La toma del Colegio Nacional de Buenos Aires por sus alumnos nos lleva a un grado extremo de la patología del desorden y de la pérdida de valores y jerarquías. No se trata de un hecho inesperado de rebelión adolescente. Es una situación incubada durante años en ámbitos educativos oficiales y particularmente en algunas universidades nacionales. No es casual que las dos expresiones de este tipo en colegios secundarios se hayan producido en el Carlos Pellegrini y en el Nacional Buenos Aires, ambos dependientes de la Universidad de Buenos Aires.
Fundación Futuro Argentino
Se trata en el fondo de la construcción de una ideología pretendidamente revolucionaria, vestida de democracia y de asambleísmo. Las jerarquías se subordinan al principio de una igualdad sin distinción de méritos. El orden se repudia por suponerlo un sojuzgamiento de los indefensos frente a los poderosos. La disciplina se interpreta como represión y ésta como una forma de acallar por la fuerza a los reclamos del pueblo. Los inspiradores de estos episodios miran al mundo y a la sociedad desde la óptica de la lucha de clases, donde ven una fuerza dominante representada por el capital concentrado que maneja los hilos de un poder mundial y a los lacayos locales. Todas estas deformaciones del pensamiento han pasado a formar parte del repertorio de nuestro inmaduro progresismo que camina de la mano de mentes gramscianas más elaboradas, que en general dictan la letra. No puede sorprender la toma del colegio y el reclamo de cogobierno estudiantil cuando el centro de estudiantes está dirigido por una agrupación que expresa su afiliación al Partido Obrero. Recuérdese que son adolescentes a los que la ley no les reconoce aún la capacidad de votar ni de administrarse fuera de la tutela de sus padres. Sin embargo reclaman su participación en el gobierno del colegio en nombre de la democracia. Es casi una cuestión teatral que podría mirarse con simpática curiosidad, pero creemos sin embargo que debe tomarse en serio. Los revoltosos seguramente no son mayoría, pero se imponen ante el resto, también ante sus padres que temen ir contra lo políticamente correcto. Debe ser difícil encontrar registro en el mundo de un caso de un colegio secundario tomado durante varios días, con los chicos durmiendo allí e impidiendo el ingreso de la directora, los preceptores y los profesores, sin el cuidado ni vigilancia de ningún adulto responsable. Ni siquiera los padres entran para llevarse a sus hijos, como debieran hacerlo. Más extraño aún es que las autoridades del colegio expresaron ante los medios que condicionaban el “diálogo” a la cesación del acto de fuerza, como si estuvieran negociando frente a un paro gremial. De hecho los estudiantes lograron ser recibidos y negociaron con el Consejo Superior de la Universidad y el rectorado de su colegio. Es evidente que el ejercicio de la autoridad resultó imposible para quien la ha perdido, y peor aún cuando la ha declinado como un acto voluntario de origen ideológico. Ese es hoy el mundo de la Universidad de Buenos Aires y el que se respira en los entornos intelectuales y políticos del kirchnerato. Son reminiscencias del Mayo francés del 68 y de nuestros años setenta. Hay en la Argentina muchos equilibrios perdidos que habrá que recuperar. Tenemos que dejar de ser una peculiaridad en el mundo. Un país que parecería autoflagelarse para encontrar siempre la manera de fabricar nuevas crisis, aún cuando se nos ofrezcan las condiciones más promisorias. Parecería que nuestra principal aptitud es encontrar enemigos donde no los hay y destruir iniciativas cuando se muestran exitosas. El odio y la división son elementos recurrentes de la acción política y en los últimos años fueron herramientas de creación de poder. El aparente idealismo que suele invocarse como impulsor de esas actitudes se contradice con la corrupción que caracteriza a muchos de estos profetas del odio. El primer paso para corregir las desviaciones es mirar qué hacen las sociedades exitosas. ¿Pueden estudiantes secundarios en Francia, Estados Unidos o Japón, tomar su colegio e impedir la entrada de sus profesores? No. No lo pueden hacer ni en esos países ni en ningún otro. Habría que informarles a los chicos del Partido Obrero y a los progresistas que los contemplan, que eso no sucedía en la Unión Soviética ni tampoco es permitido en Cuba. Los episodios del Nacional Buenos Aires son demostrativos de una sociedad enferma que necesita recuperar sus valores y ponerlos en orden. Las crisis económicas y el deterioro social son una consecuencia, no una causa, de esa pérdida de valores.
Manuel A. Solanet
viernes, 11 de julio de 2008
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