sábado, 29 de marzo de 2008

Progreso y progresistas

Opinión
Progreso y progresistas
Por Jorge R. Enríquez

Nuestro país se hizo grande bajo el signo del progreso. El espectacular crecimiento argentino ocurrido entre 1880 y 1930 tiene pocos parangones en la historia. El progreso no fue sólo económico sino social, educativo,
cultural. Generó una vasta clase media, bien educada, una sorprendente movilidad social e integración de las oleadas inmigratorias.

No era un país exento de problemas, pero había un proyecto, se avanzaba, se miraba el futuro con optimismo. El lema es brasileño, pero podría haber sido aplicado con mayor razón aquí: orden y progreso. Es que para progresar se requiere orden, no el orden de los cementerios, sino un orden que implique el respeto por las reglas de juego, las que dan un marco para el desarrollo de la creatividad y las potencialidades.
Hoy necesitamos reconstruir ese espíritu generoso, con orden y progreso. Pero para progresar hay que superar, paradójicamente, la persistente prédica de nuestros “progresistas”. Es curioso que los autores intelectuales de nuestra decadencia se llamen a sí mismos progresistas. El populismo, la demagogia, la irracionalidad, la destrucción del orden y de los valores familiares no fomentan ningún progreso: son la causa de la pobreza, la marginalidad y un destino despoblado de toda esperanza.
Estos “progresistas” son grandes diagnosticadores. Nos recuerdan a cada rato lo que sabemos de sobra: los niveles de desempleo, de personas bajo la línea de pobreza, de la falta de educación, etc. Si los problemas se solucionaran con solo exponerlos, serían además extraordinarios estadistas. Lamentablemente, no pasan del diagnóstico, y cuando pasan nos dejan en un estado peor.
¿Qué debemos hacer para ponernos en el camino del desarrollo económico? Lo primero es reconocer que no estamos en ese camino, que el repunte de los últimos cinco años es un mero rebote debido a la devaluación y a circunstancias internacionales de excepción. Pero la inversión no aumenta a las tasas que se requieren para que ese crecimiento ocasional sea sostenido.
Y para esto no es necesario devanarse los sesos: basta ver qué han hecho los países exitosos. Ninguno de ellos creció confrontando con todos los sectores de la sociedad desde las fuerzas políticas opositoras hasta las instituciones eclesiásticas, agrediendo a los empresarios, enfrentándose con ellos, vía funcionarios patoteros o mandando fuerzas de choque para amenazar a los que ponen precios que no gustan en la Casa de Gobierno, haciendo discursos para la tribuna contra el FMI o la globalización.
Ésta, nos guste o no, llegó para quedarse y no la vamos a frenar desde un micrófono o desde un atril. Seamos inteligentes y pensemos cuáles son nuestras oportunidades en este nuevo escenario.
Los países que avanzan demuestran, desde Irlanda hasta Chile, que la persistencia de reglas claras y transparentes a lo largo del tiempo, la existencia de instituciones fuertes, la creación de un clima propicio para las inversiones, la promoción del orden público, la revalorización de la educación, de la cultura del trabajo, son las claves del desarrollo.
Nosotros estamos muy lejos. Insistimos en los personalismos, ahora exacerbados como luchas de matrimonios, en lugar de construir instituciones sólidas.
Tomamos como ejemplos a Castro o Chávez, aquél un dictador estalinista que viola todos los derechos humanos que nuestros “progresistas” dicen defender; éste, el campeón de la charlatanería, un golpista que campea su egocentrismo y su verborragia vacía gracias al incremento de los precios del petróleo, que le permiten disimular su condición de tiranuelo empobrecedor.
¿Por qué no mirar más cerca, al vecino Chile, que nos muestra una coalición de demócratas cristianos y socialistas que mantiene las bases de un esquema inteligente de inserción en el mundo más allá de las diferencias que los separan?
El progreso está a la vuelta de la esquina. Sólo necesitamos derrotar a nuestros falsos progresistas. El auténtico progresismo se demuestra con políticas de apoyo a los sectores más vulnerables de la sociedad, a los más necesitados, a los chicos de la calle, a las personas sin techo, a los ancianos, la protección de la mujer jefa de hogar, la mujer y el niño víctimas de la violencia familiar, los discapacitados, es decir: una política de compromiso social, ese es el verdadero progresismo de hoy
Jrenriquez2000@yahoo.com.ar (15/02/08)

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