jueves, 11 de septiembre de 2008

El diálogo ha muerto.

En Bolivia, los actores políticos hoy confrontados no tienen ni voluntad ni sinceridad para dialogar; han alejado además las mínimas condiciones para hacerlo. Esta alternativa, que, sin lugar a dudas, era la más conveniente de todas —al menos la más civilizada—, ha quedado desplazada al campo de la retórica, cual si fuese una trampa para ingenuos.

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