Bienvenidos a la Argentina bolivariana
A ciento diez día de la asunción presidencial de Cristina de Kirchner, el cambio dentro del cambio ha mostrado su rostro verdadero.
Por Fernando A. Iglesias (*) 01.04.2008 07:39
Resulta curiosa la forma en que a veces cierto periodismo presenta las noticias. Según parece, en su discurso del Parque Norte la Presidenta de la Argentina llamó –qué considerada- a dialogar humildemente a quienes encabezaban un lock-out patronal para extorsionar a la población, privar de alimentos al pueblo y pedir el retorno de Videla (sic); a quienes andan fanfarroneando en 4x4 por las autopistas que el gobierno K construyó en el campo argentino, en tanto la pobre gente apenas si tiene para comprarle un Morris Mini Cooper a sus hijas para que den vueltas en la quinta de Olivos; a quienes habitan el oligarca Barrio Norte en vez de vivir en la proletaria Recoleta, veranear en la menesterosa Calafate y trabajar en los degradados suburbios industriales de Puerto Madero; a quienes apenas si pagaban 35% de retenciones en vez de colaborar patrióticamente con el país recibiendo subsidios millonarios en dólares por instruir en las leyes del tránsito a sus camioneros, transportar a sus ciudadanos en cómodos trenes bala, apoderarse de su petróleo o extraer uno a uno los peces del mar; a los ruralistas que gozan de una rentabilidad extraordinaria mientras que las heroicas sociedades matrimoniales argentinas apenas si pudieron cuadruplicar su millonario patrimonio en dólares en estos últimos cuatro años a pesar de que tuvieron que ocuparse, en el ínterin, de desempeñar la Presidencia de la Nación; a los chacareros oligarcas que disfrutan ociosos de sus rentas en el campo y no saben de la pesada tarea de extraer dinero de las máquinas tragamonedas del Hipódromo de Palermo, concesión prorrogada hasta 2032; a los salvajes universitarios que golpearon a los chicos de la salita verde de Luis D’Elía y hasta a cierto periodista patovica que le dio un violento pechazo en el zapato a uno de esos gentiles promotores de la pacificación del país, la armonía entre los argentinos y la unidad nacional. El cambio dentro del cambio A ciento diez días de la asunción presidencial, el cambio dentro del cambio ha mostrado su rostro verdadero. La Presidenta de todos los argentinos era de todos los argentinos menos de aquellos que no quieren entender ni comprender (sic) porque piensan distinto; el retorno al mundo era el valijazo de Antonini Wilson y el apoyo a las locuras bélicas de Chávez; la inclusión social era un índice de pobreza creciente gracias a la inflación y uno de indigencia mayor que en cualquier momento de la década del Noventa; el desendeudamiento era una deuda pública de 144.729 millones de dólares, mayor que en el fatal diciembre de 2001; la lucha contra la corrupción era la continuidad de Julio de Vido, el diálogo con una pistola en la cabeza no era el del cordial Guillermo Moreno sino el de los ensoberbecidos productores rurales; la prometida policía autónoma de la Ciudad de Buenos Aires era la habitual Policía Federal declaradora de zonas liberadas y escolta de los grupos de choque liberadores; la impunidad para nadie era la ausencia absoluta de diputados del oficialismo en la sesión en que la oposición intentó declarar imprescriptibles los crímenes de la Triple A la tarde del mismo día del apogeo liberador de D’Elía, vaya casualidad; el único gobierno capaz de gobernar la Argentina era el que en su primera crisis se dedica a acusar a los opositores de desestabilizadores y golpistas; la calidad institucional era el retorno de las patotas en su versión recargada; el país en serio era el festejo de los 20 años de secretariado camionero de Hugo Moyano, la nueva política era el resurgimiento del Pejota en Parque Norte y el federalismo y la redistribución del ingreso eran un nuevo manotazo al campo y las provincias para agrandar la insaciable caja K. Y el que no la entienda irá preso, como prometió Aníbal Fernández amenazando aplicar la ley de desabastecimiento