miércoles, 2 de abril de 2008

El acto, un gesto de debilidad

El acto, un gesto de debilidad

Por Joaquín Morales Solá

Para LA NACION

Miércoles 2 de abril de 2008 Publicado en la Edición impresa

Cristina Kirchner dice que hay golpistas, pero quiere dialogar con ellos. Semejante contradicción surge del contenido de los dos discursos de las últimas 48 horas. Primero, anteayer, llamó por segunda vez a las organizaciones agropecuarias a negociar con el Gobierno (“las puertas están abiertas”, ratificó), y ayer, en medio de un acto en el que se mezclaron en dosis iguales aparatos políticos y populismos de manual, acusó a esas mismas organizaciones de golpistas. El supuesto golpismo del paro agropecuario había sido hasta ayer un discurso marginal del oficialismo. Hay que concluir ahora en una lamentable certeza: la Presidenta cree, definitivamente, que existen sectores políticos y económicos interesados en terminar con su gobierno. Es una convicción equivocada, como fue desacertada la afirmación de que nunca hubo un gobierno elegido con tantos problemas como el suyo. Basta recordar los levantamientos militares que tuvieron otros presidentes elegidos en los últimos casi 25 años de democracia o remontarse a la historia argentina, llena de gobiernos civiles frágiles, para refutar esa temeraria aseveración. La Presidenta tiene, sí, un problema al que los Kirchner no estaban acostumbrados: un sector social clave del país, como es el agropecuario, ha desbordado a su propia dirigencia en una feroz crítica a la política oficial. Punto. No hay más que eso. Ningún sector político o económico planea hoy una caída del Gobierno. Nadie supone que detrás de una colosal crisis política, que es lo que significaría esa alternativa, podría esconderse la solución de un conflicto que se refiere tanto al contenido como a los métodos de la administración kirchnerista. Los actos como los de ayer son necesariamente multitudinarios (el aparato de intendentes y sindicalistas peronistas es infalible en ese sentido), pero alejan, también necesariamente, a sus oradores de la moderación y la ponderación. No se moviliza una multitud para escuchar serenos llamados a la conciliación de posiciones. Gana la épica en tales eventos, y las palabras de ayer estuvieron colmadas de épica, propia por momentos de los discursos de hace cinco décadas.
* * * El peronismo parece creer que la Argentina es sólo peronista. La movilización de ayer bloqueó la ciudad con un número bíblico de colectivos rentados. Algunas avenidas céntricas y algunas autopistas fueron tomadas como playas de estacionamiento. Los argentinos que no simpatizan con el actual oficialismo o que son simplemente indiferentes quedaron abandonados por su gobierno. Oficinas de la administración nacional conminaron a sus empleados a concurrir al acto mediante terminantes textos enviados por e-mail. Algunos concluían con el viejo y gastado slogan "patria o muerte", que nada dice a estas alturas del siglo XXI. Néstor Kirchner monitoreó personalmente, intendente por intendente, sindicalista por sindicalista, la concurrencia al acto. El Gobierno es cualquier cosa menos débil. Pero el acto fue, en última instancia, un gesto de debilidad. Fue también un error político. ¿En qué estado anímico quedaron los dirigentes agropecuarios para seguir proponiendo el diálogo después de que los llamaron golpistas? ¿Acaso ese discurso, con dejos de rencor hacia los productores agropecuarios, no les complicó aún más a los dirigentes el frente interno, que ya lo tenían complicado? ¿Para qué se corrieron riesgos en medio de una sociedad crispada y de un grave conflicto irresuelto? La Argentina en estado de asamblea es una mala novedad, pero lo es más cuando la asamblea la promueve el mismo gobierno. Las soluciones no surgirán nunca de las asambleas de productores enardecidos ni de plazas colmadas para confrontar con los productores.
* * * Hubo debilidad en ese palco que sólo pudo mostrar a funcionarios, gobernadores y legisladores del oficialismo. Salvo las organizaciones de derechos humanos, todo el resto formó parte del universo kirchnerista. Es la ampulosa escenografía que le gusta a Cristina Kirchner. Hasta es inevitable cierta añoranza de los discursos solitarios de Néstor Kirchner, cuando decía sus diatribas en austeros palcos del interior del país. La actual ostentación suele jugar malas pasadas. Ayer las hubo cuando la televisión mostró juntos, invariablemente juntos, a Hugo Moyano, a Guillermo Moreno y a Ricardo Jaime convertidos en un equipo capaz de espantar a cualquier exponente de los sectores medios urbanos. Moreno actuaba de sí mismo y hacía el conocido gesto de cortar la cabeza de alguien. ¿De quién? No se sabe. Un poco más allá estaba Luis D Elía, otra vez en el palco de los influyentes, otra vez entrando y saliendo de la Casa de Gobierno, como el día antes lo había hecho en el Congreso. El Gobierno no ha tomado nota del daño político que ya le han hecho esos personajes, o ha decidido pagarlo con tal de instalar cierto temor en los sectores antikirchneristas de la Capital. Hay que suponer que no se propone atemorizar a los productores agropecuarios con Moreno, Moyano y D Elía; en tal caso, estaría exhibiendo un profundo desconocimiento de las características y la fortaleza de los hombres de campo. Sabemos que el matrimonio presidencial es analista empedernido de los diarios. Gasta buena parte de las mañanas en esa tarea. La Presidenta lo ratificó ayer cuando perdió tiempo y energía en criticar al periodismo en un discurso que merecía mejores causas. Hubo párrafos más injustos todavía, como cuando señaló que los argentinos viven por primera vez bajo un gobierno que respeta los derechos humanos. Quizá haya expresado mal otra idea también injusta, que consiste en creer que éste es el primer gobierno que revisó la historia de la dictadura. Sea como fuere, los argentinos viven bajo gobiernos que respetan los derechos humanos desde 1983.
* * * Hay algo más serio que esas pérdidas de tiempo: los Kirchner nunca reconocerán el estupor que les produce la cohesión de las entidades agropecuarias. Néstor Kirchner se pasó casi cinco años dividiendo a muchos sectores políticos y sociales. Quebró al radicalismo y a una parte de ARI. Se metió en la interna de la Iglesia y hurgó en la trastienda de los viejos caudillos peronistas. Atizó también la división entre sectores empresariales. Pero se olvidó del sector agropecuario y ahora los intentos para fraccionarlo llegan muy tarde. El fantasma, hecho realidad por primera vez, de un bloque crítico y monolítico es lo que llevó a la administración a convencerse de un inexistente golpismo. Todo alude a la falta de costumbre del oficialismo para resolver la discordia con importantes sectores sociales y no a la insurrección institucional de nadie. Más allá de las palabras que se oyeron ayer, Cristina Kirchner concluirá su mandato como Dios manda. La Presidenta no ha contribuido con su discurso de la víspera a la solución del problema fundamental. Y ese conflicto radica en dos polos contrapuestos y obstinados. A los productores les cuesta dejar la protesta mientras no se suspenda, al menos, el aumento de las retenciones y la movilidad de ellas. El Gobierno está dispuesto a muchas rectificaciones, pero no a ésa. En ese círculo se encierra la disputa de estos días. Dentro del persistente círculo están, impotentes, los propios dirigentes rurales y el resto de la sociedad, que comienza a sentir los estragos del desabastecimiento. Los excesos no son sólo del oficialismo. También involucra a los productores rasos, que se han convertido en soberanos de las intransitables rutas del país. No se moviliza una multitud para escuchar serenos llamados a la conciliación. Allí gana la épica, y las palabras de ayer estuvieron colmadas de épica, propia de discursos de hace cinco décadas.

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