El país se incendia.
La decadencia del imperio kirchnerista
Por Ignacio Fidanza
El gobierno se sumerge en un largo descenso hacia sus peores rasgos: frivolidad, intolerancia, corrupción.
En la provincia de Buenos Aires esta noche la autoridades confirmaban más de 80 rutas cortadas, en la Capital las bandas parapoliciales de los piqueteros rentados volvían a golpear a los vecinos que se atrevían a protestar contra el Gobierno. En el interior, el escenario de piquetes, movilizaciones y cacerolazos, se repiten intermitentes, tatuando la extensa piel de la Argentina.
Las góndolas de supermercados y carnicerías exhiben el desolador espectáculo del desabastecimiento. Los precios se disparan. La bronca y la humillación de ciudadanos maltratados, bulle, agazapada, y nada bueno presagia el rencor que minuto a minuto potencia la prepotencia del poder.
Mientras la Nación vive horas críticas y la angustia del recuerdo de la fractura expuesta del 2001 crepita en el aire, una presidenta aislada de la realidad recibe, producida como para una fiesta y sonriente, al famosísimo Francis Ford Coppola. Inoportuno contraste tercermundista que ofende la trayectoria del genial director norteamericano.
Pero no es lo peor. ¿A qué dedicó la jornada el ministro de Economía, además de contestarle al ex presidente Eduardo Duhalde que no piensa renunciar? ¿En qué puso a trabajar a su equipo bajo una presión febril? ¿En elaborar una propuesta fiscal superadora de las repudiadas retenciones? ¿En buscarle una salida en la que metió al Gobierno? No, error.
Martín Lousteau dedicó toda su energía a resolver uno de los asuntos más oscuros del período kirchnerista, que tiene todo para convertirse en uno de los escándalos de corrupción más grandes de este período, con resonancias internacionales que recuerdan otras componendas como aquel pacto Roca-Runciman.
Mientras el país permanecía en vigilia y todas las miradas se centraban en el Palacio de Hacienda, el ministro se encargaba de hacer el trabajo sucio del matrimonio presidencial y buscaba los atajos para firmar los avales que comprometerán el patrimonio de la Argentina en varios miles de millones de dólares para financiar un delirante tren bala, que parece importar más por el retorno que por la ida.
Tenemos así la combinación letal: frivolidad, mas autismo, más sospechas de corrupción. ¿Suena parecido a algún período denostado por los actuales ocupantes de la Casa Rosada?
El paro del interior
La simplificación de los medios porteños –que se llaman a si mismo nacionales- ha decidido que el conflicto que cruza el territorio nacional es el paro del campo. En rigor, lo que se expresa en las rutas es un paro del interior del país. Lo que sucede es que el campo es el motor económico de la vida más allá de los grandes centros urbanos –incluso de las pocas industrias que quedan, como las de maquinaria agrícola-. Es el eje de un entramado que trasciende al chacarero o al productor.
El empleo en los pueblos, gira directa o indirectamente sobre la actividad agropecuaria, o en las regiones más atrasadas, sobre el Estado. No hay muchas opciones más. Por eso es tan injusta la caracterización del conflicto que hizo la Presidenta. Por eso, su discurso habla de estancieros millonarios y las cámaras devuelven el rostro de mujeres humildes cebando el mate junto a sus maridos, de maestras, de empleados, peones, contratistas, y todos los actores que integran la vida social de la Argentina del interior. Esa que desde el helicóptero es tan difícil de percibir.
Un tiro en el pie
La decisión de Néstor Kirchner –el resto acompaña lo que se decide en Puerto Madero- de confrontar y en lo posible destruir al campo, se parece demasiado a pegarse un tiro en el pie. A la inflación y desabastecimiento de alimentos, muy pronto se sumará un enfriamiento de la actividad económica. O sea, más desempleo y pobreza.
En la reciente Expoagro se acordaron negocios por cerca de 170 millones de dólares, la mayoría de ellos se dejaron si efecto en los últimos días. Ayer una reunión de la Asociación de Semilleros Argentinas (ASA), directivos de las principales empresas del sector coincidieron en el mismo diagnóstico: “No se vende nada”.
