lunes, 28 de julio de 2008

Si un político no ve traiciones y complots por doquier, está sonado

Siendo los políticos especialmente responsables del bien común, el recurso de la mentira (tanto como el del falso testimonio y el de la calumnia) debería verse como pecado grave, en concordancia con el octavo mandamiento de la fe católica. Pero -¡caramba!-, hete aquí que las ilusiones ópticas, expuestas a ese pretendido hato de estúpidos que conforman la opinión pública, se han vuelto eficaz herramienta en boca, gestos y contorsiones de mucho taumaturgo de morondanga enquistado en el poder. El engaño y la mentira tienen uñas largas y patas ágiles, pero cortas, absolutamente adecuadas para que la política sea menester de individuos oportunistas, auspiciantes del rencor y la blasfemia.

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