Por Alfredo Leuco
El Gobierno cayó en su propia trampa. Cerró tantas puertas y dinamitó tantos puentes que su gesto amistoso fue leído por el campo como algo bienvenido, pero sin la suficiente fuerza como para remontar la cuesta del maltrato permanente.
Las heridas que quedaron en el cuerpo de los productores agropecuarios no se cierran tan fácilmente. Tal vez los políticos en campaña estén acostumbrados a decirse de todo y después, en un abrir y cerrar de ojos, hacer un acuerdo e incluso pasarse al bando contrario.
Las bases agropecuarias son inexpertas en este tipo de hipocresías y están vírgenes en este tipo de combates mediáticos. Todavía sienten en el alma el dolor de ser acusados de golpistas –entre otras locuras– y todavía les corre frío por la espalda cuando escuchan las amenazas de mandarles a las rutas a las “patrullas mussolinianas” para hacer justicia por puño propio. No pueden hacer como que no pasó nada de un día para el otro. Necesitan gestos más fuertes. Necesitan ver para creer. El discurso de la Presidenta en Almagro, el miércoles último, fue un muy buen paso en el camino correcto. Pero sólo un paso. Haber frenado las provocaciones por 24 horas y llamar a dialogar sin rencores ni odios sirvió para enviar una señal correcta y para cambiar la lógica del Gobierno que –en este conflicto– no hizo otra cosa que redoblar la apuesta con el objetivo de poner de rodillas a sus adversarios. Fue gigantesco el desierto al que empujaron a miles y miles de argentinos vinculados a la actividad agropecuaria. Las palabras de Cristina Fernández de Kirchner fueron como una lluvia que trae buenos augurios y que gratifica, pero que no alcanza. Hay una desproporción muy grande entre la magnitud y la cantidad de latigazos recibidos y una caricia. Además, los productores tienen dudas acerca de la verdadera sinceridad y profundidad de la convocatoria porque ya una vez padecieron la bicicleta y la amansadora del reunionismo que no lleva a ninguna parte.
La jugada del Gobierno sirvió para sacarse de encima la lupa de la sociedad y para colocarla encima de la comisión de enlace rural, que empieza a mostrar con más contundencia las grietas que siempre tuvo. Eduardo Buzzi y Mario Llambías son los más combativos, porque sus bases son las más intransigentes. Saben muy bien aquella máxima peronista de “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”. Luciano Miguens es el más negociador y el que mejor diálogo tiene con la Casa Rosada, pese a que Luis D’Elía dijo que los piqueteros de Barrios de Pie “le pegaron poco“ cuando Miguens fue agredido frente a las oficinas de la Sociedad Rural y ordenó que la próxima vez “le peguen una buena patada en el culo por golpista”. Y esto no ocurrió hace un mes. Pasó el mismo día en que la Presidenta pronunciaba su discurso conciliador ante el silencio más conciliador todavía del Primer Caballero. D’Elía es la misma persona que denunció que está en ciernes “un golpe de Estado mediático y agrario” y que ya hace tiempo avisó que si había un golpe “estaba dispuesto a defenderlo con las armas en la calle”. Está casi todo dicho.
Hay mucho trabajo democrático que hacer desde ambas partes si en verdad –a esta altura– no están entrampados en resentimientos y odios personales. Hay que apelar a la máxima creatividad y el mínimo dogmatismo de todos los mecanismos de consenso democráticos para huir lo antes posible de esta situación de violencia verbal y no solo verbal que puso a la convivencia social en terapia intensiva.
El campo no debe cortar rutas. No debe cometer delitos. Debe abrir nuevos caminos y vínculos con todos los sectores para reforzar sus reclamos. Ya cosecharon abrazos cálidos y buenos consejos de Juan Schiaretti y Hermes Binner, los dos gobernadores que saldrán más fortalecidos de esta crisis. El peronista cordobés y el socialista santafesino vienen coordinando entre ellos mucho más de lo que se publica. Juntos sostienen la propuesta que destraba todo en una movida simultánea: que el campo levante el paro y que el Gobierno levante las últimas retenciones.
El Gobierno debe dejar de apostar al miedo como forma de imponer sus criterios.
Muchos de sus integrantes fueron perseguidos en su momento (y eso que algunos utilizaban armas más letales que las palabras). Carlos Kunkel no puede instaurar el delito de opinión. Los jóvenes que fueron utilizados por los terroristas de Estado como botín de guerra no pueden apelar a la metodología del escrache con los medios de comunicación o con políticos opositores. El escrache es un mecanismo extremo que utilizaron los familiares de las víctimas para iluminar genocidas que se ocultaban en sus madrigueras cuando había impunidad. Fueron alaridos de justicia. Pero escrachar desde el poder y a gente que jamás en su vida tiró un tiro es una desmesura que se parece demasiado a la venganza.
Y que en muchos casos lleva a la locura de atentar contra sus propios compañeros. Activistas de Libres del Sur, de los funcionarios nacionales Jorge Ceballos y Humberto Tumini, fueron a la Feria del Libro a repudiar a Juan Carlos Tedesco por una discusión interna de su ministerio. Fue tan grande el escándalo, que Tedesco no pudo hablar y se tuvo que ir humillado. Vale aclarar que Tedesco es funcionario del mismo gobierno de Cristina y que, aparte, es uno de los expertos en educación con mayor prestigio académico que tenemos. No hubo un solo compañero de gabinete que saliera a solidarizarse con el sucesor de Daniel Filmus ¿Pánico? ¿Disciplina revolucionaria?
