ESCALADA: El análisis político-económico de los Dres. Vicente Massot y Agustín Monteverde
Hasta ayer a la tarde las posturas en las que se habían plantado el gobierno, por un lado, y los hombres del campo, por el otro, no habían variado substancialmente respecto de lo que había sucedido en el curso de los últimos 14 días.
Massot/Monteverde& asociados 27/3/200817:5hs
Las cuatro organizaciones rurales —cortado todo dialogo con el kirchnerismo— ratificaban la continuación del paro por tiempo indeterminado. Desde la Casa Rosada la orden fue que hablara primero el ministro de Justicia, Aníbal Fernández, quien se encargó de decirles a sus opugnadores que, en tanto y en cuanto no depusieran las medidas de fuerza, era imposible sentarse a negociar. De alguna manera los dos contendientes enarbolaban posiciones lógicas aunque irreconciliables: mientras unos pedían la anulación del aumento de las retenciones establecido hace menos de un mes, los otros les exigían que depusieran el lock-out como condición necesaria para reestablecer el dialogo. Así las cosas, un mensaje que debió ser conciliador —aún cuando fuese firme— modificó el panorama de cabo a rabo. Las palabras, henchidas de soberbia, que pronunció la Presidente al caer la tarde dispararon un cacerolazo que se extendió a buena parte del país. La espontaneidad de la reacción al, por momentos, desafortunado mensaje de Cristina Fernández, hizo recordar a los que en otras circunstancias, mucho más dramáticas por cierto, se enderezaron contra Fernando De la Rúa. Miles de personas ganaron las calles, no solo de la capital, para expresar su descontento ante un gobierno que por boca de su cabeza —formal, al menos— transparentaba una soberbia insoportable. Ya no era la gente de campo sino extensas franjas de la población las que hacían causa común con un reclamo que hasta ese entonces era sectorial, más allá de su legitimidad. Lo que había comenzado como un plan de lucha orquestado por CRA, La Rural, Coninagro y la Federación Agraria —entidades históricamente enfrentadas en más de una ocasión no sólo por razones tácticas sino también ideológicas de peso— se transformaba el martes a la noche en una expresión de claro repudio al gobierno. El kirchnerismo, ante la magnitud que tomaba la crisis, reaccionó de una forma desacostumbrada si se la compara con los reflejos demostrados cuando irrumpió en escena Juan Carlos Blumberg. En lugar de enfrentarlo, Kirchner en ese entonces decidió cooptarlo y, en principio, su estrategia dio resultado. Recién después de dos años de su aparición en la escena política, poco más o menos, Blumberg decidió tomar distancias de la administración central que lo había cortejado como a pocos. Ayer, en cambio, Kirchner optó por instrumentar frente a las familias que pacíficamente habían llegado a Plaza de Mayo, una política de choque. Las huestes del piquetero Luís D`Elía no se hubiesen movido sin una orden expresa del santacruceño. Si lo hicieron, retomando el control de la Plaza historia y desalojando, no sin violencia, a los manifestantes del cacerolazo, es porque alguien les dio luz verde. El primer indicio de que algo así podía ocurrir fue un reportaje de Marcelo Longobardi a Alberto Fernández a las diez de la noche. Preguntando el jefe de gabinete que le parecía la amenaza de D`Elía de avanzar sobre la Plaza de Mayo, contestó que cuando un grupo decide manifestarse en la forma que lo habían hecho los ruralistas, era natural que hubiese una reacción contraria. Cualquiera con un mínimo de sentido común podía entender y anticipar lo que se avecinaba. El avance piquetero, los cantos que entonaron sus huestes y el salvajismo que pusieron en evidencia, debe haber horrorizado a gente que hasta ayer no tenía partido tomado en la disputa. Seguramente el kirchnerismo perdió anoche a casi toda la clase media que seguía apoyándolo y a la totalidad de los votantes que viven directa o indirectamente del campo. No es poco. La imagen de una parte del país enredada en una pelea contra otra, con la particular coincidencia de que el campo se expresó sin violencia alguna y recibió de parte del gobierno tamaña respuesta, ha ensombrecido como nunca antes desde mayo del 2003 —cuando asumió Néstor Kirchner la presidencia— el futuro inmediato de la Argentina. Ha quedado en evidencia que el gobierno no trepidara en los tiempos por venir en apelar a las bandas paraestatales que le responden para intimidar a quienes no comulgan con sus ideas. El paso que en ese sentido dio el santacruceño plantea un escenario de índole distinta del que existía el martes a la mañana. No se trata ahora de saber tan sólo como seguirá la disputa con el campo —que, por supuesto sigue siendo de singular importancia— sino esperar el movimiento siguiente del antikirchnerismo sociológico. Si el mandamás del país creyó que un libreto soberbio y desfachatado como el que lanzó su mujer, era la mejor forma de reafirmar la autoridad presidencial, se equivocó de medio a medio. Pero infinitamente más torpe e irresponsable fue la decisión de escalar la contienda sacándola de su cauce natural a través de la orden impartida a Luis D’Elía. En la Argentina comienza a recortarse la sombra ominosa de una violencia política que considerábamos desaparecida. Afortunadamente ayer nadie resultó muerto. Desgraciadamente no está lejos el día —si la crisis continua creciendo— que debamos lamentar una o más víctimas fatales. Claro que si ello ocurriese sería, por distintas razones, el principio del fin de un matrimonio que frente a crisis que no sabe resolver o bien se refugia en Santa Cruz o bien manda a sus grupos de choque al ataque. El escenario futuro más probable es que la crisis escale sin tremendismos. El principal riesgo, que se halla a la vuelta de la esquina, es el desabastecimiento. Si se hiciese notar y golpease de lleno a vastos sectores de la sociedad, el gobierno —que no está dispuesto a dar marcha atrás en el tema de las retenciones— deberá apelar a la fuerza pública. Las consecuencias, en tal caso, serían impredecibles porque el campo, luego de lo que sucedió anoche y de los apoyos que ha recibido, tampoco está dispuesto a retroceder. No hay, pues, soluciones definitivas a la vista. ¿Puede haber un acuerdo provisorio? Esta es hoy la pregunta del millón. Que un conjunto de políticos juegue con fósforos es siempre arriesgado. Sobre todo si detenta el poder. Hasta la semana próxima.
Vicente Massot
viernes, 28 de marzo de 2008
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