pergeñada por el Gobierno de Perón-Isabel Perón. He aquí la racionalidad, la sinceridad, la sensibilidad y la responsabilidad que invocó la Presidenta. Sean todos bienvenidos a la República Bolivariana de Argentina. Después no digan que nadie les avisó. Ganado marcado Por lo que a mí respecta me siento hoy, para decirlo en términos agropecuarios, como ganado marcado y con destino de matadero a través del habitual procedimiento fascista: primero se señala a la futura víctima y se le atribuyen acciones criminales, no importa cuán disparatadas sean, después se repite en todos lados la infamia, finalmente se le da su merecido y se dice que fue un intento de robo o se argumenta que fue la violenta víctima la que empezó. El martes en la Plaza, mientras intentaba convencer a los manifestantes de mantener la calma y evitar las provocaciones, los pacifistas amigos de D’Elía me gritaban “A vos Iglesias, forro de Lilita, te vamos a matar”. Un día después el amigo Luis me señalaba en todos los diarios como dirigente del ARI (sic) a cargo de su patota de universitarios y decía que había volteado de una trompada a uno de sus compañeros, declaración que amplió el día siguiente emanando proclamas sobre su odio visceral a los oligarcas y el porvenir que le espera en la República Bolivariana de Argentina a los indeseables conchetos patoteros, ricos y blancos como yo. Un día después la acusación me sería repetida personalmente en el programa de Mauro Viale por Emilio Pérsico y el diputado oficialista Dante Gullo, mientras la señorita que siempre lo acompaña me gritaba, fuera de sí y fuera de cámara: “Cuidate Iglesias, y decile que se cuide a Carrió”. Cuánto gusto me dio escuchar las igualaciones de los ministeriales Fernández diciendo que estuvo mal D’Elía y también los diputados de la Coalición Cívica, que golpearon a la gente. Qué enorme tranquilidad me da el sentirme protegido por una Presidenta que recibió a D´Elía en la Casa de Gobierno el día anterior a que saliera a liberar la Plaza y que después lo convocó al palco de Parque Norte; la Presidenta de la racionalidad, la sinceridad, la sensibilidad y la responsabilidad. Y qué decir de sus ministros que afirmaron que D’Elía se había ganado ese lugar en el palco ilustre, por si alguno tenía dudas, y pidieron que no se lo demonizara. Tiene razón la Presidenta: el conflicto no es ya económico sino eminentemente político. El conflicto es acerca de si todos los argentinos tienen derecho a expresarse, manifestarse y peticionar ante las autoridades o sólo los que cuentan con la bendición del gobierno K. El conflicto es sobre si la Plaza de Mayo, la de la Democracia y los Derechos Humanos, es de todos los argentinos o de las patotas que estos días la han privatizado. El conflicto es, brevemente, acerca de la vigencia de la Constitución Nacional. ¿De qué lado van a estar la Línea Fundadora de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, con quienes compartí esa Plaza en los tempranos Ochenta y de cuyo heroísmo en los Setenta no me olvido? ¿Qué va a decir Horacio Verbitsky, a quien creo aún sinceramente preocupado por la vigencia de la libertad de expresión y los derechos humanos? ¿Están hoy con D’Elía mis pocos amigos que son aún funcionarios kirchneristas, los diputados oficialistas que hace pocos días me felicitaron por mis intentos pacificatorios en la última sesión de la Cámara, los escasos miembros de mi familia que aún apoyan al gobierno K? Después de todo, tiene razón el obediente cortejo ministerial de los patitos en fila. No hay que demonizar a D’Elía: no lo necesita. Delirantes violentos hay en todos lados, aunque no en todos lados se los hace funcionarios. Tampoco es cierto, como dijo D’Elía, que se le soltó la cadena: la cadena se la soltaron desde el Gobierno. La culpa no la tienen él y Pérsico, sino los que le dieron y les siguen dando de comer. (*)
Fernando A. Iglesias. Diputado de la Coalición Cívica y autor de “Kirchner y yo”.
martes, 1 de abril de 2008
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