Juntos, el Gobierno y el campo, deben repudiar la cobardía de las amenazas y los escraches de ambos lados. No importa quién sea la víctima de los vándalos, Agustín Rossi, la madre de Eduardo Buzzi, Luciano Miguens o los periodistas del Grupo Clarín. Y en el caso de la brutal violación de la intimidad de las computadoras de Hector Magnetto y Ernestina Herrera de Noble, hoy también considerados enemigos por el Gobierno, se impone primero la condena absoluta de algún alto funcionario, por lo menos, si no la consecuente investigación y castigo a los responsables.
Lo peor que nos puede pasar es volver a la violencia como instrumento para resolver los conflictos sociales y políticos. Ya sufrimos en carne propia miles de muertos y desaparecidos que nos deberían servir como conciencia crítica para aislar y marginar a los que apuestan a las cadenas, la intolerancia y los fierros. Un clima caliente y envenenado de acusaciones brutales favorece que cualquier chispa se transforme en incendio.
En este plano, también fue útil el regreso de la Presidenta a su mejor discurso: el que pronunció en su día de gloria, es decir, cuando asumió el cargo. La apelación a construir un país con diversidad de opiniones siempre calma a las fieras. No sabemos hasta cuándo. Pero la decisión de buscar otro escenario fue tomada por el matrimonio Kirchner pocas horas antes de subirse al helicóptero que los llevó al estadio donde el PJK sorprendió por una convocatoria tan módica. ¿Cuál fue la novedad que los llevó a semejante viraje? ¿Por qué cambiaron las agresiones por un llamado al diálogo? La respuesta es: por dos encuestas demoledoras para Cristina y preocupantes para todo el proyecto matrimonial. Por segunda vez se había producido una caída muy pronunciada en la imagen positiva de la Presidenta, que apenas merodea los 30 puntos.
Su esposo –que no había sufrido desgaste en la anterior consulta– esta vez también acusó un descenso importante hasta los 40 puntos y por primera vez, aunque en forma muy leve, Daniel Scioli había perdido un par de puntos.
El gobernador de Buenos Aires parece tocado por la varita mágica de los que siempre tienen la simpatía de una importante porción de los ciudadanos. Dicen los sociólogos que llena el casillero de los candidatos que “toda señora sueña que se case con su hija”. Hasta ahora ningún problema había desgastado su figura. Pero esta vez, sí. Es cierto que fue mínima su caída, pero también que sólo estaba medido antes de haber gambeteado su encuentro con los dirigentes ruralistas de su provincia algo que –se sospecha– puede hacerle algo más de mella al blindaje de Scioli.
Esa encuesta maldita para los sueños del matrimonio presidencial llegó para confirmarles otras preocupaciones. La primera gran fisura que se abrió dentro del Partido Justicialista. El eje Schiaretti-Reutemann-Busti demostró que hay vida más allá de la chequera nacional y que representar los intereses y las demandas de quienes los votaron, muchas veces les da un respaldo popular que puede ayudarlos a aguantar los embates y facturas patagónicas que van a llegar mas temprando que tarde. Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, en el justicialismo, pueden construir un techo bajo el que pueden refugiarse otros gobernadores e intendentes que quieran tomar más o menos distancia de los Kirchner. Empieza un capítulo nuevo: ahora hay algo más que intemperie. Hay otros referentes no marginales y ese es un desafío a la autoridad de Cristina y Néstor, que por ahora es prudente pero que puede crecer en forma inversamente proporcional al evidente desgaste del Gobierno.
La otra espina que este conflicto autogenerado les clavó a los Kirchner es que se haya puesto en fuerte cuestionamiento el manejo del dinero que producen las provincias y los pueblitos, y que malgasta en forma arbitraria la Nación. Ese concepto tan lejano para los argentinos de a pie como la coparticipación federal se entendió en toda su dimensión en las discusiones en los medios y en las rutas de estos días.
Se rebelaron cientos de intendentes en cuyos pueblos –que aportan fortunas a la Nación con las retenciones– no hay cloacas, ni caminos ni gas y se dieron cuenta de la manera bulímica con la que el Gobierno K devora al federalismo. Esta discusión pega justo en el corazón del estilo de construcción política que Néstor Kirchner llevó hasta el éxtasis: vos producís, yo recaudo y despues uso tu plata para premiarte con obras si te portás bien o para castigarte si te rebelás. Esta exhibición obscena de su mecanismo disciplinador tal vez sea el mayor costo político que los Kirchner debieron pagar por el capricho y la tozudez de no haber resuelto el conflicto apenas estalló. O cuando Martín Lousteau pegó el portazo.
El tema clave hacia adelante es cómo se hace para que tanto el Gobierno como el campo retrocedan un paso y se llegue a un acuerdo sin que ningún contendiente aparezca perdiendo por nocaut.
Tres de cada cuatro argentinos ruegan que se resuelva el problema de una vez por todas y vuelva la tranquilidad, para que el Gobierno se dedique a matar a su principal enemigo: la inflación.
Tres de cada cuatro argentinos quieren que todos salgamos de la trampa que tendió el Gobierno. Para que podamos aprovechar la gran oportunidad histórica de crecimiento que tenemos y derrotar a la pobreza y la marginación a puro desarrollo productivo con equidad y en pleno ejercicio de las libertades públicas.
Perfil
lunes, 19 de mayo de 2008
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