Lo que nos enseñó D´ Elía
Por Ariel Armony
Para LA NACION
Sábado 5 de abril de 2008
WATERVILLE, Maine
Durante los últimos días, dediqué buena parte del tiempo a leer en Internet los cientos de comentarios de los lectores de La Nacion y de otros diarios sobre las declaraciones de Luis D’Elía en la FM Reporter 650.
A mi entender, cuando el conflicto sobre la retenciones al agro se resuelva por completo, lo que continuará vivo es el odio públicamente expresado por D’Elía y por tanta otra gente. Resulta escalofriante ver que el grado de resentimiento es intenso y mutuo.
El “odio visceral” de D’Elía se centra en “los blancos de Barrio Norte”. El odio de algunos de quienes le responden se focaliza en los “negros de mierda”. Mientras que D’Elía confiesa no tener inconveniente en “matarlos a todos”, una mayoría de comentarios de lectores expresan la misma intención. En esto todos se parecen.
Hay que examinar las palabras de D’Elía con mucho cuidado. Su apelación a la violencia es inadmisible. No queda la menor duda. Nunca más deberíamos escuchar este tipo de desbordes, ya sea en los medios de comunicación masiva o en la intimidad del hogar. Pero una parte de las declaraciones de D’Elía, la que menor atención ha recibido, conlleva un significado muy importante. “Sépanlo de mi boca –dijo el ex funcionario–. Ustedes piensan que nosotros somos inmundicia, escoria, barbarie.” La dolorosa realidad es que D’Elía, cuando dice esto, tiene razón.
Muchas cosas están cambiando en la Argentina y en América latina. Una de ellas es el discurso público sobre cuestiones raciales. No es novedoso que se hable despectivamente de los “negros” en nuestro país. Lo he escuchado en mi casa, en el club, en la escuela. Lo que sí es nuevo es que se identifique públicamente a los “blancos” como responsables, o al menos cómplices, de la injusticia social.
La Argentina intenta seguir viviendo la ilusión de ser un país racialmente homogéneo, mayormente europeo y, por ende, blanco, donde la discriminación no existe. Es lamentable que los exabruptos de un individuo como D’Elía sean los que nos digan a los gritos que la Argentina no es ese país que muchos se emperran en seguir imaginando.
De la crueldad de los chistes (“¿Cuánto tarda una boliviana en sacar la basura? Nueve meses”) a la crueldad de la arquitectura (el baño de la “habitación de servicio” que no tiene conexión de agua caliente). De las pésimas escuelas en innumerables pueblitos del país a los colegios privados que piden una “foto familiar” como parte del proceso de admisión. Del apartheid en los ascensores de cientos de edificios al valor casi inexistente de la dignidad de una niña violada en una provincia del Noroeste. Esta es la realidad que subyace al comentario “nosotros somos inmundicia, escoria, barbarie”.
D’Elía no merece ser tratado como un vocero legítimo de aquellos que sufren la realidad de la discriminación y la falta de acceso a una vida digna. El titular de la Federación de Tierras y Vivienda debería ser llevado ante la Justicia para rendir cuentas por sus agresiones y su incitación a la violencia. Sin embargo, el resentimiento y la bronca que expresan sus palabras no deben ser ignoradas.
Obviamente, no todos los “blancos” maltratan a sus compatriotas de menores recursos (muchos de ellos son los “nuevos pobres” del siglo XXI) ni todos los “negros” son víctimas de la marginalización y la discriminación.
Sin embargo, no puedo creer que una persona con un mínimo de dignidad y contacto con la realidad pueda dudar de que la Argentina es un país en el que las divisiones entre “blancos” y “negros” (por más difícil que sea distinguir a veces entre unos y otros) son reales y tangibles.
Nos guste o no, Luis D’Elía es parte de quienes somos. Es parte de la Argentina. Como tantos otros matones asociados a la política, representa a un país que continúa resolviendo las diferencias por medio de la violencia, la agresión y las amenazas.
Esto todos lo sabemos y no vale la pena ponerse a explicarlo. Lo relevante es que D’Elía también encarna un país que no ha conseguido crear una comunidad de ciudadanos, que continúa negando un pasado y un presente de discriminación e intolerancia y que, por sobre todas las cosas, tiene mucha bronca.
Podemos seguir alimentando las divisiones, los rencores y el odio. Podemos continuar pensando la Argentina en función de antinomias: peronistas y antiperonistas, blancos y negros, piqueteros de la miseria y piqueteros de la abundancia. Este es un camino que desemboca en el cinismo, un estado que conocemos muy bien.
La alternativa es aceptar que somos un país que necesita reevaluar su pasado más allá del neoliberalismo, de los militares y de Perón. No necesitamos considerar el pasado para abrir heridas sino para aceptar el presente con mayor sinceridad, para ver la realidad tal como es. Aunque me duela aceptarlo y más me duela decirlo, hay algo que D’Elía puede enseñarnos.
El autor es director del Goldfarb Center, dentro del Colby College, en el área de estudios latinoamericanos.
sábado, 5 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Argentina, en su etapa fundacional, a pesar de los muchos defectos que quizás pudieran mencionarse, fruto de una Nación en formación, tengamos en cuenta que la Independencia es de 1816 y la Constitución de 1853, fruto de un largo interregno autoritario, del intolerante Restaurador (De las leyes de la Colonia Española), a pesar de haber nacido luego de un larguísimo y doloroso parto, conservaba en sus políticos u respeto admirable, el nivel de los legisladores de entonces era mucho más alto que el de ahora, puedo mencionar nombres que hoy no encontraría en el Congreso, como Palacios, Mario Bravo, L de la Torre, Laurencena y muchos más que eran respetuosos de las ideas de los demás, fervorosos si, no descalificantes. Lamentablemente el populismo, hijo dilecto del nacionalsocialismo introdujo la intolerancia descalificadora, que forma parte de sus convicciones, esto es, el populismo no traicionó los ideales Constitucionales, simplemente no cree en ellos, cree, por convicción, en la intolerancia y el autoritarismo. Esto a la larga se fue instalando en el pueblo, y por reacción genera una actitud opuesta, la violencia sólo genera violencia, “Al amigo (El que piensa como yo) todo, al enemigo (El que no piensa como yo) ni justicia” decía el general. ¿Alguien cree que alguna sociedad del mundo pueda ser tolerante si sus líderes venerados piensan de esta manera? Lamentablemente esa semilla dio sus frutos, lamentablemente esa intolerancia es cotidiana en la Argentina, a nadie le importa la Constitución, norma de convivencia ciudadana regente de los Derechos Humanos, tampoco las leyes, vivimos en un caos permanente, por ello, debemos repensar no sólo en la intolerancia, sino en sus causas, tengamos en cuenta que este gobierno para poder ocultar su corrupción e ineptitud permanentemente genera estados de tensión social que redundan en virtual violencia, hasta los más nimios.
Lector de La Nación
Publicar un comentario