jueves, 17 de julio de 2008

Argentina: otro país es posible

Argentina: otro país es posible
Por Juan C. Sánchez Arnau

No es la hora de las palabras fáciles. Se ha producido hoy un hecho político poco frecuente: la derrota de un Gobierno y de un equipo gobernante que se consideraba imbatible y que no escatimó recursos para obtener su objetivo. Pero más que esa derrota lo importante de este momento es lo que está detrás, la aceptación por la mayoría de la clase política de lo que era un verdadero reclamo popular, salido de lo más profundo del país: rectificar el rumbo de la política. Terminar con el autoritarismo, la intolerancia y la corrupción encarnados por el ex Presidente Kirchner. Terminar con la provocación y la falta de respeto a quien piensa distinto. Terminar con la mentira de los índices oficiales, de los discursos progresistas convertidos en actos faltos de toda sensibilidad social. Terminar con el recurso a la violencia y a la intimidación, con la manipulación de los medios, con la soberbia de los actos y las palabras. Terminar con el capitalismo de amigos, que recauda con la izquierda y distribuye con la derecha. Terminar con el regreso al pasado, en el discurso, pero también en los actos de gobierno, en un país que, en esencia, es futuro y que, como hoy lo demostró, quiere ser futuro.
Dijimos que no es la hora de las palabras fáciles porque es la hora de los gestos de grandeza. Y hoy en el Senado, gracias a la incorruptibilidad de unos pocos senadores oficialistas, que resistieron presiones y ofertas que podemos imaginar más que substanciosas, la política se reencontró con la gente.
El de hoy fue el senado de Lisandro de la Torre. Quién mejor que él –que terminó con su vida cuando ya no le alcanzaban las palabras para expresar su hastío moral- para definir la dimensión moral de la acción política; quién mejor que él, surgido de las Ligas Agrarias santafecinas, para expresar esta reacción de la gente de campo que se plantó ante el poder político y dijo ¡basta! apelando a sus ancestros, a su tierra, a su trabajo y a su voluntad de cambiar el país.
El voto de desempate del Vicepresidente Cobos fue algo más que la reacción de un hombre herido por los agravios y la intimidación. Fue la reacción de un hombre que, en su soledad institucional, quiso ayudar a la Presidenta en la búsqueda de una salida por la vía legislativa al berenjenal en que la había metido su propia falta de sentido común Y no pudo ni lo dejaron. El voto de Cobos evitó lo que habría sido un grave hecho institucional, dar legalidad a una decisión política que había perdido toda su legitimidad. Y nadie ayudó más a ello que el propio Gobierno: el voto de Ramón Saadi a favor del proyecto oficial y la instrucción al bloque oficialista de que no se podía mover una coma del proyecto aprobado en Diputados, puso a Cobos ante una situación moral que le impedía acompañar al voto de su propio gobierno. Y así salvó la institucionalidad y dejó en pié su propia figura y su función, que pueden llegar a ser determinantes en el futuro del país.
Sin embargo, quizás lo más importante de este proceso es que fue fruto de un grupo de dirigentes agrarios que supieron dejar de lado diferencias ideológicas e intereses económicos contrapuestos y moverse, durante más de cien días, con una moderación, en los discursos y en los actos, que contrastaban brutalmente con la acción del Gobierno y del ex Presidente Kirchner. Supieron interpretar lo que pensaban las bases de sus instituciones pero al mismo tiempo supieron contenerlos, abrir válvulas de escape allí donde era necesario, permitir las divergencia pero hacer primar el objetivo común. Y así generaron la mayor reacción popular de la historia de la democracia moderna en Argentina. Una reacción llena de sentido común y de sabiduría popular.
Por suerte, la mayor parte de la clase política decidió seguirlos, aunque sin lograr la confluencia de opiniones más allá de la negativa a aceptar el proyecto oficial de “retenciones”. Tarea que no podía ser difícil ante un proyecto a todas luces inconstitucional, por su origen y contenido; innecesario desde el punto de vista fiscal; y contrario a toda lógica económica.
Por suerte también, el sistema institucional funcionó y fue el Congreso el que le dijo ¡no! a un Poder Ejecutivo obcecado en imponer un gesto de autoridad más allá de toda lógica política. Fue el Poder Legislativo el que a través de un gesto sin precedentes históricos en nuestro país, el de un Vicepresidente que vota en contra del proyecto oficial, puso de manifiesto que la Constitución cuenta con los mecanismos necesarios para poner límites al dislate de los gobernantes y permitir salidas institucionales a la más complicada de la situaciones políticas.
Pero nadie contribuyó a este resultado más que el propio gobierno, insistiendo a toda costa (en el más literal de los sentidos) en llevar adelante su propio dislate. Fue el ex Presidente Kirchner, convertido en el verdadero Comandante en Jefe del Gobierno a lo largo de la última etapa de este proceso, quien identificó al enemigo, le impuso las condiciones de la derrota (“los quiero de rodillas”), eligió sus huestes y sus generales (Rossi y Picheto en el Congreso, D’Elía en la calle, Verbitski en la prensa), escogió el campo de batalla y fijo la fecha del combate. Y recogió dos tremendas derrotas: antes de ayer, en las calles de Buenos Aires, donde provocó un acto de sus partidarios que, además de una inútil provocación fue un intento de demostración de fuerzas que puso al desnudo, por primera vez, la debilidad de su capacidad de movilización popular. Y hoy, en el Senado, donde se desmoronó la cómoda mayoría con que contaba hasta hace pocas horas.
¿Qué hará ahora el general derrotado? ¿Qué hará ahora el rey desnudo? Que además, con su activismo incontinente dejó en claro que el poder dentro del Gobierno y del partido oficialista es el suyo y no el de su mujer. ¿Qué hará la Presidenta? Llevada por su marido y por su incompetencia a la más acelerada pérdida de popularidad por la que ha atravesado ningún político importante en la Argentina moderna. Ya no bastan los discursos encendidos ni los subsidios y favores oficiales, ya no alcanza la disciplina partidaria, ya no sirven las amenazas. A la hora de la verdad apenas sirvieron para hacer cambiar de opinión a unos pocos diputados y aún a menos senadores. ¿Reencontrarán ambos la razón? ¿Sabrán sacar las conclusiones que se imponen después de este resultado? ¿Sabrán rectificar el rumbo, cambiar su estilo de hacer política, volver a las instituciones, al diálogo y al respeto del otro, a abandonar la corrupción y reencontrar el camino de la virtud? No es fácil imaginarlo pero es urgente que lo decidan. Caso contrario, con el gobierno totalmente debilitado, abandonado por sus aliados y con el riesgo normal de la fuga acelerada de los pocos que le quedarán a estas horas, corremos el riesgo de nuevas confrontaciones y de generar aún más daño a la sociedad.
¿Y qué hará la oposición? ¿Comprenderá que ya no basta con ser sólo oposición, que hace falta con urgencia un nuevo programa de coincidencias y consensos que nos permita a todos escapar de los riesgos en que nos hemos metido en un momento en que la historia juega a favor del país como no lo hizo desde hace más de setenta años atrás? Está claro que hoy comienza una nueva etapa de la vida política argentina ¿nos servirá para construir un país distinto?
En todo caso, el de hoy será un amanecer distinto: otro país es posible.

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