viernes, 23 de mayo de 2008

EL MAYO FRANCÉS Y SU INFLUENCIA CULTURAL

EL MAYO FRANCÉS Y SU INFLUENCIA CULTURAL

Por Jorge R. Enríquez


En estos días se cumplen cuarenta años de un célebre episodio histórico, el Mayo francés, que consistió en un movimiento contestatario de origen estudiantil, pero que se extendió a otras capas de la sociedad, como la gremial.

Aquel movimiento tuvo en vilo a Francia durante algunas semanas. París se convirtió en un verdadero polvorín. La protesta estudiantil provocó una crisis institucional. El mismo general De Gaulle tuvo enormes vacilaciones. Osciló entre el tono severo y el conciliador.
Finalmente, disolvió la Asamblea y llamó a elecciones, en las que triunfó. Decidió redoblar la apuesta al año siguiente con un referéndum sobre la descentralización territorial, que era en el fondo un pedido de un voto de confianza. Dijo que si no triunfaba en él, renunciaría. Perdió y renunció.
Suele tenerse del Mayo francés una visión romántica, que las celebraciones de estos días han ratificado. Se lo imagina como una revolución libertaria, que abrió nuevos caminos y que marcó un antes y un después en la democratización de la sociedad.
En verdad, tuvo más de retórica que de otra cosa. Francia ya era una democracia, perfectible como lo son todas.
Esa retórica, sin embargo, ha dejado un legado, en muchos sentidos. pernicioso. El famoso lema "Prohibido prohibir", pese a ser una notable estupidez, no dejó de calar hondo en muchos progresistas “a la violeta”.
No hay sociedad organizada, sin prohibiciones. La discusión no es si hay que prohibir o no, sino en todo caso qué hay que prohibir. A nadie se le ocurriría no prohibir el homicidio o la violación.
La democracia, siendo el sistema político que más libertades nos otorga, incluye un catálogo de prohibiciones que hacen a su misma esencia, mal que les pese a los “pseudo-progres”, que tampoco entienden que cuando la sociedad es atacada por comportamientos prohibidos, como el terrorismo, el homicidio, el robo, la violación, la discriminación, la corrupción, etc., la ley democrática debe reprimir esas conductas disvaliosas o antisociales para restaurar el orden jurídico resquebrajado.
Pero claro, si no entendemos que “reprimir” no significa “asesinar”, como nos han pretendido inculcar, sino “contener, refrenar, templar, moderar”, seguiremos, también, sintiendo escozor por palabras como “autoridad, legalidad u orden”, que expresan tres conceptos básicos, sin los cuales no tendremos, jamás, libertad.
El cuestionamiento al principio de autoridad tuvo consecuencias nefastas en la sociedad, en especial en la escuela y en la familia, ámbitos que, por esencia, no son ni deben ser democráticos, en el sentido que las relaciones maestro-alumno y padres-hijos no son horizontales, sino verticales.
Una cuestión distinta es si los maestros o los padres abusan de su poder. Allí están las leyes para poner freno a esos abusos. Lo que no se puede es, ante el riesgo de que en algunos casos puedan existir abusos, eliminar ese carácter vertical y transformarlo en horizontal.
En un reciente reportaje concedido a La Nación, el filósofo francés Alain Finkielkraut, que participó siendo joven del Mayo francés, expresa ahora una visión crítica de ese acontecimiento. Lo califica de "pantomima".
Reflexiona que luego del Mayo francés los alumnos consideraron que tenían un "derecho al diploma", y que si no lo obtenían por sus malas notas no era su culpa sino la de la escuela.
Y constata que, a diferencia de los jóvenes del 68, los de hoy tienen un lenguaje "terriblemente pobre", con una "sintaxis calamitosa, informe. Ese es el resultado de un proceso en el que, en nombre de la igualdad, dimos la palabra a los niños en vez de darles el idioma".
Otro gran crítico del Mayo francés es el actual presidente de Francia. Nicolás Sarkozy. Le achaca sobre todo el ablandamiento del sentido del esfuerzo.
Señala que, contrariamente a lo que sostenían sus cultores, aquellos días marcaron el comienzo del capitalismo financiero, sin referencias éticas ni morales, del consumismo, del culto al dinero y la especulación, del desprecio por la cultura del trabajo y de la solidaridad.
Aquel apotegma escrito en las paredes de la Sorbona “Vivir sin obligaciones, gozar sin trabas”, es la clave para comprender que Mayo del ´68 fue la cuna del relativismo moral e intelectual, del “todo vale”, de la idea de que no hay distinciones entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal.
Ya no habrá ni méritos, ni jerarquía de valores. Si alguien delinque la culpa no es del que cometió el ilícito, sino de la sociedad, que no le dio contención. Si hay violencia social, dejemos que ella fluya naturalmente, sin ahondar sobre las causas que la promovieron, pero, paralelamente, condenemos a las fuerzas del orden porque son “represoras”.
SU INFLUENCIA EN LA ARGENTINA
Como país periférico, la Argentina recibe las innovaciones de los centros mundiales con cierto retraso. "Prohibido prohibir", una de las consignas del Mayo francés, llegó con una demora de más de 30 años, pero fue de inmediato adoptada con entusiasmo.
Toda sujeción a una regla resulta sospechosa. Es lícito tomar comisarías, impedir que miles de personas transiten pacíficamente por la calle, amedrentar con palos y capuchas, agredir a legisladores cuando no es del agrado de algún grupito organizado lo que dicen o lo que votan. Cualquier consecuencia que esas conductas suscitará en el orden jurídico sería considerada represora.
Tampoco se puede corregir a los jóvenes. Las sanciones disciplinarias, como las amonestaciones, son tenidas por violentas. Llamarle la atención a un alumno es una derivación del terrorismo de estado. El maestro o profesor que tenga el coraje suficiente como para cometer tal atrocidad será duramente reprendido por las autoridades, a instancias de los padres del menor, que blandirán, amenazantes, la Convención de los Derechos del Niño.
Episodios recientes, como el caso del “Carlos Pellegrini”, donde los más “setentistas” parecen los padres, que abdican alegremente de su función y se convierten en gremialistas de sus hijos, son elocuentes ecos de aquel movimiento.
Las modernas técnicas pedagógicas facilitan esta primavera demorada. Está prohibido corregir, por ejemplo, la ortografía o la sintaxis. Los párvulos deben expresarse con la mayor libertad. Por lo demás, las diferencias entre docentes y educandos deben ser abolidas. Los conocimientos no se "transmiten", sino que resultan de una "construcción social" a la que todos aportan por igual. Discépolo tenía razón, pero despojado de la ironía represora de su letra: "lo mismo un burro que un gran profesor".
Por cierto, cada día vivimos peor, cada día somos un poco más ignorantes, cada día estamos más lejos de los estándares de los países desarrollados. ¡Pero qué felices somos!

jrenriquez@yahoo.com.ar
Viernes 23 de Mayo de 2008

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