jueves, 15 de mayo de 2008

¿Y esto cómo termina?

Por Alfredo Leuco

Una pregunta demasiado peligrosa se clava como un puñal en la espalda de la democracia, pero define la crisis: ¿y esto cómo termina? Es una inquietud de doble filo. Expresa las dificultades para descifrar los tiempos que se vienen pero ­simultáneamente– evidencia temor por un acelerado deterioro institucional que parece preocupar a todos, menos al matrimonio Kirchner.

Es muy complicado vislumbrar la salida, porque es incomprensible la manera en que Néstor Kirchner, como si fuera un presidente de facto, empujó a su esposa, la presidenta constitucional, a unas arenas movedizas sin precedentes en la historia.

Es la primera vez que no hay una decadencia económica que la explique. Todos los planos inclinados de la democracia siempre se han disparado tras un terremoto económico. No es el caso.

Los consultores extranjeros lo atribuyen a esa capacidad de ser tan incorregiblemente originales que tenemos por estas pampas. Aún hay solidez en la economía y no hay un solo hecho externo que acose al Gobierno: ni la oposición, ni la Justicia, ni los medios de comunicación, como les hace ver su obstinada mirada conspirativa.

Cuando todo empezó, ni siquiera el campo tuvo la capacidad de poner en aprietos al oficialismo. Era un conflicto que se hubiera resuelto a sola firma y con sentido común.

Las paredes más altas que se llevaron puestas fueron autogeneradas por el desequilibrio emocional, el autismo político y la insólita tozudez suicida de Kirchner: es el gran responsable del extraordinario poder que construyó desde la nada el día que Menem huyó despavorido de la segunda vuelta, pero también es quien destruyó gran parte de la imagen de Cristina.

Ayer, el cuasi mafioso Menchi Sábat dibujó a un Néstor bifronte que, con los guantes de boxeo puestos, utiliza la cabeza de su esposa como puchingball.

¿Qué cientista político podrá descubrir por qué razón el mismo mecanismo de pura sumisión y diálogo cero funcionó con Néstor y se convirtió en una caricatura con Cristina? ¿Qué pasó en el medio?

Isidoro Cheresky, investigador del Conicet y titular de la cátedra de Teoría Política Contemporánea de la UBA, está convencido de que esos modales sirvieron para la emergencia pero que ahora están agotados.

La sociedad pasó de pantalla, en gran medida, gracias al modelo económico de Duhalde-Lavagna-Kirchner y ahora tiene otro tipo de demandas que requieren una mayor sintonía fina para interpretarlas. El conflicto permanente se toleró como un mecanismo de excepción, pero los Kirchner lo quisieron convertir en una regla. En una verdad revelada e inmutable.

Esa fatiga ante el látigo y el maltrato autoritario se expresó primero en Misiones y fue leída sólo a medias por el Gobierno nacional. En las últimas elecciones fue más contundente en los grandes centros urbanos, donde Cristina tuvo sus peores actuaciones. Y ahora se multiplicó en la protesta del campo.

El matrimonio presidencial siguió utilizando instrumentos viejos para medir un fenómeno muy rico y novedoso. Su discurso jurásico de clasismo berreta no prendió porque no es cierto.

Hoy, la protesta agraria se convirtió en el mayor desafío político para el poder K, que aún no logró entender la naturaleza de su adversario. Es un actor social de nuevo tipo. Tiene una extensión territorial impresionante y se maneja con muchísima autonomía de sus dirigentes, con consultas permanentes, democráticas y horizontales.

Mezcla veterinarios de clase media con productores de soja prósperos pero esforzados, intelectuales capaces de utilizar una tecnología de punta con tamberos que van tirando, y comerciantes pueblerinos –en cuyos negocios las mujeres chacareras gastan su dinero– con obreros que fabrican máquinas agrícolas. Todos juntos conforman el sector más dinámico de la economía, el menos extranjerizado, el menos representado políticamente y el más orgulloso de sus productos.

Llevemos el análisis hasta el absurdo: aun en el supuesto caso de que los dirigentes de las cuatro entidades rurales se borocotizaran, seducidos por alguna prebenda, el conflicto con el campo seguiría vivito y coleando. Porque no es sólo un problema fiscal o de plata, como despectivamente dicen desde el Gobierno. Tal vez ahí no estuvo el detonante, pero hace rato que la cuestión ha pasado a ser un problema de dignidad de aquellos que sienten que las más altas autoridades no hacen otra cosa que mojarles la oreja y provocarlos. “Nos toman para la joda”, dijo en castellano básico Alfredo De Angeli, mientras exigía a los gobernadores que “no sean tan gallinas”, justo en una semana futbolística terrible para utilizar semejante mote. Reclaman reconocimiento y reciben palos verbales desde los atriles y amenazas de violencia por parte de camioneros y piketeros.

La Presidenta los desafió con altanería desde Jujuy, el jueves: “Tengo aguante y no es de ahora”, frente a los que definió como “minorías egoístas e insolidarias”. Otra vez sopa. Otra vez nafta al fuego. Otra vez abono para la tierra de la protesta que se cohesiona ante las agresiones y sigue descubriendo nuevos cuadros sociales combativos que capitalizan el costo que paga el Gobierno, porque la oposición todavía mira el partido desde afuera.

