martes, 29 de abril de 2008

Kirchner, un peligroso

Por Eugenio Paillet

No deberían hacerse demasiadas ilusiones los dirigentes del campo que el viernes quedaron a las puertas de un nuevo encuentro conciliador con Alberto Fernández. Cristina Fernández le dio luz verde a esa intentona al apretar las manos de los cuatro integrantes de la Mesa de Enlace, convocados deliberadamente a la jura de Carlos Fernández en el Salón Blanco. En efecto, ninguno de los nombrados, con excepción del nuevo ministro de Economía, quien se encargó de aclarar que no viene a cambiar nada y que es "un soldado" --uno más de un ejército de incondicionales dispuestos antes que nada a obedecer ciegamente a su comandante-- debería abrigar esperanza alguna. Ya se encargará Néstor Kirchner de romper cualquier atisbo de acuerdo.

Kirchner decidió blindar todavía más, por si hacía falta, el escenario en el que eligió moverse desde que dejó, apenas en las formas, la banda y el bastón. No quiere un acuerdo con el campo. Por el contrario, alienta en las sombras una ruptura aún mayor que la que existió hasta ahora para provocar un nuevo paro de los productores. Con los chacareros otra vez en las rutas, saldrá a victimizarse y buscará que la sociedad cargue todas las tintas sobre quienes supuestamente hambrean al pueblo y se llenan al mismo tiempo los bolsillos. Una realidad, esta última, tan afiebrada que sólo se reconoce en la mente de un hombre que si hay algo que no termina de digerir, además de muchas otras cosas, es que ahora tiene demasiado tiempo libre para elucubrar venganzas y descubrir conspiraciones y conspiradores en sus horas de encierro en el chalet de Olivos.

Por eso ha hecho lo que salta a la vista: mandó a sus fieles a dinamitar una y otra vez cualquier intento de acercar posiciones con la Mesa de Enlace. Machaca obsesivamente sobre la culpabilidad de los productores en los incendios de campos, cuando a esta altura no pocos sospechan que esa quema de pastizales se extiende inexplicablemente en el tiempo, cuando hace dos semanas --tarde, para un gobierno que siempre corre detrás de los acontecimientos, pero llegados al lugar al fin-- que ejércitos de bomberos y voluntarios, y hasta solidarios ciudadanos comunes, combaten unas llamas que, para algunos expertos, debieron extinguirse hace bastante tiempo. Hay funcionarios del gobierno nacional que --como bien se sinceró Felipe Solá-- no hablan porque tienen miedo, aunque reconocen en privado esa incredulidad por un fuego que ya no debiera estar donde está.

Ese fuego, al parecer eterno, ¿es funcional a los planes de Kirchner de culpar al campo de todos los males nacionales, como lo es su plan para romper cualquier acuerdo y forzarlos a volver a las rutas el 2 de mayo? Son preguntas que flotan en el enrarecido aire de la política y en el sentido común de imparciales observadores.

Kirchner utilizó su primer acto como líder del PJ en dominios ex menemistas, como el municipio de Ezeiza, y 24 horas más tarde durante un breve desembarco en Mendoza, para insistir con su perorata contra el campo. A la misma hora, en el primer caso, Cristina Fernández y el jefe de Gabinete trajinaban en la Casa Rosada un encuentro con la Mesa de Enlace, que podría llevarse a cabo al máximo nivel mañana, Kirchner mediante. Más contrastante fue todavía su feroz ataque en el acto en la capital cuyana. Allá eran una tras otra las andanadas verbales de un hombre hosco, enojado y vengativo. En la Casa Rosada se daban las manos los actores de un posible acuerdo que permita destrabar un acuerdo que debería traer soluciones equitativas para todos los actores y un poco más de sosiego a una sociedad que mira asustada esta película de terror que propone el santacruceño.

Lo curioso de esa saga fue la impresión que ambos discursos causaron en hombres de la segunda línea del gobierno. Y de hecho en la oposición, entre empresarios y analistas políticos. "Habla como el presidente de la Nación, no como líder del peronismo", se animó en privado uno de aquellos actores oficiales.

No se le ha escuchado a Cristina --probablemente nunca se le escuchará-- una queja puntual sobre esta suerte de ninguneo institucional al que la somete su marido. Se sabe que la procesión va por dentro, y que suele mostrarse cansada en la intimidad de atender a quienes dicen que NK debería bajarse de su condición de presidente en las sombras y otorgarle autonomía de vuelo a quien, al fin de cuentas, fue elegida por casi la mitad de quienes fueron a votar el 28 de octubre. Tan lejos ha llegado el ex que un dirigente sindical del grupo de los "gordos", quien se codea semanalmente con al menos dos ministros del gabinete y conoce como pocos los pliegues del poder, invitó horas atrás a sus interlocutores a sentarse a esperar "el síndrome Antonietti". Así quedó registrado para la historia del folklore político aquel culebrón protagonizado por Carlos Menem y Zulema Yoma, cuando el riojano echó a su mujer de Olivos delante de las cámaras de televisión. El brigadier Andrés Antonietti, jefe de la Casa Militar, fue el encargado de ejecutar la orden. De allí que la anécdota lleve su nombre.

