber sido votada casi en pleno por el campo y estafándolo al poco tiempo con unas retenciones que los van a dejar con sus cosechas de adorno.

Cualquier sátrapa político, con el cromosoma del mal, encaramado en el mando de un Gobierno populista, que controla los grandes poderes del Estado, y que cuenta con la infinita complacencia de los sectores políticos, mutados y advenedizos, podrá lograr todo lo que se le antoje.

Podrá hacer encuestas de imagen positiva del 60% o acaso algo mucho más extravagante. Podrá lograr incluso que los descerebrados del campo que la votaron en masa, tal como lo harían sus propias ovejas, lo sigan haciendo tal cual, sólo por esa imbecilidad rudimentaria que ahora los viene a avivar a todos de un sopapo para que aprendan a elegir potrancas en un remate.

Podrá seguir con su retórica emotiva y sus vestidos de miriñaque.

Pero sólo mientras dure el genoma del desdén.
La “imagen positiva” de 100 días de gobierno… es ya, el último gramo de colágeno que ha de caber en los repliegues de la estupidez colectiva.

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