Mentiras mentirosas.
Por Alfredo Leuco
Los números fríos dicen que es probable que, el miércoles, el Senado de la Nación le ofrende a Néstor Kirchner la ley que tanto necesita para poner de rodillas al campo. Pero, un día antes, el presidente de facto hará una ostentación de debilidad desde las pantallas partidas de los canales de noticias. Otra vez saldrá perdiendo en la comparación de las movilizaciones de Congreso y Palermo, tal como ocurrió el 25 de Mayo entre los actos de Salta y Rosario. Esa obsesión de Kirchner por “no dejarse ganar la calle” significa poco y nada en términos políticos. Lo muestra muy a la defensiva, corriendo detrás de los acontecimientos y la agenda que fijan otros, y siempre respondiendo de apuro a los hechos generados por la Mesa de Enlace. Está pagando un costo monumental al haberse convertido en una suerte de Rey Midas al revés: todo lo que toca lo divide. Los bloques parlamentarios, la liga de gobernadores, la concertación con los radicales, la Federación Argentina de Municipios, el Partido Justicialista y hasta la CGT. En todos esos espacios se abrieron grietas más o menos profundas. En el seno del pueblo argentino pasó lo mismo y por eso la cohesión social, que era un activo del primer gobierno kirchnerista, pasó a ser una asignatura pendiente para la segunda gestión K. La crispación que se diseminó desde la cumbre del poder y la orden que se les dio a varios patoteros para que actaran con impunidad instaló un clima de violencia y agresividad en casi todos los rincones de la Argentina. Esta es la luz de alerta más roja. La comunidad entera debe repudiar todo tipo de escrache y violencia. Se trata de hechos vandálicos, cobardes y de metodologías fascistas más allá de quién sea la víctima. Es tan despreciable lo que les hicieron a los diputados Alberto Cantero o Agustín Rossi como su contraparte contra Luciano Miguens o los ruralistas que fueron corridos a trompadas y palazos. Es tan grande la pérdida de autoridad del matrimonio presidencial, que todos los que tomaron distancia de su proyecto crecieron fuertemente en la consideración popular de acuerdo con las encuestas, y quienes se expusieron más fielmente a su lado se cayeron como pianos, empezando por ellos mismos. En la trepada aparecen Julio Cobos, Hermes Binner, Carlos Reutemann, Felipe Solá, Juan Schiaretti, José de la Sota, Mauricio Macri, Elisa Carrió y –por supuesto– Alfredo de Angeli y Eduardo Buzzi. Sin embargo, la implosión más importante que sufrió Kirchner en estos 120 días que conmovieron a la Argentina ocurrió en su credibilidad. No hay forma más eficiente para quebrarla que insistir en calificar de golpistas y traidores a todos los que con toda legitimidad piensan distinto. Es imposible que una parte mayoritaria de la sociedad pase a creer que Cobos, Reutemann, Schiaretti o Solá son enemigos que conspiran contra el Gobierno sólo porque lo dice Néstor Kirchner. El matrimonio K no se lleva bien con los espejos ni con los termómetros. Esos vidrios son demasiado inapelables y rigurosos. Cuesta rebatir con subjetividades retóricas la aritmética o la física. Por eso, una de sus mayores debilidades es pensar la relación entre las audiencias y los medios como un principio mecánico de acción y reacción. Es insólito que personas inteligentes todavía crean en la teoría jurásica de que el periodismo tiene una capacidad diabólica para lavar los cerebros de los ciudadanos y modificar sus comportamientos. Ese paternalismo ya era viejo en los 70. Parece que no registraron que Juan Domingo Perón subió con todos los medios en contra y cayó con todos los medios a favor. Existe en el Gobierno una sobreestimación del poder de los diarios o la televisión y, como consecuencia, una subestimación de la madurez que tienen las personas para tomar sus propias decisiones con total independencia. La historia la construyen los pueblos y no la prensa. Es posible que en la sociedad multimediática en la que vivimos las noticias actúen como catalizadores y aceleren o frenen determinados procesos que existen en el seno de los países. Pero no existe tecnología periodística capaz de inventar un líder popular si no tiene carisma o no es la expresión de algún fenómeno social profundo. Alfredo De Angeli no es una creación de un laboratorio mediático que una noche decidió lanzarlo al estrellato y, de paso, destituir al Gobierno. De Angeli, por muchos motivos políticos y varios misterios humanos, encarnó como nadie un discurso y un reclamo que estaba latente. La televisión, desesperada, lo fue a buscar para calentar su pantalla y potenciar el minuto a minuto de las mediciones. Salvo Canal 7, que, en una actitud de obsecuencia autodestructiva, jamás le hizo un reportaje, según el Departamento de Investigación de Medios de Ejes de Comunicacion. Parece mentira pero uno de los personajes mas emblemáticos para entender y polemizar sobre el máximo desafío político que sufrió el proyecto