Nada de eso podría ocurrir ahora, si en cambio hay que creer a quienes, desde lo más alto del poder, aseguran que Néstor y Cristina son una unidad política indestructible, entrenada hasta en sus más mínimos detalles. Por ejemplo, el que permite ver a una presidenta formal, de protocolo, dialoguista, conciliadora, que sube a la tribuna sólo cuando le indican y que expresa allí las ideas plasmadas en borradores que no son suyos, y a un ex presidente que sigue reteniendo todas las riendas del poder. Y toda la toma de decisiones. En ese esquema, como defienden sus cultores, el que manda es Kirchner. Cristina a veces rezonga, pero acompaña y nunca se le ocurriría patear el tablero. Cristina, abundan, se siente de lo más campante en el rol "institucional" que le ha tocado jugar. Kirchner le cedió los atributos del mando porque así lo convinieron cuando hubo que decidir la candidatura presidencial del Frente para la Victoria. Pero los dos sabían, y saben todavía, que las cosas serían tal como se las ve hoy, mal que les pese a quienes, como el gobernador Hermes Binner, finalmente se han decidido a pedir que haya un solo presidente.

Así las cosas, Kirchner ha decidido que conviene a sus intereses personales no acordar con el campo. Y, a menos que se produzca un terremoto en la cima o que por alguna alquimia impensada la razón se imponga a la furia, muy probablemente el problema se agravará antes que otra cosa. Hay un dato a favor de quienes piden un poco de racionalidad: los máximos dirigentes de la Mesa de Enlace han descubierto desde hace rato el juego de Kirchner. Y prometen no caer en esa trampa. "Sabemos que Kirchner quiere que volvamos al paro, y por eso boicotea todo cada vez que estamos por acordar algunos de los puntos con el gobierno, o insiste con esa barbaridad de culparnos por los incendios, pero no vamos a pisar ese palito", ha dicho Eduardo Buzzi.

También borró de su diccionario la palabra inflación. Para Kirchner, la inflación no existe. Es una chicana conspiradora de los economistas liberales que sirvieron en los 90. En todo caso, existe la inflación que dibuja Guillermo Moreno, quien, por orden del único jefe al que le reconoce autoridad sobre sus movimientos y sus dichos, taladró sin piedad los cimientos de una entidad que alguna vez fue creíble, como el INDEC.

¿Cómo pensó Martín Lousteau que en ese escenario podía plantear que el país atraviesa un serio problema inflacionario y --peor aún-- que él tenía un plan para combatir ese flagelo que ya golpea severamente el bolsillo de millones de argentinos? Lo dicho: no se le puede ir a Kirchner con un remedio para combatir una enfermedad que en su visión no existe.

El joven economista perdió el favor de quienes, hasta hace algunas semanas, lo habían ponderado y apoyado, porque cometió el imperdonable pecado de creer que su cargo era algo más que una mera formalidad. Alberto Fernández ha sido, por estas horas, un ejemplo del buen equilibrista que sabe dar una voltereta a tiempo para no quedar colgado en el vacío y sin ninguna red que lo contenga. Lousteau, seguramente, no le perdonará jamás esa traición a quien fue su principal sostén estos cuatro meses, y tampoco a la presidenta que lo nombró, en un arranque de autonomía impensada, cuando debió armar el gabinete con el que asumió el 10 de diciembre.

Va de suyo que la decisión de echar a Lousteau --el ministro la entrevió en los días previos y eso lo llevó a adelantarse y presentar su renuncia antes de que se la pidieran-- es un aviso de Kirchner a cualquier otro miembro de la administració n que piense tener gestos correctivos, como planes para combatir la inflación, enfriar la economía o arreglar con el campo para mejorar los saldos exportables que mantengan a flote la caja recaudadora de un superávit que empieza a hacer agua.

No los tendrá, de hecho, Carlos Fernández. Es un hombre formado en las filas de los incondicionales como Moreno, o como el ministro de Planificación, Julio de Vido, que si algo tienen en claro es que el verdadero ministro de Economía es Kirchner. El que se sienta en el sillón del Palacio de Hacienda es apenas un ejecutor de las directivas del santacruceño. Así pasó con Roberto Lavagna y con Miguel Peirano, y ahora con el inexperto Lousteau, quienes creyeron que les estaba permitido tener vuelo propio y ejercer no sólo desde la firma del despacho diario el cargo para el que habían sido designados.

La saga de la última semana permite observar que hubo un claro triunfo de los halcones sobre las palomas del gobierno. Moreno y De Vido han incrementado su poder interno a partir de la salida de Lousteau, o de los discursos incendiarios de Kirchner cada vez que observa que alguna mesa de diálogo está en marcha allí donde habita el poder formal de la República. Confidentes del poder escucharon en la intimidad a un Kirchner divertido y jocoso, decir que "Morenito se va a jubilar como secretario de Comercio". Una clara respuesta a los incontables cuestionamientos que recibe su protegido.

Kirchner ha decidido cogobernar encerrado en el viejo peronismo, en el sindicalismo duro de Hugo Moyano y en los empresarios nacionales que ven la nada más allá de los dominios del santacruceño. Todo lo que queda afuera de ese circulo será considerado, desde ahora, como territorio enemigo.

La Nueva Provincia

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