domingo, 23 de marzo de 2008

La metáfora del zorro y el puercoespín

La metáfora del zorro y el puercoespín

Por Mariano Grondona
Para La Nación

Domingo 23 de marzo de 2008

La metáfora, según Aristóteles, consiste en "darle a una cosa un nombre que pertenece a otra". El prefijo griego meta- da una idea de "traslación", de llevar a una palabra más allá de su límite original. Así, en la propia obra de Aristóteles, su libro sobre La Metafísica vino a significar lo que estaba más allá de otro libro, La Física, al que trascendía. En su libro El nuevo mundo del zorro gótico ( The New World of the Gothic Fox, University of California Press), el autor chileno Claudio Véliz explica que la metáfora es el encuentro entre algo que apenas conocemos y algo que conocemos bien, por ejemplo cuando decimos que un atleta tiene "corazón de león", con lo cual explicamos el misterio de su extraordinario talante con la ayuda de una metáfora. Cuando hablamos de nuestros rugbiers, ¿no los llamamos acaso Pumas ? Al arrojar la luz de una palabra conocida sobre la penumbra de una realidad menos conocida, iluminamos su esencia. Esto explica por qué la metáfora, dado su alto valor didáctico, es tan usada en la filosofía y en la literatura. Después de explicar el sentido didáctico de la metáfora, el propio Claudio Véliz acuña la suya en el libro mencionado al decir que al Nuevo Mundo acudieron, con la colonización, dos opuestas culturas europeas; una, la del zorro , de sesgo anglosajón, y otra, la del puercoespín , de cuño español. El zorro ama los espacios abiertos y acepta los riesgos de la aventura. El puercoespín, que es un pequeño roedor recubierto de espinas, huye, en cambio, del riesgo y, cuando las cosas se ponen feas, se envuelve como una bolita. El "caos" capitalista El capitalismo que hoy prevalece en el mundo encarna, según Véliz, la cultura del zorro. Su emblema es promover el progreso a través de la competencia. Según la famosa definición de Schumpeter, la clave del capitalismo es "la destrucción creativa" entre los competidores. Como consecuencia de ella, los más eficientes se expanden y los menos eficientes se caen. En su reciente Memorias , el hasta ayer presidente de la Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan, adhiere a la libre competencia, porque ella, al estimular a las empresas con "el aliento en la nuca" de sus competidoras, las obliga a mejorar so pena de perecer. Este es, según él, el único mecanismo conocido del progreso económico. Por eso que haya quiebras no es malo, sino finalmente bueno porque indica que el furor de la "destrucción creativa" está funcionando. Pero Greenspan reconoce también que, al inducir a las empresas y a las personas a superarse cada día mediante este severo mecanismo, el capitalismo genera en ellas y en las sociedades que las albergan un estrés tan intenso que las tienta en dirección del proteccionismo. Lo cual es otra manera de admitir que la lucha secular entre la cultura del zorro y la cultura del puercoespín no ha cesado. La crisis económica mundial a la que ahora asistimos, por ello, si de un lado será beneficiosa para los "zorros", porque premiará finalmente a los eficientes y castigará a los ineficientes, del otro genera tal alarma entre los que temen perder que los lleva a enrollarse como el puercoespín. La historia sería entonces una sucesión de ciclos del zorro y ciclos del puercoespín que obligaría a los hombres de Estado, a los pocos sabios que en el mundo quedan, a buscar una síntesis superadora. Lo que no puede hacerse es pretender los beneficios del zorro sin asumir los riesgos de los que huye el puercoespín.Las oleadas de la expansión capitalista, una de las cuales hemos tenido y enfrenta ahora el peligro de la recesión, conllevan tarde o temprano el riesgo del recalentamiento. Es que todo gran progreso implica tarde o temprano un regreso, aunque sea menor. Era utópico pretender una progresión indefinida, sin sobresaltos, porque el capitalismo, como toda creación humana, es imperfecto. Países como los Estados Unidos, China, Chile o Brasil, después de aprovechar los buenos tiempos, sufrirán por un tiempo la contraola. Ninguno de los países que se benefició con la expansión debería renunciar ahora a ellapor temor a la contraola y arrollarse, llevados por el pánico, en la bolita del puercoespín. El desacople Como lo está demostrando el agudo conflicto entre el Gobierno y el campo, en la Argentina se han trabado en combate el zorro y el puercoespín. Respondiendo a la lógica competitiva, el campo ha aprovechado en estos últimos años la expansión capitalista que le ha ofrecido precios nunca vistos a cambio de lo que el campo, por su parte, supo hacer: una extraordinaria revolución tecnológica. Si el Gobierno hubiera aceptado esta lógica del zorro, la Argentina habría sobresalido por delante de casi todos los países con el crecimiento sin par de sus exportaciones y con la atracción de un aluvión de inversiones de origen interno y externo capaz de hacerle atravesar la frontera entre el subdesarrollo y el desarrollo. Lanzado en esta dirección, el Estado podría haber recaudado sumas inimaginables para volcarlas en el resto de la sociedad aún no competitiva sin matar por eso a la gallina de los huevos de oro. Pero quiso el destino que el campo tuviera que convivir en estos años con un Gobierno que es una de las expresiones más acabadas de nuestro tiempo de la cultura del puercoespín y esto a un punto tal que ahora se ufana del "desacople" que lo ha aislado de la economía mundial. Por eso el Gobierno sólo vio en el campo, más que una revolución económica y social de extraordinaria potencialidad, una excelente ocasión para financiar su propio proyecto en dirección de una economía cerrada al mundo y totalmente controlada por él y por los amigos del poder gracias a las retenciones. En una primera fase, las retenciones fueron aceptadas por el campo como una intromisión malvenida, aunque tolerable. Pero la escalada del Gobierno contra el campo atravesó varias fases. En un primer momento, el Poder Ejecutivo prohibió primero y minimizó después las exportaciones de carnes. Después les llegó el turno al trigo y a la lechería. Todo esto fue tolerado únicamente, porque ganaderos, trigueros y lecheros pudieron refugiarse en la soja. Al invadir ahora este refugio final del campo, el Gobierno le ha cerrado la única puerta que le quedaba abierta sin darse cuenta de que, mientras las explotaciones anteriores eran, en el límite, sacrificables, la soja había llegado a cubrir todo el país, del Chaco hasta los bordes de la Patagonia, a todos los productores grandes y pequeños, e incluso a los pueblos y ciudades colindantes. Si, llevado por un falso orgullo, el Gobierno se niega a dialogar ahora con el campo y si la gente del campo no ve por su parte otra salida, entonces los argentinos quedaremos frente a una fractura, a una división, de imprevisibles consecuencias En su Ensayos sobre el gobierno civil, John Locke imaginó una parábola. Supuso que dos príncipes necesitaban recaudar más, porque estaban al borde de la guerra. Uno de ellos, necio, apretó entonces al pueblo con nuevos y pesados impuestos hasta que los contribuyentes se fundieron o dijeron "basta". El otro, sabio, hasta bajó los impuestos para que el pueblo prosperara y, cuando esto ocurrió, le bastó un leve incremento para llenar sus arcas. De más está decir cuál de los dos príncipes, unos años después, ganó la guerra.

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