Para cambiar el final del recorrido hay que buscar otra salida. Por Gabriela PousaEl debate de la resolución 125 en Diputados demostró que, en verdad, no tenemos un gobierno representativo, por más que haya habido votación popular y se insista con los eufemismos.
Economía para todos
“La tiranía no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas.” Albert Camus
Apenas unas horas atrás, el eje de la polémica se centraba en “adivinar” cuántos legisladores le darían en sí al proyecto oficial y cuántos serían los “díscolos” capaces de negarse a una suerte de orden o capricho presidencial. Páginas enteras resumían sumas y restas tratando de adelantar a la votación. ¿Quién ganó las apuestas? Pese al énfasis en sacar cuentas, hoy nadie sabe a ciencia cierta la respuesta. Y es que en el trance de acertar, se enredaron tanto los números que la síntesis quedó siempre relegada al deseo del lector. Había, pues, quienes apostaban por la votación a favor de la media sanción, y quienes creyeron que algún obstáculo se interpondría entre el querer y el poder de uno u otro legislador. Pero el obstáculo estuvo siempre: Néstor Kirchner no dejó librado nada al azar. Apretó, controló y pulseó cada voluntad. Creer que el instrumento utilizado para ese fin fue el vil metal, paradójicamente, podría ser un atenuante para la crisis política e institucional que atraviesa la Argentina. Porque, de no haber sido una negociación la que se tranzó detrás de bambalinas, lo que primó tuvo que haber sido el temor (aunque cada vez este es menor). Siete goles de diferencia en tamaño campeonato no amerita el festejo desbordado que surgió cumplido el primer tiempo, es mejor creer que se celebró poder dar rienda suelta a Morfeo. No hay gran disidencia cuando se habla del poder menguante del matrimonio presidencial. Hasta los Kirchner saben que ya no son los mismos. No pueden siquiera escaparse a El Calafate y dejar hacer porque ya no hay cheque en blanco otorgado por el pueblo como sucedió los primeros años cuando se decía que estaban “construyendo poder”. Hoy, están en cada detalle, haciendo y deshaciendo la trama aunque no se sepa exactamente cuál será el desenlace. Esa es, detalles más, detalles menos, la actividad del Poder Ejecutivo. Ahora bien, ¿qué hace el pueblo? Para dilucidar ese interrogante es menester asumir que la sociedad argentina ya no puede analizarse como una masa amorfa capaz de ser manipulada a piaccere. La división social es un dato inexpugnable pero nada tiene que ver con la mentada lucha de clases. Ya no hay siquiera una derecha y una izquierda, civiles o militares, oligarcas y burgueses, urbanos o rurales, etc. Una simple imagen trasmitida por TV tira por la borda la pretendida lucha que, vanamente, intentó reflotar -en una versión maniquea- el eje oficialista. Luciano Miguens, titular de la Sociedad Rural, supo compartir el mate y las tortas fritas con miembros de la Corriente Clasista y Combativa liderada por Raúl Castells, al tiempo que Alfredo De Angeli se sentaba en la mesa de Mirtha elevando el raiting de los mediodías. Kirchner lo hizo. Y es que en su afán de dividir, sólo logró crear barricadas y mediatintas que hoy representan a la diezmada sociedad argentina. Todo está convertido en un Boca-River. No fue sino una versión desapasionada del súper clásico el eufemístico “debate” librado, el pasado viernes, en Diputados. Aquello que pudo verse y oído durante la maratónica sesión es mejor olvidarlo. Cualquiera ha podido ver actitudes más respetuosas y sobrias en el Monumental o en la mismísima popular xeneize. Amén de estas “menudencias” me atrevo a apostar que cualquiera conoce a los jugadores de esos equipos con mucho más rigor que a los ignotos “representantes” de… ¡de todos y cada uno! Tantas caras desconocidas hablando en nombre nuestro sin que nadie escuchara en demasía. La verdad es que no había mucha diferencia, a ciertas horas de la madrugada, entre el recinto y el Colegio Nacional Buenos Aires sitiado por los “estudiantes”. Peculiares estampas de la Argentina… Quise echar culpas al cansancio que demandó estar frente al televisor 19 horas ininterrumpidas (está probado que no puede fijarse durante tanto tiempo la atención). Sin embargo, no había excusa que valga. De los centenares de legisladores que votaron, tanto en contra como a favor, no más de una docena pueden ser reconocidos por el ciudadano medio, y de esa docena, apenas si la mitad sabía qué estaban haciendo ahí una noche entera. El resto eran anónimos personajes que esperaban volver al amparo de las sábanas, valga la alegoría. Bloques, mini-bloques, mono-bloques, partidos y derivados afloraban como expertos oradores en materia de agricultura y retenciones. Dos reflexiones: o el conocimiento cívico de los argentinos es paupérrimo, y tenemos materia gris desperdiciada entre la dirigencia política, o nos están vendiendo como democrático una trasnochada aglomeración de personas en el Congreso de la Nación. No se comprende en este marco, el aplauso que surgiera cuando la Presidente dispuso que el proyecto se enviara al Parlamento, si más que un gesto democrático fue un manotazo de ahogado. Lo que se llamó “debate” no fue más que un Boca-River donde el resultado ni siquiera fue obra de atinadas jugadas que concluyeron en goles, sino de fouls, controvertidos penales y off side permitidos por un árbitro que, además, dirigió el partido desde otro escenario para evitar que jugadores y barras bravas lo incriminaran. Esta semana empezará el segundo tiempo. Habrá una gran pérdida de energía en sacar nuevas cuentas para tratar de acertar cómo se define el partido, cuando el resultado puede ser fácilmente adivinado porque, otra vez, el árbitro será el mismo. Entretanto, no hay solución al problema, las demandas perentorias del pueblo se siguen desoyendo y no hay, en rigor de verdad, gobierno representativo por más que haya habido votación popular y se insista con los eufemismos. Menos aún, el oficialismo, tiene estructura partidaria concisa que lo sustente compartiendo fines y principios. Los une solamente la necesidad de supervivencia cualquiera sea la escenografía que se monte en la Argentina. El miedo puede que no sea tonto, el monto en discusión es factible que sea tentador pero para disfrutarlo debe haber un mañana donde seguir participando… La lealtad así contrasta con la realidad y apenas si queda una sociedad conyugal que pugna entre sí por un mejor lugar en el escenario a sabiendas que, una vez terminado el período presidencial y desciendan de allí, todos los caminos conducirán inevitablemente a los pasillos de Comodoro Py.
Por Gabriela Pousa
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