Por Silvia Mercado
“El enemigo es grande, pero mucho más si se lo mira arrodillado”, dijo Eduardo Buzzi, tomando palabras que pronunció José de San Martín. El titular de la Federación Agraria Argentina, una organización que la opinión pública urbana creyó aliada de los Kirchner, ya no deja lugar a dudas cada vez que habla: pocos percibieron que el 11 de marzo, cuando Martín Lousteau anunció la ampliación de las retenciones, la FAA se encontraba realizando un paro de 48 horas en protesta por la política agropecuaria, con tímida repercusión mediática.
Es obvio que Kirchner mandó a disciplinarlos con las nuevas medidas, y los productores federados, cuadros políticos tan notables como desconocidos en la Ciudad de Buenos Aires, ya no ocultan su enojo.
Es impresionante lo que dicen frente a las cámaras los productores. Hablan de que el Gobierno nacional usa la chequera para “disciplinar” a gobernadores e intendentes. Aseguran que Kichner no se equivocó nunca, que siempre gobierna para el mismo lado, es decir, contra ellos. Afirman que el único objetivo de las retenciones es aumentar el poder de la Casa Rosada para debilitar al interior. Se dirigen a Cristina Fernández recordando que está “en su descanso en El Calafate”. Dicen que las movilizaciones y piquetes se hacen sin pagar colectivo ni regalar choripanes. Adelantan que no aceptarán más mentiras de los funcionarios. Explican que ya no saben en qué idioma decir que las políticas hacia el campo llevarán indefectiblemente a que no haya más carne ni más leche.
Incrédulo, el Gobierno sólo repite que no negociará bajo presión, mientras intenta por todos los canales posibles romper la inédita unidad de los productores argentinos, chicos, medianos y grandes, que cortan rutas a lo largo y a lo ancho del país. Incluso, las entradas de las empresas que salieron a respaldar las medidas, como es el caso de Aceitera General Deheza, cuyo dueño es el senador nacional por Córdoba, Roberto Urquía, hoy tan defenestrado por la gente del campo como el propio Lousteau.
El campo está rebelado, y los porteños no entienden por qué, si tienen más plata que nunca. Sólo ahora que hay 300 piquetes en distintos cruces del país empezaron a poner en duda lo que siempre creyeron. Es decir, que son una oligarquía quejosa, egoísta, insensible y evasora de impuestos.
Desde la ciudad, es difícil entender el campo. Como es más cómodo pensar lo de siempre, jamás entendieron por qué cuando vino la crisis, el campo era el único sector de la economía absolutamente desplegado y competitivo, con facilidad para aprovechar las ventajas de la devaluación y derramar parte de sus excedentes a través de los derechos de exportación que impuso la emergencia, y que aceptaron sin protestar.
Nunca se molestaron en comprender de qué se trataba la fenomenal transformación tecnológica que se operó en la década de los 90, al altísimo costo de una drástica reducción de productores en todo el país. Ni tampoco comprendieron que gracias a la soja, no sólo se produce cada vez más trigo, más maíz, más carne y más pollo. La soja también permite a nuestros países del Cono Sur una etapa inédita de crecimiento, independencia política y económica, de equilibrio regional.
Para el Gobierno, el problema con esta gente del campo es que son muchos y difíciles de conducir. Por eso Kirchner los eligió de enemigos. Hasta ayer nomás, era fácil, y muy rentable desde el punto de vista de su propia imagen. Finalmente son 300, 400 o 500 mil pymes, desperdigadas por todas las provincias, con dirigentes criticados por falta de representatividad. Siempre es más fácil acordar con 3 o 4 grandes empresas, que necesitan de los favores del Estado
Pero los productores se cansaron de seguir siendo los malos de la película, a pesar del ingreso que dejan en las rentas nacionales, a cambio de nada. La emergencia pasó. La pobreza se redujo. El empleo creció. Justamente por eso se necesita producir más y mejor. Y urge la necesidad de inversión en caminos, puentes, puertos. Y en nuevas variedades de semillas, agroquímicos, maquinarias.
Es una pena que el Gobierno sólo confíe en los que se dejan disciplinar. La mayoría de los productores reflexionó crítica y profundamente acerca del rol que algunos tuvieron en la dictadura y su propia responsabilidad en la crisis que dejó niveles de pobreza del 50 por ciento. La producción agropecuaria estaba dispuesta a construir una Argentina distinta de la mano de un Gobierno que no votó. Tenía esperanzas en Kirchner y más en Cristina. Creyó que vendría una etapa de revisión de políticas erradas como las encaradas por Guillermo Moreno, de mayor tolerancia, de renovada institucionalización.
Pero se equivocaron. Y ahora son ellos los que ven al Gobierno como al mismísimo enemigo. Y lo peor, es que no es el campo el que necesita del Estado, sino el Estado del campo. Para que sostenga el superávit fiscal, pero también para que produzca alimentos. ¿Qué pasaría si los productores dejaran de sembrar? Pero esto es para una próxima nota.
La Política on Line
viernes, 21 de marzo de 2008
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