Pocos se habían dado cuenta que este gobierno había prendido fuego a las bases institucionales de la República. Y como esas bases son ignífugas según lo que nos legara el propio Juan Bautista Alberdi, tardaron unos cinco años en empezar a entrar en combustión.
La quema de nuestra Patria fue iniciada por el más talentoso piromaníaco patagónico que tuvo el país, disponiendo para ello de un inflamador muy eficaz, que fue rociado, en primer lugar, sobre todo el articulado de la Constitución Nacional.
Le prendió fuego primero a los artículos esenciales de la Carta Magna que son los que consagran las libertades básicas de la ciudadanía.
La libertad de desplazamiento y libre circulación, fue incinerada por su decisión personal de proveerles bastante combustible a los piqueteros y a los dirigentes gremiales, a quienes les obsequió hasta las cubiertas de caucho para que pudieran quemar las en la calle.
La libertad de expresar las ideas por la prensa sin censura previa, recibió en cambio el soplete de sus veleidades, practicadas, unas veces con la chequera de la “caja” y otras veces con el apriete liso y llano que nadie como él supo aplicar a mansalva.
La libertad de comerciar, fue igualmente arrasada por las llamas de sus infames controles de precios, con el acicate especial de un gran experto consumado en fuegos artificiales para asustar empresarios pusilánimes que quedó instalado en la Secretaría de Comercio.
La libertad ciudadana de conocer en detalle los actos de gobierno, fue achicharrada por su mágico lanzallamas instalado en el atril que funciona desde el año 2003 en la calle Balcarce 50.
Y así, una por una, las libertades, los derechos y la racionalidad fueron recibiendo fuego, conectado por este famoso quemador de Cartas Magnas quien es ayudado hace cuatro meses por su esposa, una señora que, del mismo modo, resultó ser una experta en chamuscar lo que se cuadre.
Juntos, hicieron una hoguera con la verdad y le arrojaron al pueblo, a la cara, las cenizas de unos índices retorcidos por la caprichosa majestad de sus fósforos… quemadores de la más elemental certeza estadística.
Quemaron todo.
El campo, las Fuerzas Armadas, las potestades básicas del control del orden público por parte del Estado, las relaciones internacionales, la división de poderes y hasta la seguridad jurídica.
En suma, la combustión institucional, nos muestra ahora esta humareda que nos invade y se mete por debajo de las puertas.
Todo, en una pira, fue puesto a arder por este Nerón criollo, mezcla de fogonero de la farsa y asador frenético de la honestidad política.
El humo que hoy nos invade, es pues la señal más clara y confirmatoria de esta incineración generalizada y aviesa de todas las instituciones de la República, instigada alimentada y fogoneada hasta hoy por un matrimonio de pirómanos de los fundamentos del ser nacional.
Por lo dicho, no se busque más:
El humo que respiramos… es producto del mismo fuego que quemó a Giordano Bruno, en el Campo dei Fiore y a Juana de Arco en Ruán.
Aquel que quiso convertir en cenizas los honor es y las verdades.
Y que jamás pudo.
Aquel que arrasó los campos de los herejes y el que les permitió a los déspotas disfrutar de una transitoria sensación de dominar por completo un enorme desierto sin el menor vestigio de vida humana.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse
domingo, 20 de abril de 2008
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