lunes, 17 de marzo de 2008

Nada para la sociedad; todo para el Estado

Mariano Grondona

Nada para la sociedad; todo para el Estado
Por Mariano Grondona

Domingo 16 de marzo de 2008 Publicado en la Edición impresa del diario La Nación

El nuevo aumento de las retenciones a la soja y al girasol que acaba de disponer el gobierno nacional nos remite a dos ideas de Carlos Marx. La primera de ellas es que el ser humano es el único animal "creativo" de la Tierra porque es el único capaz de producir más de lo que consume, el único que genera un sobrante de valor al que Marx le dio el nombre de plusvalía. Como era además un pensador "revolucionario", Marx creyó encontrar la clave de la historia en la apropiación de la plusvalía por parte de aquellos que no la producen en detrimento de los que la producen. A partir de esa apropiación, el mundo se dividió, según él, en dos clases fundamentales: los explotados y los explotadores. Pero el contenido de la lucha entre estas dos clases cambió con el tiempo. En la Antigüedad, por ejemplo, el amo explotaba al esclavo. En la Edad Media, el señor feudal explotaba a los campesinos o "siervos de la tierra". En la sociedad industrial del siglo XIX, cuando Marx escribía, el empresario se apropiaba de la "plusvalía" que creaba el trabajador. La segunda idea de Marx que aquí nos interesa subrayar es que a las diversas explotaciones que denunció habría que agregar otra que el autor de El capital llamó el "modelo asiático", en virtud del cual el Estado explotaba a todos los miembros de la sociedad, fueran ellos amos o esclavos, señores feudales o siervos de la tierra, patrones u obreros. Al llamar "asiático" a este tipo de explotación, Marx estaba pensando en la China de su tiempo, donde la burocracia de los mandarines o altos funcionarios explotaba a todos los habitantes del imperio por igual. Esta segunda idea de Marx permite preguntarse si en la Argentina de hoy los productores rurales explotan a sus asalariados, si la urbe que consume alimentos explota a los productores rurales, si los industriales explotan a sus obreros o si es el Estado el que, a través de sus mandarines o funcionarios, explota a la entera sociedad. En pleno siglo XXI, ¿es acaso la Argentina de los Kirchner un nuevo caso de explotación "asiática"? En nombre de la justicia Con valores moderados si se los compara con los de ahora, Duhalde lanzó las retenciones sobre las exportaciones agropecuarias para compensar de algún modo los efectos beneficiosos de la gran devaluación del peso que su gobierno había dispuesto y para atender a la situación casi terminal que atravesaba el país. Si bien los productores rurales criticaron la propuesta, su opinión adversa no se convirtió en resistencia porque encontraron cierta racionalidad en las retenciones para esos tiempos de emergencia. Ya bajo el dominio de Kirchner, sin embargo, el Estado aumentó el gasto público una y otra vez en una proporción mucho más alta que la incipiente inflación, y pasó a financiarlo con nuevas retenciones. Pero en una primera etapa tocó más al trigo y a las carnes que a la soja alegando que, en tanto ésta iba casi enteramente la exportación, aquellos afectaban al consumo popular. Esta decisión parecía otra vez razonable como una redistribución del ingreso en favor de los que menos tienen. Pero, en tanto el gasto público seguía aumentando mucho más que la inflación que trataba de encubrir el Indec, al final le tocó el turno a la soja en una proporción que, después del último aumento, se parece demasiado a una confiscación. Para justificarlo el Gobierno acaba de sugerir que lo hace para que los productores no se concentren casi exclusivamente en la soja. El argumento es endeble porque los productores ya no tienen adónde ir. No pueden hacerlo en dirección de las carnes porque su exportación está limitada y casi prohibida. Tampoco pueden derivarse hacia el trigo, cuya exportación también sufre restricciones sorpresivas e incesantes. Esto explica por qué esta vez todas las centrales agropecuarias se han unido en la protesta. En cuanto a los trabajadores a quienes el Gobierno alega beneficiar, el aumento de los salarios de este año, que rondaría el 19,5 por ciento prometido a Hugo Moyano, ya ha quedado por debajo de una inflación que los expertos estiman en un 25 por ciento. ¿A quién beneficiará, entonces, el nuevo nivel de las retenciones? Si se piensa que el Estado aumentó el gasto público durante 2007 en un 60 por ciento y que quiere preservar a toda costa el superávit mediante el cual domina la vida política, la pregunta se contesta por sí sola. La redistribución de los ingresos a favor de los pobres que invoca el Gobierno parece por ello un sofisma destinado a ocultar lo inocultable porque, si en los casos del trigo y las carnes podía hablarse todavía del consumo popular, en el caso de la soja el aumento ya no refleja otra cosa que la voracidad del Estado. Queda en claro, por otra parte, que aquí no estamos hablando de los estados provinciales, a los que el Estado nacional despoja de su derecho constitucional a la coparticipación. Si los asalariados sufrirán más que nadie con la inflación como siempre ha ocurrido y si a las provincias se les arrebata su principal riqueza, que es la agropecuaria, ¿cuán lejos estamos, entonces, del modelo asiático denunciado por Marx? ¿Lousteau o Moreno? Las fotografías de esta semana mostraron el espectáculo infrecuente de un ministro de Economía que, al anunciar los nuevos gravámenes, sonreía con los brazos abiertos y una expresión de victoria. ¿Victoria contra quién? Cuando ingresó en el gobierno de la presidenta Kirchner como su ministro de Economía, muchos supusieron que este joven graduado en prestigiosas universidades sería el rival del explosivo Moreno en nombre de la racionalidad económica. Así parecía corroborarlo su inicial resistencia a las distorsiones del Indec. Pero al asumir ahora el protagonismo por el aumento de las retenciones y al agregarle el anuncio de que el aumento será móvil y no fijo como en el pasado, Lousteau confirmó que es el rival de Moreno en una dirección hasta ese momento impensada. Mientras el ministro anunciaba una nueva vuelta de tuerca contra la producción agropecuaria, Moreno decretaba por su parte una multa contra Petrobras. ¿Qué está pasando, entonces? Que no estamos ante una pulseada entre un secretario irracional y un ministro racional, sino ante una carrera en la que ambos pugnan por demostrar quién es el que más complace a Kirchner. Los destinatarios del anuncio de Lousteau y el verdadero motivo de su triunfante sonrisa no fueron, entonces, la sociedad de los productores o de los asalariados sino los dueños del poder, porque el objeto de su puja es probar quién entre ellos es más funcional a los Kirchner. Pero ésta, después de todo, ¿no es una victoria de corto plazo? El campo, unánime, acaba de responder por todos aquellos que, por una razón o por otra, protestan contra la presión del Estado. En dos o tres años más, según reconocen desde los observadores imparciales hasta el hiperoficialista Alberto Samid, faltará carne. Cuando se ofrezcan los primeros cortes de carne uruguaya o brasileña en los mostradores, ¿quiénes y cómo los justificarán? El Estado apropiador del modelo asiático de Marx gozaba, después de todo, de la permanencia milenaria de un imperio. Pero ¿cuánto tiempo pasará antes de que los Kirchner decidan desprenderse de los que hoy se afanan por ganar su favoritismo?

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