martes, 29 de abril de 2008

Sólo les falta decir “el que apuesta al dólar, pierde”

Por Roberto Cachanosky

Sólo les falta decir “el que apuesta al dólar, pierde”
La situación se desborda mientras el matrimonio presidencial continúa negando la realidad y acusando a otros de ser responsables de todos los males que nos aquejan.
A esta altura del partido, lo único que falta es que algún integrante de la administración kirchnerista pronuncie la famosa frase que Lorenzo Sigaut inmortalizó en 1981: “El que apuesta al dólar, pierde”. Es que los acontecimientos están evolucionando de tal manera que, por momentos, uno se siente transportado en el tiempo al final del gobierno de Isabel Perón, cuando los ministros de Economía cambiaban con una frecuencia pasmosa. Recordemos que luego de la “inflación cero” de José Ber Gelbard, cuyo plan terminó en un estallido inflacionario, ocupó el cargo Alfredo Gómez Morales durante ocho meses. Después, le tocó el turno a Celestino Rodrigo, que duró poco más de un mes y se fue con el “Rodrigazo”. Fue reemplazado por Ernesto Corvalán Nanclares por una semana, hasta que asumió Pedro Bonani. Apenas un mes más tarde, regresó Corvalán Nanclares por tres días hasta que llegó Antonio Cafiero, quien resistió en el cargo unos cinco meses para darle paso, finalmente, a Emilio Mondeli. Todo un récord de cambios de ministros que fueron devorados por la crisis económica surgida de los controles de precios, regulaciones, denuncias de especulaciones y demás pavadas que hoy vuelven a los oídos de los argentinos. Cuando lo escucho a Néstor Kirchner decir que habla con el corazón y pide que no se especule con el hambre de los argentinos, no puedo de dejar de recordar al pobre Juan Carlos Pugliese cuando, en plena crisis hiperinflacionaria alfonsinista y refiriéndose al mercado de cambios, se lamentó: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. En aquel fatídico verano de 1989, hasta los jubilados iban a las casas de cambio a comprar dólares para defenderse de la inflación, mientras Raúl Alfonsín, negando la realidad, trataba de quitarse la responsabilidad del incendio y hablaba de un golpe de mercado. El ex presidente hace lo mismo: fue él quien empujó al país al borde del abismo y desató un proceso inflacionario que tiende rápidamente a desbordarse, pero acusa a los productores diciendo que la culpa de los aumentos de precios es de ellos. En verdad, la espiral inflacionaria comenzó mucho antes del paro agropecuario y, si Néstor hiciera un poco de memoria, recordaría que ya en enero del año pasado Guillermo Moreno empezó a dibujar el Índice de Precios al Consumidor (IPC) del Indec para tratar de esconder la inflación real que se estaba disparando. Inflación que, según los dichos de los funcionarios de aquel momento, era buena, porque un poco no traía problemas a la economía. También es bueno recordar que este mismo gobierno sostuvo, ante los piquetes, que era bueno que existieran porque mostraba una sociedad que estaba viva. Claro, cuando los piquetes son contra ellos, la sociedad ya no está viva, sino que está conspirando. El listado de problemas que heredó la esposa del ex presidente, si es que cabe la expresión, tiende a agravarse. Como no queda muy claro quién de los dos ejerce efectivamente la presidencia, no sabemos si la situación se va deteriorando por culpa de Cristina o de Néstor. Sin embargo, lo que sí sabemos es que entre ambos no logramos hacer uno que consiga frenar la caída del país. Veamos algunos pocos temas. La inflación está descontrolada. La crisis energética sigue presente. La política de desendeudamiento aplicada por Néstor tiene la característica de haber llevado la deuda pública a niveles superiores a los de 2001. La lucha por la distribución del ingreso se acelera y, para colmo de males, el nivel de actividad empezará a resentirse por la caída del ingreso real. El riego país se disparó otra vez, lo que demuestra el miedo a un nuevo default de la deuda. Si a todo esto se le agrega la incertidumbre que tenemos por delante, lo más probable es que la gente levante el pie del acelerador del consumo por miedo a lo que puede venir. Mal que le pese al matrimonio presidencial, hoy ellos están desbordados por el deterioro de la economía, al igual que Fernando De la Rúa estaba paralizado frente a las dificultades. La diferencia es que ellos gritan desde el atril. Aunque gritar no es hacer. Y, en todo caso, cuando hacen algo no es más que para acelerar la crisis. ¿Qué podemos esperar de ahora en más? Que, enfurecidos porque se acabó la fiesta del televisor plasma, se enojen con la realidad y descarguen su furia inventando nuevos conspiradores, especuladores y demás enemigos de la patria. Puesto que hay que recordar que, para los Kirhcner, ellos son los buenos y todos los que no piensan igual son malos. Las recurrentes referencias al golpismo parecen indicar que el objetivo es inventar una conspiración para terminar de sepultar los valores republicanos y reemplazarlos, definitivamente, por un modelo autocrático. En el medio, veremos más controles de precios, regulaciones, controles en los mercados de cambio y una batería de medidas intervencionistas que irán paralizando la economía. En síntesis, dos cosas se ven claramente en el horizonte argentino. Una es el creciente enfrentamiento al que se está llevando a la sociedad. Se lanzan acusaciones sin fundamento y se incita a la gente a rebelarse contra otros sectores a los que se culpa de los desastrosos resultados de las políticas del gobierno, cual Nerón acusando a los cristianos del incendio de Roma. La segunda es que ya está científicamente comprobado que el matrimonio presidencial no piensa cambiar el rumbo de la economía, por lo que es inevitable que choquemos contra el iceberg. ¿Qué puede resultar de este cóctel explosivo en el que se fuerza el enfrentamiento civil mientras se lleva al país a otra crisis económica? Sólo Dios lo sabe, pero esperemos que esta vez Dios sea argentino.
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