viernes, 16 de mayo de 2008

EL MINISTRO QUE NO FUE

EL MINISTRO QUE NO FUE

Por Jorge R. Enríquez


Aunque la señora de Kirchner no dijo una sola palabra durante la campaña electoral sobre su programa, más que una vaga referencia a “un pacto social”, que es lo mismo que no decir nada, su marido y algunos exégetas del verbo kirchnerista señalaban que durante la fase femenina del kirchnerato se mejoraría la calidad institucional, se implementaría una política de precios y tarifas sin intervenciones oficiales, ni fraudes estadísticos, se apartaría a los funcionarios más irritantes del gabinete de su marido, los que serían reemplazados por personas más presentables, el país se abriría al exterior, etc.

Había que tener una alta dosis de ingenuidad para creer que ese iba a ser el rumbo, pero no pocos de nuestros analistas políticos compraron ese sueño de hadas. Desde esta columna expresé mi discrepancia con esa visión general, disenso que no se basaba en una animosidad personal con la entonces candidata, sino con la simple lectura de la historia.
Cicerón escribió que la historia es "magister vitam", maestra de la vida. Si uno analiza cuál fue el modo de gobernar de una persona durante veinte años, tendrá pistas muy confiables sobre lo que hará en el futuro. Lo que caracteriza a los Kirchner es la concentración del poder, el desprecio por las reglas institucionales, la compra de voluntades, el manejo oscuro de los fondos públicos. ¿Por qué iban a cambiar ese sistema si, para ellos, les había garantizado el éxito?
Por eso, se mantuvo el gabinete, se profundizó el autismo internacional, se agudizó la confrontación. El único nombre que aparecía disonante en ese gabinete gris y monocorde, era el del joven economista Martín Lousteau, que ostentaba una trayectoria académica en prestigiosas universidades del exterior.
Pero Lousteau fue una enorme decepción para quienes confiaron en él. Seducido por las alfombras del poder, cedió desde el comienzo toda autonomía de juicio. Se sometió al sistema kirchnerista en el que los ministros son poco más que amanuences de los seres supremos, es decir, de él y ella.
Para decirlo en términos turfísticos, se quedó en los aprontes. No arrancó nunca. Pasaba inadvertido hasta que firmó (o le hicieron firmar) el 11 de marzo pasado la lamentable resolución que estableció las retenciones móviles y generó la fenomenal protesta del campo, a la que se adhirieron solidariamente vastos sectores de las ciudades.
Cuando su figura estaba tan desgastada que ni lo dejaban participar de las reuniones con los ruralistas y ya se hacían públicamente encuestas para sondear quién lo sucedería, el ministro que no fue ejecutó el único acto efectivo de su gestión: hizo circular un breve documento con sus propuestas para bajar la inflación (a contramano de la política oficial), que como era previsible fueron rechazadas en Puerto Madero (verdadero centro del poder).
Kirchner le contestó sin nombrarlo desde una tribuna partidaria. Esa noche Lousteau presentó su renuncia, es decir, "primereó" al matrimonio, lo que en el Petit Kirchnerouse Ilustré constituye un delito grave.
Hay que decirlo sin medias tintas: el rol de Lousteau fue penoso. De Moreno, de D´Elía y tantos otros uno no puede esperar otra cosa. Están para eso. Pero que un joven supuestamente brillante (no lo demostró las pocas veces que tuvo que hablar), intelectualmente bien formado, se haya prestado a hacer papel de extra en esa comparsa es muy triste.
Ahora, un nuevo Fernández se ha sumado al elenco ministerial. Si había alguna esperanza en un cambio de rumbo de la economía, la misma se desvaneció, a partir que sus primeras declaraciones dejaron traslucir, claramente, su sumisión a los dictados del matrimonio Kirchner, por lo cual su papel al frente de la cartera se va a reducir a ser simplemente el vocero de éste.
Mientras tanto, el problema con el campo subsiste. Parecería que, también, el ex presidente estuviera torpedeando, hasta ahora, todo acuerdo con el agro, a través de su fiel Moreno, que luego de las pacientes rondas que organiza Alberto Fernández, entra a las reuniones como un elefante en un bazar.
Es hora que el rumbo económico tenga un giro copernicano. Así lo exigen una inflación que tiende a desbocarse, una crisis energética que día a día, se agrava, una deuda pública que ha crecido hasta alcanzar niveles superiores a los que teníamos antes del “default” de 2001, el desabastecimiento de algunos bienes y la inseguridad jurídica que no genera un clima de confianza para las inversiones productivas, herramienta primordial para que desaparezca el hambre, disminuya la pobreza y se termine la exclusión social.

jrenriquez2000@yahoo.com.ar
Sábado 3 de mayo de 2008

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