No pocas voces (y muchas de ellas autorizadas), definen al régimen actual como un gobierno “montonero”, lo cual es parcialmente cierto, tanto sea por el obsesivo “setentismo” y/o revanchismo instalado por Kirchner, así como también por el macabro prontuario que lucen diversos funcionarios del oficialismo, vinculados con el terrorismo de otrora.
Pero en verdad, los montoneros no gozan (ni gozaron jamás) de la menor simpatía popular, y si el régimen actual se sostiene en pie, no es por la banda homicida que en otros tiempos supieron integrar exponentes de la ralea de Jorge Taiana, Jorge Busti o Mario Firmenich, sino por otra banda (también de triste naturaleza e historia), llamada peronismo.
En efecto, el omnímodo “aparato” peronista es el verdadero sostén del régimen, y Kirchner nunca podría llevar adelante sus oscuros escarceos de no contar con el respaldo de tamaña estructura burdelesca. Ocurre que el peronismo es una masa informe carente principios y de doctrina, que acepta todas pero no se interesa por ninguna, puesto que la indefinición es una definición en cierta medida.
Es además un movimiento humanamente tan inclusivo que tampoco indaga por la proveniencia de sus dirigentes, a los que exalta y elimina según una ley de conservación y expansión que sólo se conoce en su más recóndito interior. El peronismo, finalmente, no es una ideología, sino un mal estilo inequívocamente populista, y el populismo, no es ni más ni menos que un modo semidelictual de hacer política.
Con este esquema anfibiológico y en constante actitud de permutar o intercalar todo (desde lo principal a lo secundario), el peronismo se recostó sobre el nacionalsocialismo del GOU en los 40´, el marxismo criminal de Montoneros durante la primera parte de los años 70´, los matones de la Triple A en la segunda mitad de los 70´, el capitalismo prebendario financiado por el FMI en los 90´, el azar meteorológico y regional en el nuevo milenio (no sin el patrocinio “bolivariano” de Hugo Chávez), y, sobrevolando todas las décadas, coyunturas y ambientaciones, recostado sempiternamente por la roña sindical..
Como vemos, el peronismo es un partido bien propio de una aldea del tercer mundo (en la que nos hemos convertido), tan asimilable a un cajón de sastre como una bolsa de gatos. Su singular capacidad de amontonar, combinar, olvidar y de transformarse hoy en lo contrario de ayer (y de mañana), no sería relevante de no ser por el hecho dramático de que los peronistas, se presenten como se presenten (divididos, mal pegados, revueltos o apelotonados) con un programa nazi-fascista, montonero, estatista o privatista (y cualquier etcétera posible) siempre ganan. El peronismo no suma, conglomera, y tiene por cierto las ventajas de lo indefinible, lo cual le permite abrirse a todas las eventualidades y a todas las expectativas.
Pero ante las críticas concretas que se le efectúan al peronismo con motivo de sus ininterrumpidos atropellos a las instituciones, al decoro, al buen gusto y al sentido común, sus punteros y dirigentes suelen justificar sus atrocidades alegando con orgullo “el peronismo es así”, frase que no se entiende bien en que consiste. Pues esa mezcolanza ambigua, inubicable, en crónica mutación, más presa de las palabras que de los principios y más preocupada por la renta partidaria que por el bienestar general, no puede proveernos de ninguna salida, ni permitirnos ningún optimismo.
Sin embargo, aprovechándose de la idiosincrasia “pancista”, amnésica y descomprometida que poseen muchos sectores de la ciudadanía, Kirchner y sus adláteres de circunstancia se presentan en sociedad denostando los años 90´ (comandados y protagonizados precisamente por el mismísimo peronismo) y ufanándose de constituir “la nueva política”. En rigor de verdad, el nuevo peronismo no es más que el viejo (y que el próximo), en esta ocasión asumiendo y recitando el libreto “progresista” que trajo Kirchner desde su azarosa llegada al poder de la mano de Eduardo Duhalde. O sea que el peronismo una vez más se presta para un barrido como para un fregado y no encuentra inconveniente intelectual ni moral en pasar (con la misma disciplina y con los mismos personajes) del capitalismo contratista de Menem al revanchismo setentista de Kirchner.
Kirchner, fuera de su adolescente antimilitarismo y sus simpatías para con los terroristas (a los que indemniza, homenajea y ofrece cargos públicos) es un personaje polifacético capaz de abrazarse con George Bush, Fidel Castro, o el grotesco charlatán Hugo Chávez. Y con esta politiquería tan heterodoxa como prostibularia (que los peronistas llaman “pragmatismo”), ha sido capaz de hacerse el guapetón con el F.M.I, pero, corazón a la izquierda y billetera a la derecha, le canceló la deuda por adelantado al citado organismo de crédito.
Si en verdad tuviésemos que definir a Kirchner ideológicamente, bien le cabe entonces el mote de “populista de izquierda” (versión “Siglo XXI”). Puesto que el millonario patagón, dada su escasa dedicación a los libros, no parece demasiado ideólogo, más allá de sus ampulosos gestos burdos, su libreto filozurdo y su tropel de ministros absurdos.
Por ende, Kirchner no es puntual y exclusivamente a quien se debe combatir electoralmente en las elecciones venideras, sino al “aparato” que lo contiene. Puesto que Kirchner no tardará en perder terreno, ya que que como bien lo decía Otto Von Bismark “Todo hombre es tan grande como la ola que ruge debajo de él”, y debajo de Kirchner, “su ola” no está compuesta por lealtades impolutas, sino por una runfla de alcahuetes y asalariados circunstanciales de diversas jerarquías que, en la primera de cambio lo traicionarán sin la menor sutileza, tal como lo han hecho cuando ayer “trabajaban” para Menem y luego para Duhalde.
En efecto, al fin y al cabo, Kirchner no es más que un fusible que pasará sin pena ni gloria con “pobres triunfos pasajeros” como dice el tango, y a la postre caerá abatido preso de su descenso en la popularidad (que no tardará en manifestarse) ya que exceptuando al Dr. Fernando de la Rúa (quién padeció un golpe de estado sin participación de las FF.AA), es religión nacional que todos los Presidentes (incluido los de facto) gocen durante lo primeros tres o cuatro años de gestión de importante cuota de adhesión popular, la cual, en el caso de Kirchner esta popularidad se halla sostenida además por el coyuntural crecimiento de la región, circunstancia favorable cuyo mérito obviamente no es adjudicable a él. O sea, que si hubiera estado en el Sillón de Rivadavia Ricky Maravilla, Carlitos Tevez o la “Tota” Santillán, el crecimiento económico hubiera sido el mismo.
Si cae Kirchner, pero no cae el peronismo, lo sucederá cualquiera de los conmilitones que hoy lo adulan (y que lo denostarán en el futuro), pero los nombres, las mañas, las trampas y felonías no habrían cambiado un ápice, y proseguiremos nadando en este círculo vicioso del que parecemos no poder escapar.
Va de suyo, que para tamaña empresa (la de destronar al peronismo), se necesita unir a todos los partidos que se le oponen (incluso a peronistas residuales bienintencionados) bajo el amparo de una consigna precisa, unívoca y taxativa: Reconstruir la Institucionalidad.
Pues la discusión de ideologías y doctrinas (algo imprescindible para delinear un proyecto de país) tendrá que esperar para más adelante, porque lo urgente, lo imperioso, lo inmediato es erradicar los males enquistados, conditio sine qua non para seguidamente, planificar entonces políticas de estado sustentadas en una doctrina definida. Pero eso ya formará parte de otra batalla.
Nicolás Marquez
martes, 18 de marzo de 2008
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