Inversiones millonarias en distintos proyectos agroindustriales ya se suspendieron o comenzaron a analizar otros mercados con entornos menos volátiles: Brasil y Uruguay, nuevamente agradecidos a las autoridades argentinas.
Ninguno de estos empresarios –que algún día deberán reconocer el triste papel que adoptaron y mantienen frente a un Gobierno que saben que está equivocado- va a hablar. El kirchnerismo todavía logra infundir miedo (en algunos). Poco más le queda.
El robo del siglo
Un estudio del centro económico IERAL de esta semana revela el drama político que los gobernadores toleran con sumisión. Una actitud que bien podría configurar alguna demanda por la nula voluntad que demuestran en defender los intereses de su provincia, de su gente.
El aumento de las retenciones dispuesto por Lousteau, según este estudio, llevaría la recaudación por este concepto al máximo histórico de 10.231 millones de dólares, que no son coparticipables.
¿Para qué quiere el Gobierno semejante masa de dinero? Para financiar los problemas y locuras que él mismo se inventa: trenes y energía subsidiados, combustible subsidiados, aerolíneas subsidiadas, y sigue la lista interminable que oculta un detalle: cuando se paga un subsidio se compra poder sobre el subsidiado y se accede al retorno.
Estos más de 10 mil millones de dólares los aportan básicamente seis provincias: Buenos Aires un 30%; Córdoba un 25%; Santa Fe un 21%; Entre Ríos un 8%; Santiago del Estero un 4% y Chaco un 4%. ¿Qué reciben a cambio? Promesas, promesas, promesas. Gobernadores mendigando un mandato entero en la Casa Rosada se van en el mejor de los casos con una ruta mal hecha y sobrefacturada. No mucho más.
¿Qué podrían hacer en el abandonado Chaco, hoy acuciado por una crisis financiera, con los más de 1.000 millones de pesos que aporta por año en retenciones? Pero claro, mañana Jorge Capitanich se sentará obediente junto a Néstor Kirchner en Parque Norte, mientras la Presidenta insulta al campo que le permite pagar la fiesta.
El día que los productores tomen real conciencia que el kirchnerismo les quita 10 mil millones de dólares por año para subsidiar sus aventuras y emprendimientos personales, ese día, la protesta que hoy vivimos será recordada como un juego de señoritas. Esos mismos productores viven en pueblos en su mayoría sin agua potable, con rutas de tierra, inundaciones periódicas y otros problemas que los países que invierten el dinero que recaudan –y no se lo roban- ya solucionaron hace décadas.
El fin de la ilusión
Un jubilado humilde y simpático mira por televisión los golpes que el cobarde ultra kirchnerista Luis D’Elía, le da, rodeado de matones, a un señor que está sólo y ya pasó la barrera de los 70. Pasa todo el día y la Presidente no considera que tiene nada que decir sobre la cacería de ciudadanos que se produjo bajo la ventana de su despacho. Ese señor que mira la tele, votó a Cristina y ahora se siente desilusionado.
Un padre va al mercado de la cuadra a comprar leche y bifes para sus dos hijos. No encuentra ninguna de las dos cosas. Sin embargo, no se enoja con el paro del campo, se enoja con la imagen crispada de esa mujer que no acepta dialogar.
Un profesional de Caballito, progresista, culto, ingeniero, recuerda que alguna vez leyó lo que ahora ve por las pantallas, de pronto se acuerda, “las camisas pardas” le vienen a la memoria.
Un país dividido, con altísima inflación, desabastecimiento, largas colas para comprar los pocos alimentos que llegan a los mercados, con patotas paraoficiales y medios expropiados, censurados, con ciudadanos agredidos, aislado internacionalmente, sin inversión, perdido en la retórica disociada de la realidad, repitiendo como loros viejos consignas oxidadas. Hasta hace no mucho tiempo atrás ese país era Venezuela.
La Politica on Line
sábado, 29 de marzo de 2008
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