Kirchner se prepara para la guerra alimentaria
El ex presidente es el abanderado de la guerra total contra el campo. Las guerras alimentarias y los testaferros para comprar tierras.
Por Silvia Mercado
Increíble, pero real, el Gobierno sólo conoce el camino de echar más leña al fuego. Y cada hora que pasa, cava un poco más la trinchera para aislarse ya no sólo de los productores agropecuarios de todos los tamaños y regiones, sino de cada vez más amplias franjas de la población que empiezan a percibir que la Presidenta que incluso muchos votaron, no tiene la voluntad de aceptar que algo realmente grave está ocurriendo en la sociedad argentina.
En la fenomenal incapacidad de Néstor Kirchner de incluir a los productores agropecuarios en su visión del mundo, se esconde mucho más que una visión retrógrada de los protagonistas del campo real o un criterio falsamente industrial de fomento. “Kirchner es como Atila, lo que no domina, lo incendia”, dijo un conocido agrónomo en un piquete a La Política Online. Y debe tener razón.
Kirchner tuvo varias etapas en su relación con el campo. Cuando era gobernador, y como no los entendía, apeló a poner al titular de Confederaciones Rurales Argentinas en su provincia al frente de la cartera agropecuaria. Ese hombre es Javier De Urquiza, productor ovino de Gregores, candidato a vicegobernador en la fórmula radical que cayó frente al Partido Justicialista, y hoy Secretario de Agricultura de la Nación.
Durante todo este tiempo, De Urquiza jamás dudó de su rol. Hace lo que Kirchner quiere, en el momento que Kirchner pretende y y usando las palabras exactas que Kirchner ordena. Cuando productores como Silvio Corti se quejan de que “hace años que nos vienen entreteniendo con promesas que nunca se cumplen”, habla básicamente del esfuerzo de De Urquiza, justamente, por distraerlos, confundirlos, enfrentarlos. “Entretenélos”, fue una orden reiterada de Kirchner a De Urquiza.
Inventando la realidad
Mientras tanto, el campo aportaba con su cosecha al disfrute personal del entonces Presidente, que se regodeaba auscultando personalmente el ingreso de divisas que ampliaba el superávit. Pero como nadie es feliz para siempre, mucho menos Kirchner, que necesita fabricarse problemas para encontrarle sentido a su vida, la suba de precios internacionales de la carne lo puso en alerta y decidió frenar abruptamente las exportaciones.
Se le dieron cantidad de opciones para aumentar la producción de carne, realizar un esquema de cortes baratos para el consumo interno y cortes caros para el consumo externo y replicar lo que hizo nuestro vecino Uruguay (que, dicho sea de paso, gracias a los dislates nacionales está superando a la Argentina en exportación de carne vacuna). Más rentable a su imagen era usar el atril y pedir carne barata para el pueblo, aún cuando se estuviera creando problemas en el futuro. El largo plazo quedaba demasiado lejos. Además, todavía no se le había ocurrido inventar su propio índice inflacionario.
Iguales problemas empezaron a padecer otras cadenas de alimentos. La leche, las hortalizas, el trigo, el maíz. Kirchner empezó a enviar a Guillermo Moreno para convencerlos con métodos extrambóticos que sus productos eran caros. Fueron meses durísimos. Moreno apretaba y en la Secretaría de Agricultura los técnicos hacían decenas de propuestas para lograr efectivamente la baja de precios internos sin provocar la caída de la producción, que traería gravísimos problemas de abastecimiento en el largo plazo. Pero en fin, también aquí el largo plazo quedaba demasiado lejos.
Ante la multiplicación de conflictos con casi todos los sectores de la producción, varios pinguinos venidos del frío para acompañar la gestión de Kirchner, llegaron al convencimiento de que “Moreno está en contra de la producción”. Uno de ellos, pingüino de purísima cepa, se trompeó con Moreno varias veces. No trascendió antes, ni publicamos su nombre ahora, porque no tendrá más remedio que negarlo. Pero todos en el sector agropecuario saben de quién estamos hablando, y lo que de verdad piensan los pinguinos de la Secretaría de Agricultura de Moreno y de las políticas para el campo que debieron implementar contra toda racionalidad agropecuaria. No tenía claro por esa época que el “loco” Moreno era, en realidad, el “loco” Kirchner.
Para dejarlo contento a Néstor, estos pinguinos agropecuarios hicieron de todo. Viajaron cien veces a Venezuela para ayudarlo a producir alimentos a su aliado Hugo Chávez. Llevaron a Gustavo Grobocopatel y decenas de industriales del campo a intentar hacer negocios en esos extraños parajes de economía recontranegra. Demoraron hasta el límite de lo indecible la promoción de los biocombustibles para no enfrentarse con Chávez. Inventaron decenas de subsidios para tranquilizar la furia controladora de Kirchner y así tenerlo tranquilo, por la domesticación que la entrega del dinero supone entre los subsidiados.
Nada alcanzó. Javier De Urquiza quiso defender la política K el año pasado en la inauguración de la Sociedad Rural, y tuvo que salir disparado ante el llamado del mismísimo Kirchner, a pesar de que había chequeado su discurso esa misma mañana. Ese día de locos, uno de los pinguinos más pinguinistas estaba decidido a renunciar. No toleraba más el delirio de su jefe irascible y sólo quería irse a su casa del sur a descansar.
La guerra alimentaria
Pero por si fuera poco, alguien lo convenció a Néstor que los alimentos se están transformando en un elemento tan estratégico como la energía, que dividirá al mundo entre “los que tienen alimentos y los que no tienen alimentos” y provocará guerras.
Esa debe ser la verdadera razón por la que Kirchner salió a comprar campos a través de testaferros (La Política Online publicó al respecto la compra de una de las estancias más grandes de Santa Cruz por parte de Lázaro Báez) y a liquidar a los pequeños y medianos productores con las retenciones para concentrar la propiedad de la tierra y las decisiones de producción, precio y exportación. Los pocos que lo rodean dicen que pasó de ignorar al campo a pretender saberlo todo y a su modo, es decir, evitando la lectura de todo manual probado por la experiencia.
Parece que Kirchner dice que los pequeños productores liderados por la Federación Agraria son “idiotas útiles” utilizados por la derecha que pretende quedarse con la producción nacional de granos para dominar la Argentina. Los que lo escuchan por estos días no saben si está loco o realmente convencido, pero la única información que escucha es la que confirma sus presunciones, y cualquiera que pretenda llevarle otra lógica se transforma en un enemigo directo al que hay que eliminar.
Mientras tanto, la población asiste a este desquicio sin creer lo que ve, y en el mundo observan su obcecación demudados. Sus propias huestes empezaron a mirarlo raro. De a poco, comienzan a alejarse, aunque sin musitar palabra. Es como un rey trastornado, del que uno podría reírse despanzurrado, sino fuera porque todo lo que está sucediendo es demasiado trágico.
Para Kirchner, el largo plazo llegó. Habrá guerras en el mundo, y tal vez empiecen en el interior de la Argentina. Si no quieren producir como él dice, no producirán nada y producirá él mismo. Ya aprendió cómo hacerlo. No es tan difícil, asegura. Y uno que lo escuchó se está preguntando si no estarán yendo demasiado lejos.
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domingo, 30 de marzo de 2008
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