¿Redistribución o exclavitud?
Por Roberto Cachanosky
Mientras a los contribuyentes se nos exige pagar más impuestos para ser solidarios, la corrupción pública parece no tener límites y una gran parte de la población es obligada a mendigar por un subsidio sin que se les ofrezca, en cambio, la posibilidad de tener un trabajo digno.
La feroz carga tributaria que estamos soportando los argentinos se fundamenta, según el gobierno, en la búsqueda de una mejor redistribución del ingreso. Al respecto, la semana pasada la presidenta Cristina Fernández de Kirchner afirmó que “los que más tienen no debe ver a los gobiernos que luchan por la distribución del ingreso, la justicia y la dignidad, como enemigos”. Y agregó: “Cuando uno está al frente de los destinos de la república, la lucha es para que los que más tienen entiendan, de una buena vez, que es necesario que quienes ha sido favorecidos, que quienes más ganan, deben tender la mano solidaria al pueblo, que reclama trabajo, salud, vivienda”. Tales argumentaciones parten de un supuesto falso, a saber: que los funcionarios públicos y políticos que llegan al poder tienen el monopolio de la benevolencia, siendo el resto de la sociedad un conjunto de egoístas que tienen que ser guiados por los que suponen detentar la virtud de la bondad. Es como si nos quisieran hacer creer que el resto de los mortales disfrutamos viendo a la gente desnutrida, destruida por las enfermedades y viviendo sin un techo digno. Veamos algunas reflexiones al respecto. En primer lugar, el fenomenal incremento de la recaudación tributaria que suele mostrar el gobierno no tiene como contrapartida un incremento equivalente en la calidad de la salud, la educación y la seguridad públicas. Pero sí vemos resonantes casos de corrupción con fondos públicos merced al uso indiscriminado de los mismos sin ningún tipo de control por parte del Congreso de la Nación. En otras palabras, a los contribuyentes se nos exige pagar más impuestos para ser solidarios, pero mientras se esgrimen estas palabras que suenan tan lindas a los oídos de la gente, la corrupción pública no parece tener límites. En segundo lugar, cuando se habla de distribuir el ingreso por justicia y dignidad, se comete un error de concepto. No tiene más dignidad aquél que vive de la dádiva del Estado, sino que, por el contrario, se lo degrada dado que tiene que vivir mendigando a los punteros y funcionarios de turno algunos pesos para sobrevivir. La redistribución vía el Estado no dignifica, sino que denigra y esclaviza a la gente. ¿Cómo se logra una verdadera dignidad y eficiente distribución del ingreso? Generando las condiciones macroeconómicas e institucionales para atraer inversiones, crear nuevos puestos de trabajo de manera de mejorar las remuneraciones por más demanda laboral. En este escenario no solo la gente logra salir de la pobreza, sino que, además, tiene la dignidad de mantener a su familia con el fruto de su trabajo, al tiempo que también adquiere libertad personal porque no necesita mendigarle al político de turno una limosna para poder sobrevivir. El tema es que quienes se autoproclaman dueños de la benevolencia, en rigor suelen esconder un objetivo nada benevolente, que no es otro que el de concentrar el poder económico en sus manos para que todos dependan de él. Si uno observa la maraña de subsidios y regulaciones que rigen en la economía, buena parte de la misma se rige por el principio que consiste en quitarle el fruto de su trabajo a la gente para luego decirle que le otorgan algún subsidio. ¿Qué vemos hoy en Argentina? Que gobernadores e intendentes tienen que recurrir a Estado Nacional para, de rodillas, suplicarle que le manden los fondos para el hospital, la carretera o el puente. Vemos empresas privadas a las que les congelan las tarifas y, de rodillas, tienen que tratar con el burócrata de turno para que le aumenten las tarifas o les den algún susidio. Vemos a jubilados que le han quitado parte de sus ingresos y hoy están en la miseria más absoluta y festejan cuando el Estado les otorga algún aumento que se asemeja más a una propina. ¿Es eso dignidad? El ejemplo más evidente de esta supuesta política de justicia y dignidad es el que acaba de ocurrir con el campo, cuando le proponen a los productores chicos aplicarles más retenciones y luego darles un subsidio para compensarlos. Eso no es ni justicia, ni solidaridad, ni benevolencia. Esos es esclavitud. Acá y en cualquier parte del mundo. Los esclavos producían para sus dueños y estos, graciosamente, les daban de comer con el único objetivo de mantenerlos vivos para que siguieran produciendo para ellos. Los mantenían vivos en beneficio propio. Respecto a la afirmación de los que han sido favorecidos, que quienes ganan más, deben tender la mano solidaria al pueblo, caben varias reflexiones. Por un lado están los que ganan más porque hicieron algo útil para los consumidores y eso les permitió ganar más. Por otro lado están los que no hicieron nada útil por satisfacer las necesidades de los consumidores pero igual hicieron fortunas haciendo lobby para obtener privilegios y reservas de mercado. ¿A cuál de estos sectores se estará refiriendo la presidente? Imagino que a los segundos, porque con las regulaciones económicas que hoy existen cada vez son menos los que pueden trabajar en libertad. De todo lo anterior no se desprende que la solidaridad, bien aplicada, sea moralmente buena. El punto es que la solidaridad la hace cada uno con el fruto de su trabajo y no cuando, como dice Bastiat, unos pocos hombres, llamados gobernantes y legisladores, se creen que han recibido del cielo tendencias opuestas al común de los mortales. Citando nuevamente a Bastiat cuando se refiere a los que creen tener el monopolio de la benevolencia: “Mientras la humanidad se inclina al mal, ellos se inclinan al bien; mientras la humanidad camina hacia las tinieblas, aspiran ellos a la luz; mientras la humanidad es arrastrada al vicio, a ellos los atrae la virtud”. Es decir, tienen la soberbia del que se cree superior al resto. Si alguna revolución cultural necesita la Argentina es, justamente, la de recuperar la cultura del trabajo, del esfuerzo personal, de la capacidad de innovación, de la libertad para producir y ser dueño del fruto del trabajo de cada uno. Por el contrario, mientras sigamos con la cantinela de que los únicos buenos, solidarios y honestos son los políticos que ocupan cargos públicos, más pobreza tendremos porque esta es funcional a sus objetivos políticos. Menos dignidad tendrá la gente porque dependerá de los políticos para sobrevivir y menos libertad habrá porque el que se rebele contra el que dice tener el monopolio de la bondad, le aplicará las sanciones del caso, cual si fuera un simple esclavo a su servicio.
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lunes, 21 de abril de 2008
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