El disciplinamiento de Alberto
El jefe de Gabinete cayó víctima de la operación de pinzas de Carlos Zanini y Oscar Parrilli, coordinada desde Puerto Madero. El kirchnerismo se despide de la clase media.
Por Ignacio Fidanza
Si había algo que no necesitaba Alberto Fernández era que Eduardo Buzzi de la Federación Agraria lo elogiara ante las cámaras, en el mismo momento que anunciaba un nuevo paro del campo.
El jefe de Gabinete venía de un fin de semana complicado que lo obligó ayer a un forzado paso por la residencia de los presidentes, como reveló La Nación, para consumar en su cuerpo la primer expresión de esa “rendición deshonrosa” que Néstor Kirchner imagina para el campo.
Fernández vivió una parábola similar a la de aquel viejo dirigente peronista Jorge Paladino que empezó como “delegado personal” de Perón para negociar con los militares de Lanusse el regreso del líder al país, y terminó relevado de su función porque se había convertido en delegado de los militares ante el ex presidente. Claro que como dijo Carlos Marx, la historia se repite como comedia, al menos en lo que hace a la entidad de los protagonistas.
El disciplinamiento no ya de los cuerpos sino de las almas, como corresponde a estos tiempos de transparencia mediática que el poder intenta eludir, se concretó lejos de miradas indiscretas. Se sabe que es feo el castigo, pero también poco glorioso castigar.
Se allanó así el Jefe de Gabinete a la política de confrontación que diseñó Néstor Kirchner desde el inicio de la crisis con el campo, y abandonó sus veleidades de Primer Ministro a la europea, que lo habían llevado a creer que él era la encarnación de la administración y el pulso político del reinado de Cristina Kirchner.
Deslucido y desautorizado hasta la humillación, prefirió mantener el cargo –y sus prerrogativas- antes que la dignidad de la renuncia, ante el fracaso total de la estrategia de negociación que desplegó durante 30 días.
Si bien el diseño de la estrategia de disciplinamiento del jefe de Gabinete se elaboró en las oficinas de Puerto Madero, la ejecución práctica correspondió a dos secretarios de Estado: Carlos Zanini y Oscar Parrilli. Confirmando una vez más que en el kirchnerismo la estructura formal tiene poco que ver con la real. Es un ex presidente quien manda, y son los secretarios de Estado los que ordenan a los ministros.
La última cena
En vano, Alberto Fernández intentó anoche una demostración de fuerza hacia el interior del gobierno, convocando a sus leales a una cantina de San Cristóbal –que sería del hermano del secretario de Turismo, Enrique Meyer-. Ministros intrascendentes como Graciela Ocaña y Nilda Garré, y el titular de los Cascos Blancos Gabriel Fucks, fue toda la tropa administrativa que pudo exhibir el jefe de Gabinete.
Caras circunspectas en el cónclave al que se sumó lo que le queda de su armado porteño: el senador Daniel Filmus, la diputada Vilma Ibarra, el legislador Diego Kravetz. Cenáculo que también contó con la presencia de un desorientado intendente de Córdoba, Daniel Giacomino, que a la hora de emigrar del juecismo creyó que Alberto era la mejor vía para acceder a los favores de la Casa Rosada.
Brillaron por su ausencia ministros que según las propias palabras de Alberto Fernández le responden o él “puso”, como Florencio Randazzo, Carlos Tomada o su tocayo de Economía Carlos Fernández; por no hablar de la estructura oficial del PJ porteño, que hace rato ya entendió que Alberto no es más lo que alguna vez creyó ser.
Tampoco estuvieron otros funcionarios que hasta hace poco se cobijaban bajo el ala del jefe de Gabinete, como Jorge Taiana, Aníbal Fernández y el flamante titular de la Afip Claudio Moroni. En la reunión, lejos del clima festivo de otras épocas, prevaleció la incertidumbre. “Los teléfonos dejaron de sonar, ya no nos contestan”, fue una de las frases escuchadas.
Carlos Pagni tituló tiempo atrás en una de sus columnas, luego que Luis D´Elía y sus falanges –con perdón de los hoplitas griegos- golpearan a los vecinos que protestaban en la Plaza de Mayo: “El kirchnerismo se despide de la clase media”. Es este el público a quien desde sus épocas del Frepaso y sus posteriores involuciones, los presentes en la cena de anoche, creen dirigirse.
La defunción del espacio para un “kirchnerismo racional” que pretendía encarnar Alberto Fernández, los deja en estado de zozobra. No por nada fue su antiguo líder, Carlos “Chacho” Alvarez quien primero olió el “cambio de época” que descolocó al oficialismo, y salió a diferenciarse del gobierno.
El Chacho recibió por su herejía la pertinente respuesta de D´Elía; ya que Carlos Kunkel estaba ocupado en la Cámara de Diputados, tratando de disciplinar a Felipe Solá y Edgardo Depetris. Lo que demuestra por otro lado, que en el oficialismo cada vez son más lo que hay que “ordenar” y menos los voluntarios para comunicar la reprimenda.
Locos y normales
Como sea, en la cena de anoche se coincidió en que “lo del Chacho pegó muy fuerte”. Tan profunda es la grieta que empieza a separarlos de la clase media, que mientras en la comida de San Cristóbal se imaginaban escenarios para sumar al “Pelado” Jorge Telerman para las elecciones porteñas del año próximo, este aceptaba por teléfono la invitación de Mauricio Macri para compartir la inauguración del nuevo puente La Noria. Hoy, todos sonrisas y elogios, ambos sonrieron para la prensa.
Misma distancia con la Casa Rosada que marcó otro aliado clave del proyecto kirchnerista: el periodista Horacio Verbitsky, quien permitió que el CELS, la entidad que dirige, presentara ante los medios un informe muy crítico sobre la política de derechos humanos del gobierno.
“Es muy simple, ya no se trata de derecha y progresismo, ahora la división política en la Argentina es entre los normales y los locos. Y cada vez cuesta más, encontrar gente que quiera estar con los locos”, explicó a La Política Online una peronista que conoce como pocas, las distintas satrapías del poder.
En el Reino Unido el primer ministro Gordon Brown se atribuyó toda la responsabilidad por la derrota que sufrió su partido en las recientes elecciones municipales y muy serio anunció que retiraba el paquete económico que había presentado, que incluía un aumento de los impuestos.
El premier británico hizo lo que todo hombre de Estado sensato debería hacer, cuando su pueblo le indica que el camino que eligió no es compartido. No hace falta aclarar, cual fue la respuesta de Néstor Kirchner cuando una gran parte de los argentinos impugnaron el aumento de retenciones que dispuso el gobierno de su mujer. Sólo resta esperar la traducción electoral de ese rechazo.
domingo, 11 de mayo de 2008
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