kirchnerista con la protesta más prolongada de la historia no despertó la curiosidad de los cronistas del canal de todos… los oficialistas. Tal vez por eso Néstor y Cristina comparten el seguimiento y la mirada obsesiva por lo que se publica. Están convencidos de que aquello que no está “en letras de molde” o en las pantallas no existe. Lo han demostrado en Santa Cruz, donde subvencionan con los dineros públicos el poderoso multimedio propagandístico de Rudy Ulloa Igor para tratar de tapar el sol con las manos. El periodismo independiente se tuvo que refugiar en las FM comunitarias, en Internet o en modestos diarios y revistas que hacen todo a pulmón y andan siempre con lo puesto y con la gomera de David en ristre. Durante el histórico conflicto de los docentes, en el que participó buena parte de la sociedad santacruceña, ocurrió algo antológico. Una marcha de 8 mil personas por las calles de Río Gallegos fue ignorada en la tapa del Periódico Austral. En lugar de mostrar semejante suceso y criticarlo con dureza –si ésa era su línea editorial–, prefirieron ocultarlo debajo de la alfombra. Es tan fuerte la negación de la realidad como estrategia que, muchas veces, los Kirchner hacen verdaderos papelones que les generan muchos más problemas todavía. La destrucción del INDEC y de la credibilidad en las estadísticas públicas, por ejemplo, es de un infantilismo incomprensible. Hay un chiste muy viejo y muy cruel que sirve como un ejemplo bizarro. Un amigo le dice al otro: —Ayer el médico me dijo que me voy a morir si no dejo la noche, el alcohol y el cigarrillo. —¿Y vos que hiciste? —Cambié. —¿De vida? —No, de médico. Este absurdo es la única manera de explicar por qué las encuestas han pasado a la clandestinidad en la Argentina. Cuando a Néstor lo mostraban con la imagen positiva por el cielo, se publicaban a cada rato. Ahora que les dan por el suelo han desaparecido de los lugares que solían frecuentar. Es bueno para establecer grados de credibilidad, recordar quiénes son los encuestadores que pese a las presiones siguen publicando la verdad y los que optan por cajonearla y desensillar hasta que aclare. Son muchos los ejemplos, pero el denominador común es el mismo. A esta altura hay decenas de medios gráficos y programas de cable que nadie consume y que son sostenidos por una jugosa pauta oficial. El capitalismo de amigos empieza a extenderse a las empresas dueñas de medios de comunicación y, como si esto fuera poco, ya está en las gateras la Ley de Radiodifusión del kirchnerismo. Ningún argentino bien nacido puede negar que se necesita una legislación que de una vez por todas multiplique las voces y que le ponga límites a la concentración de muchos medios en pocas manos. Es buena la frase acuñada por Gabriel Mariotto, el titular del Comfer, acerca de “redistribuir la palabra”. La gran pregunta es si los Kirchner tienen intenciones de agregar más pluralismo y más democracia o, por el contrario, quieren más control a la crítica y más respaldo a los elogios. La trayectoria del matrimonio en este tema nos obliga a ser muy pesimistas. Santa Cruz, el INDEC, las encuestas, Canal 7 y la presión permanente que ejercen sobre los medios y los periodistas justifican la preocupación. En muchos discursos de Cristina podemos encontrar ese convencimiento de que los medios empujan el voto de la gente –sobre todo de la clase media– en un sentido o en el otro. Esta semana llegó a decir que la destrucción de los ferrocarriles que hizo el menemismo fue con la “aquiescencia” de la sociedad que fue “manipulada o inducida”. Como si los vientos del neoliberalismo que soplaban en el mundo no hubieran tenido nada que ver. Como si la corrupción y la ineficiencia estatal de entonces no hubieran sido responsabilidad de los dirigentes políticos. Como si la más emblemática de las privatizaciones, la de YPF, no haya tenido como miembro informante en la Cámara de Diputados a Oscar Parrilli, actual tesorero y comandante en jefe de las tropas de asalto piketeras. Como si muchos dirigentes sindicales cómplices y beneficiarios de aquellos desguaces corruptos hoy no estuvieran en la CGT oficial y, finalmente, como si aquel Carlos Menem no hubiera compartido la boleta electoral en siete ocasiones con los Kirchner. ¿Fue la clase media tonta influida por Neustadt la única razón por la que se destruyó el Estado? Parece que los Kirchner creen eso. Y por eso siguen cometiendo gigantescos errores de diagnóstico. Sufren de bovarismo. Se creen sus propias mentiras. O se hacen sus propias películas. Si el matrimonio se limitara a leer el periódico de Rudy, a ver Canal 7 y a manejarse con las cifras del INDEC, a guiarse por la no-encuestas o a escuchar a los periodistas adictos, se creerían que están pasando por el mejor momento. Y a todas luces está claro que, en la realidad, ocurre todo lo contrario.
Fuente Perfil
sábado, 12 de julio de 2008
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