Uno de los más lúcidos dirigentes es el que está detrás de De Angeli. Es un veterinario de 55 años que se llama Juan Echeverría y que es el vicepresidente de la Federación Agraria de Entre Ríos. En Radio del Plata le dijo a Fernando Bravo que la idea de evitar la exportación de granos es “para quitarle caja a alguien que tiene la lógica y la avaricia del usurero como Kirchner”. Echeverría corre por izquierda al Gobierno. Votó en blanco en las últimas elecciones, pero se reconoce como alguien “del campo nacional”. Reivindica a Perón y las políticas agropecuarias de don Arturo Illia “por las que fue derrocado por Onganía” y defiende la “democratización de la tierra y de las riquezas”. Denuncia, además, que el Gobierno, con el tema de las retenciones móviles, “transfiere 1.600 millones de dólares a 12 grupos concentrados y poderosos que antedataron sus exportaciones” y asegura: “Tengo todo el derecho a pensar que por eso habrán recibido algún premio, algún champancito por haber sido sus gerenciadores”.

Hay demasiadas versiones irracionales sobre el futuro próximo de la economía y los mercados, y los bancos hacen un ruido muy extraño.

Cristina está en su peor momento. Corre sin brújula detrás de los acontecimientos y pierde gran parte de su credibilidad porque toma las decisiones más equivocadas. Como peronista sabe que la única verdad es la realidad, pero insiste en querer destruir termómetros y espejos. Deja a Alberto Fernández fuera de combate, casi embalsamado. Condena al ministro de Economía y a gran parte de su gabinete a ser invisible y mudo. Anuncia un Indek menos creíble aún. Quiere instalar una obra faraónica como el tren bala.
Dispara misiles contra el periodismo independiente. Y, como si fuera poco, anuncia con bombos y platillos una especie de relanzamiento para aprovechar el sol del 25 que viene asomando.

Pero la crisis va deglutiendo todo a una velocidad que mete miedo. Ese día patrio, el Gobierno correrá el riesgo de mostrar la fractura explícita a la que llevaron al país. Una parte importante de su lado, con Cristina en Salta o en la Plaza de Mayo; y otra parte importante del lado del campo, en el Monumento a la Bandera de Rosario.

La pregunta sigue amenazante: ¿y esto cómo termina? Hoy sólo se puede decir que Cristina Fernández de Kirchner está dejando jirones de su popularidad y que, en medio del silencio cobarde de muchos soldados del kirchnerismo, las venas abiertas en el pejotismo k son cada vez más grandes.

Después de leer el mensaje más urbano de las urnas, Néstor Kirchner comprendió que debía ampliar las bases de sustentación de Cristina.

Sin embargo, hoy se encerraron sobre sí mismos para protegerse y se fueron quedando con los más fieles y los más desprestigiados.

Como ya ha ocurrido en la historia argentina, por ahora el único que se puede fortalecer con todo lo que se debilita el Gobierno sigue siendo el partido del poder, que es el peronismo.

El ex gobernador Carlos Reutemann, la figura de mayor prestigio y votos en Santa Fe después de Hermes Binner se reunirá en Córdoba con el gobernador Juan Schiaretti, quien ya dio contundentes señales de que su corazoncito está y estará con el campo, aunque aclara que va a hacer todos los esfuerzos para que eso no signifique enfrentarse con la Casa Rosada.

Schiaretti ya dijo en su momento que estaba dispuesto a recurrir incluso a la Justicia si no le enviaban los fondos prometidos; ya brilló por su ausencia en dos grandes actos: ni apareció cuando anunciaron el tren bala y fogoneó una declaración de casi 60 diputados de la región Centro llamando a negociar con grandeza. Su ministro de Gobierno, Carlos Caserio, fue más allá y dijo que el Gobierno debe retroceder en algunas de sus medidas y ponerse de acuerdo con los productores. Schiaretti más Reutemann podrían convertirse en un imán para aquellos que no quieren hacer antikirchnerismo pero sufren en carne propia la borrachera de las decisiones equivocadas.

Bajo ese amplio poncho algunos ubican a Jorge Busti, a Felipe Solá, a José De la Sota y hasta al mismísimo Eduardo Duhalde, a la espera de los tiempos de Daniel Scioli. Por lo pronto, Schiaretti terminará de cruzar el Jordán el lunes, cuando reciba a los principales dirigentes rurales. Esa foto lo convertirá en “traidor” y será enviado a Siberia por los Kirchner.

Esa incipiente liga de gobernadores y ex también puede convertirse en la ambulancia que recoja a tantos intendentes y legisladores heridos en sus pueblos por tener que defender lo indefendible ante sus vecinos.

La historia dictará su veredicto. Habrá que ser muy prudentes. Hay un infierno del que salimos pero que vuelve a menearse en el horizonte.

Un gobierno racional y sensato muchas veces debe ceder y pagar cierto costo político de una sola vez para no tener que pagarlo en cuotas y por tiempo indeterminado. Ya no hay espacio para los irresponsables que hacen equilibrio en el alambre y se vanaglorian de querer poner de rodillas al resto o de buscar su rendición deshonrosa.

El boxeador que tira cien mamporros por minuto y cambia golpe por golpe muchas veces está a punto de noquear, pero también de ser noqueado.

Los Kirchner deben alejarse del absolutismo absurdo y cerrar en forma urgente su fábrica de granadas que les explotan en las manos.

Que ningún enano fascista-golpista se frote las manos. Que nadie se confunda frente a la pregunta que estremece.

Esto solo debe terminar con más y mejor democracia.

Perfil

No hay comentarios: