La lectura de la sentencia que condenó a Luciano Benjamín Menéndez y a otros siete militares dio lugar a un espectáculo que poco tiene que ver con las virtudes de una sociedad formada, que debe buscar una justicia integral, además de la reconciliación, la unidad nacional, la paz interior y el equilibrio en el análisis de su historia. En una tribuna ocupada no sólo por familiares de víctimas o desaparecidos, sino también por ex terroristas, algunos beneficiados por el indulto y varios de ellos hoy funcionarios, la condena fue recibida con ovación y algarabía. Las expresiones de júbilo se repitieron cuando el juez anunció el cambio de la detención domiciliaria por la reclusión en una cárcel común. Si hubiera existido la pena de muerte y la decapitación, se hubieran renovado las imágenes de la Plaza de la Revolución frente a la guillotina.
No discutiremos ni pondremos en duda el fallo judicial. No se trata de eso. Lo que pretendemos es que nuestra sociedad sea consciente de las culpas mutuas y que acabe la hipocresía de quienes pretenden juzgar desde una supuesta posición de inocencia que no les cabe. En estos últimos años, desde el poder kirchnerista acompañado de un progresismo cínico se ha hecho todo lo posible para que la historia se reescriba con un solo ojo y que la justicia se aplique parcial y asimétricamente. El poder K ha promovido entusiastamente esa asimetría respondiendo a una obsesión revanchista y también a una razón de oportunismo político. Ideólogos y activistas de los setenta que ocupan cargos públicos y han recibido generosas compensaciones económicas fogonean a un presidente que lideró esa revancha con dosis de sobreactuación, probablemente como compensación de su deuda con una militancia armada que en su momento esquivó con el mismo ánimo evasivo que lo caracteriza frente a sus responsabilidades. Las mayorías parlamentarias obedientes acompañaron ese itinerario y el Congreso Nacional anuló las leyes que unos años antes había sancionado en búsqueda de la pacificación y de la superación de los cruentos desencuentros del pasado. Sin embargo, luego de dar este paso, ni el Poder Legislativo ni el Poder Judicial accedieron a interpretar que la no prescripción de los delitos de lesa humanidad fuera aplicada por igual a ambos bandos, de acuerdo a la jurisprudencia internacional y a la lógica del derecho. El claro dictamen del fiscal Palacín pidiendo el enjuiciamiento de los culpables del asesinato del Coronel Larrabure, motivó una reciente instrucción a los fiscales por parte del Procurador General de la Nación, Dr. Esteban Righi, imponiéndoles la interpretación oficial. Una rápida reacción de un hombre que fue Ministro del Interior de Héctor Cámpora, abanderado del terrorismo de los setenta y protagonista de la liberación masiva de criminales detenidos en Villa Devoto. Muchos de los que el jueves pasado aplaudían y gritaban desde la tribuna la condena de Menéndez, debían estar, con el rigor de una Justicia imparcial, sometiéndose a ella.
Martín Caparrós, novelista y ex guerrillero, escribió en el diario Crítica al día siguiente de la condena de Menéndez: “Con algunos matices, la subversión marxista -o más o menos marxista, de la que yo también formaba parte- quería, sin duda, asaltar el poder en la Argentina para cambiar radicalmente el orden social. No queríamos un país capitalista y democrático: queríamos una sociedad socialista, sin economía de mercado, sin desigualdades, sin explotadores ni explotados, y sin muchas precisiones acerca de la forma política que eso adoptaría -pero que, sin duda, no sería la “democracia burguesa” que condenábamos cada vez que podíamos. Por eso estoy de acuerdo con el hijo de mil p… (sic, refiriéndose a Menéndez) cuando dice que los guerrilleros no pueden decir que actuaban en defensa de la democracia. Tan de acuerdo que lo escribí por primera vez en 1993, cuando vi a Firmenich diciendo por televisión que los Montoneros peleábamos por la democracia: mentira cochina. Entonces escribí que creíamos muy sinceramente que la lucha armada era la única forma de llegar al poder, que incluso lo cantábamos: Con las urnas al gobierno / con las armas al poder, y que falsear la historia era lo peor que se les podía hacer a sus protagonistas: una forma de volver a desaparecer a los desaparecidos.”
Hebe de Bonafini ha sido otra de las personas que en sus manifestaciones de odio incontrolado ha dejado escapar verdades que el progresismo y las izquierdas contienen prudentemente. Para ella sus hijos fueron revolucionarios y el Museo de la Memoria debe exponer las armas que emplearon. Ella ha convocado más de una vez a volver a tomar las armas. ¿Democracia, paz y república? No. Revolución o muerte. Así fueron los Montoneros, el ERP y las otras bandas armadas que sembraron el país de odio y violencia provocando la correspondiente represión.Los excesos ilegales de esa represión que afectaron derechos humanos no son de ninguna manera aceptables. Tampoco lo son los asesinatos, torturas y muertes inocentes producidas por las organizaciones terroristas. Si hoy nuestros legisladores entienden que no hay Punto Final ni Obediencia Debida aplicables a uno de los bandos, también la memoria de los Larrabure, el Capitán Viola y su hijita, Rucci, Mor Roig, Sallustro y varios miles de víctimas inocentes, claman para que también se haga justicia con el otro bando.
Manuel A. Solanet
Fuente: Fundación Futuro Argentino
miércoles, 30 de julio de 2008
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